En Chiva ya es Navidad, o al menos alguien intenta que se parezca a eso. En la única finca que hay junto al camino del Azagador, en el lado en el que hay todavía vida, un vecino ha colocado una tira de leds en ... la barandilla del balcón para dar algo de luz y color a un otoño oscuro y espeso. Un adorno comprado en 'el chino' ubicado unos metros más abajo, un bazar arrasado por el agua el 29 de octubre y que arrastró todas las baratijas barranco abajo para llenar las estanterías de ruina. Al otro lado del Azagador sólo hay silencio y piedras, los del desalojo de esos edificios que un día ganaron unos metros al cauce y que el agua recuperó voraz la tarde en el que una tromba nunca vista puso el reloj de la vida a cero. El obrador del Servihotel y el comedor del Miampi hoy son historia, barro y escombros.
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El pueblo trata de retornar a una vida medio normal a trompicones. Un mes después, todavía catatónico. Abrir ventanas y la misma estampa, maldita, de desolación. Quitar el barro y el polvo perfila mejor las cicatrices, los surcos de la destrucción en San Isidro, en la calle Buñol, en el Hondo Bechinos. «Chiva está herida. Para que cicatrice este dolor necesitamos tiempo y ayuda. Nos recuperaremos porque estamos en el proceso de sanar», dice Vanessa, siempre cargada con su móvil fotografiando cada rincón, ese pueblo escondido en detalles. Hoy no hace fotos. A Óscar, su marido, le pide de vez en ir a Valencia a dar una vuelta. A bocanadas. «Cuando sanemos, volveré a hacer fotos», apunta mientras carga con las bolsas de la compra.
En los bares, en las terrazas que sobrevivieron, hay tercios, papas y olivas. Las peluquerías tintan y escalonan. Y en Vista Alegre hay fútbol. La derrota del Chiva CF contra el Vall d'Alcalans por 0-2 dolió menos esta semana, porque el tema no era el partido sino volverse a encontrar. Chiva ahora mismo es el show de Truman... pero real.
En la calle huele mal. A mierda, sin más. La manguera de un camión cuba marroquí, con la estrella verde de los cinco puntales del islam, succiona las aguas fecales junto al barranco en unas calles que son una yincana de alcantarillas sin trapa. Estos días ya ha habido que rescatar al menos a un par de mujeres a las que se les había tragado la tierra.
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Alberto ha pasado de la desesperación a la indignación. Una línea finísima. Trini, su madre, es una de las heridas en ese salto de obstáculos callejero. La tiene en casa desde hace días. La Mutua colapsó, se derrumbó y sacaron de sus hogares a todos los vecinos. Algunos aún no han vuelto. «¿Va a venir alguien a apuntalar toda La Mutua? ¿Hay algún técnico del Ayuntamiento que nos diga si se puede entrar o no? ¿Van a hacer algo?», señala este agricultor de 47 años, que ha perdido bajos, vehículos y campos pero que no se ha bajado del tractor para echar una mano. No en Chiva, sino también en Paiporta, donde va por vocación de ayudar.
Silverio ha reabierto el bar, el Esencia, en el antiguo Pub Don Julio. Ha tenido suerte. La destrucción casi no ha pasado por su puerta. Durante casi todo este mes ha estado haciendo y sirviendo comida a vecinos, voluntarios y militares en la puerta de los toriles junto a Abel, Pierres y muchos más. «¿Y ahora qué?», pregunta. Demoledor. No hay respuesta.
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Hay miedo a que la efeméride de un mes de la DANA sea sinónimo de olvido, de bajar persianas y pasar página. ¿Y ahora qué? La pregunta retumba en presente. Mañana, a lo mejor, asfixia. Por las calles se habla de peritos, de los que no vienen. Y se ven a los pocos que han llegado. Sergio tiene uno en casa, valorando daños. Tiene suerte.
Hay tantas dudas que nadie sabe por dónde empezar. Raquel está en la puerta de una casa, la suya, en la que ya no vive. Se ha ido con su pareja y su hija de alquiler, que pagan ellos, sin saber «si de eso» se encargará la póliza. La compañía de seguros le ha dicho que pase presupuestos sin que haya echado un vistazo el Consorcio. Las ayudas no terminan de llegar, los peritos tampoco, la calle no se arregla, los albañiles trabajan sin saber cuándo cobrarán, todo es un círculo para volver al punto de partida. Nadie sabe qué hacer porque nadie organiza, nadie da soluciones, nadie dice nada. Hay gente que todavía no sabe si tienen que derribar su casa, como en San Isidro, donde un par de columnas mantienen en vilo a varias familias.
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¿Y ahora qué? Mamen y Lourdes decidieron dar un paso al frente. Por su cabeza pasó la opción de cerrar la clínica, en la calle Enrique Ponce, por donde pasó el agua para reventar comercios como un serpentín de fichas de dominó. Una clínica nueva, emprendedoras, trabajadoras. Tuvieron un horno, están hartas de currar. La decisión fue volver a empezar. Desde Marina de Empresas se echó un cable y ya han subido la persiana de la clínica.
Enfrente, se ve la silueta de Santi al fondo del bar Alarcón. Otro que ha cogido el toro por los cuernos, como los de las cabezas de los morlacos que desorejó Ponce, paisano y amigo. Su padre, Ricardico, que hizo de su bar un museo del matador, le diría que tras una cornada hay que levantarse. Santi ya ha empezado a torear.
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En el templo de San Juan Bautista, dos mujeres rezan arrodilladas a la Virgen del Castillo, a la que bajaron de la ermita para dar consuelo, la misma Virgen de la estampa que la pequeña Candela le dio a la reina Letizia. La Fe también juega. Don Javier, el párroco, posa para una fotógrafa junto a Jesús en la Cruz. El agua se quedó a escasos centímetros de los pies de la talla. Un milagro, una señal, una casualidad pero la puerta de la iglesia siempre está abierta.
En Bechinos hay casas que ya no existen, sólo calles abiertas. Una parte se las llevó el agua y otra, las palas. Muchas de las casas no tenían seguro. Gente mayor, otras costumbres. La hemeroteca hablará de milagros, que los hubo.
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¿Y ahora qué? Ni seguros ni reconstrucción ni gobierno. Entre tanto caos, una de las pocas decisiones que se han tomado es la de presentar una moción de censura contra la alcaldesa, Amparo Fort, tocada desde antes de la DANA y sentenciada tras la tromba de agua. Tuvo la oportunidad de resurgir, de usar esta crisis como un trampolín, pero no se supo impulsar. «En Chiva podría haber centenares de muertos», fue su gran declaración. La cuenta ha arrojado una víctima en el casco urbano a la que la fatalidad se la llevó por delante. Destino.
Al pueblo no le viene bien una crisis política. La gente ya tiene bastante y en la calle hay debate, los que están a favor y los que están en contra. «¿Esto quiere decir que vamos a estar veinte días más parados sin que hagan nada»?, se pregunta Antonio sin buscar respuesta. En realidad no la hay, porque nadie sabe nada. Los cámaras de televisión han vuelto, apostados como francotiradores en lo que queda de la barandilla del puente nuevo. La moción de censura es otro tipo de lodo y fango, que también vende.
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A Fort, la primera alcaldesa de la historia en Chiva, se la ha llevado el agua y la falta de criterio. Ahora llega Ernesto, vecino del barranco, su éxito o fracaso será el de su pueblo. El PP y el PSPV, las dos Españas, las de Machado y Posteguillo.
¿Y ahora qué? Pasó el agua, se limpió el barro, se quitaron los coches, los Reyes desfilaron, los charcos trajeron una moción de censura y Chiva es el aviso para los de aguas abajo: tras la DANA no queda nada.
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