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El año de los ciudadanos anónimos

El año de los ciudadanos anónimos

Un año del confinamiento. El 14 de marzo de 2020 el presidente del Gobierno dictó que España debía aislarse excepto la industria y los servicios esenciales. Estos son algunos de los protagonistas anónimos frente a la pandemia del coronavirus

F. RICÓS | TESTIMONIOS Y FOTOS: TXEMA RODRÍGUEZ

Domingo, 14 de marzo 2021, 00:17

Un año. 365 días de encierro, de incertidumbre, de pérdida de seres queridos a los que no se pudo dar la mano o un abrazo por última vez ni despedirlos como merecían. 365 jornadas de temor al contagio, de miedo a perder el empleo, de cambio de hábitos, de teletrabajar, de recibir clases on line, de bajarse de la acera para no cruzarte con quien viene de frente. Un año de no poder salir con libertad, de no poder visitar a los padres o a los hijos. Un año se cumple desde que el Gobierno confinó España por el Covid-19. Y tres oleadas de contagios que han arrancado la vida de 7.000 valencianos e infectado a 390.000, mientras que en el conjunto de la nación las muertes se elevan a 72.000 (según el Instituto Nacional de Estadística, son más de 100.000) y los casos positivos son casi 3,2 millones.

Hace hoy un año que el presidente del Ejecutivo, Pedro Sánchez, anunciaba que España se cerraba, que sólo permanecerían en funcionamiento industrias y servicios esenciales. La medida era para dos semanas pero se prolongó tres meses hasta que, triunfal, el mismo Sánchez proclamaba el 10 de junio una frase para la historia de los desengaños: «Hemos vencido al virus». Y no era así.

Primer estado de alarma

El 13 de marzo el Gobierno había declarado el estado de alarma y tres días antes obligaba a dejar a Valencia sin Fallas, cuando el 8 de marzo hubo manifestaciones masivas, competiciones deportivas y mítines políticos. La Organización Mundial de la Salud había declarado el 11 de marzo el Covid-19 como pandemia. El segundo se inició el 9 de noviembre y durará hasa el 9 de mayo.

De ser una simple gripe o algo similar, que en «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado», según palabras de Fernando Simón, coordinador de alertas sanitarias del Ejecutivo, se pasó a confinar el país.

En la Comunitat Valenciana, tras anular las Fallas y la Magdalena, Sanidad suspendió las vacaciones de su personal. Se habían detectado ya 76 casos. Era el 11 de marzo y una residencia de mayores, la de Santa Elena de Torrent, presentaba 16 contagios.

El presidente de la Generalitat, Ximo Puig, anunciaba un día después el confinamiento de los geriátricos (la mayoría habían cerrado sus puertas el fin de semana anterior para aislarse). Se suspendían las clases y se prohibía la entrada de cruceros al puerto de Valencia.

Fueron días de acumular papel de baño, comprar harina, levadura y lo que se pudiera conseguir en mercados y tiendas. Jornadas de estantes vacíos, pero también de picaresca, de sacar el perro más veces a la calle de lo habitual o salir de casa con una bolsa de la compra a pasear.

El primer día efectivo de confinamiento, el 15 de marzo, se duplicaron los contagios. Ya había 400 casos y cuatro fallecidos en la región. Italia iba por 1.800 muertos. El Ejército se desplegaba por las calles de las principales ciudades para hacer cumplir el confinamiento, mientras las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado redoblaban su esfuerzo para que no hubiese actividad en la vía pública.

Sebas Gómez, del sindicato Jupol, de la Policía Nacional, recuerda que «al principio del estado de alarma fue caótico. No teníamos material de protección. Tuvimos que reclamar que se nos incluyera como servicios esenciales para que se nos facilitara». Recuerda que se mermaron mucho las plantillas por los contagios y que la Conselleria de Sanidad les sigue haciendo oídos sordos cuando reclaman que les hagan PCR a los compañeros destinados en la Comunitat que vuelven de prestar servicio en Canarias y Gibraltar, lo mismo que sucedió con la crisis de las pateras de Alicante.

Reclaman más limpieza y desinfección y purificadores de aire para los espacios con escasa ventilación. «Los compañeros de la comisaría de Exposición han comprado tres de su bolsillo. Vergonzoso», relata.

En situación similar está la Guardia Civil, según Eduardo Cano, de la Asociación Unificada de Guardias Civiles. En un principio no tenían mascarillas, luego sólo podían usarlas cuando los detenidos sufrían Covid. «Hemos duplicado los contagios y fallecidos respecto a nuestro Cuerpo hermano», se lamenta.

«Tras más de un millón de sanciones propuestas, por falta de previsión y de recursos, la gran mayoría de denuncias se han quedado, al menos en un primer momento sin tramitar, echando por tierra mucho trabajo y enfrentamiento», afirma indignado.

Una de las labores realizadas desde noviembre es el perimetraje de la Comunitat. «Es imposible cerrar una comunidad tan grande por completo. Se efectúan controles esporádicos a diferentes horas y días, pero son tantos los motivos que eximen de cumplirlo, añadido a la picaresca y la falta de recursos para comprobar dichos actos, que prácticamente se está desarrollando un trabajo informativo», dice Cano.

Afirma que los medios son «todavía muy justos» y que en los componentes del Cuerpo cunde un «gran desánimo» porque se sienten abandonados por la administración «como en otras ocasiones, como en el 1-O» de Cataluña.

Desde el inicio de la pandemia hasta el final del tsunami de contagios y muertes de la tercera oleada, una cosa han sido los grupo de edad que han sufrido más contagios y otra muy distinta los que han perdido su vida.

Los valencianos de entre 40 y 49 años, con 67.495 casos, son los que más contagios han tenido. Les sigue el grupo de entre 50 y 59 años, con 59.949. En tercer lugar los que tienen entre 30 y 39 años, con 53.614 y 42.683 el grupo que va de 10 a 19 años. Después, los de 60 a 69 años, con 40.044, los pequeños de entre cero y nueve años, con 28.774. El siguiente puesto lo ocupan los que tienen entre 70 y 79, con 26.448 casos, los de 80 a 89 años, con 18.484 contagios, y los de más de 90, con 5.971.

Sin embargo las muertes se han centrado en los mayores. El que más sangría ha sufrido, el grupo de 80 a 89 años, con 2.864 fallecimientos. Y 1.667 han perdido la vida del grupo de 70 a 79 años. En el de más de 90 han sido 1.417. De los más de 6.000 valencianos muertos por Covid estos 12 meses, 5.948 habían cumplido ya los 70. Un 85% del total.

Niños y jóvenes también han muerto: tres en el grupo de edad de entre cero y nueve años, cuatro de entre 10 a 19 y 16 de entre 20 y 29. Los que más contagios acumulan, el grupo de 40 a 49, han perdido la vida 68. El grupo de 50 a 59, 230. Y de 60 a 69, 703.

En las residencias de mayores se han contagiado unos 10.700 residentes, afirma el presidente de la patronal Aerte, José María Toro. Y han fallecido poco más de 2.000. «Uno de cada cinco contagios ha perdido la vida». Los internos suelen ser «mayores de 80 años, con pluripatologías y el Covid ataca a los más vulnerables». Las residencias, ya vacunadas, se han vuelto a llenar al 90%. El restante se reserva para posibles contagios. «La gente vuelve a verlas, después de la vacunación, como lugares seguros», afirma Toro. La vacunación se inició el 27 de diciembre. Se han inyectado ya a todos los residentes y al sector sanitario. Se han administrado 472.145 dosis e inmunizado a 145.816. Un ritmo lento que desde el Consell estiman que se acelerará en abril si reciben más dosis.

Llama la atención los casi 29.000 contagios de niños de menos de 10 años y los más de 42.000 de hasta 19. Desde el inicio del actual curso se han confinado 5.090 aulas, sin contar la enseñanza universitaria, de 1.845 entre colegios. Los alumnos confinados debían de seguir las clases on line. Educación adquirió al finalizar el anterior curso 30.000 tabletas con internet para alumnos sin conexión en sus casas. Y están a la espera de que se adjudique la compra de 35.851 portátiles y 15.000 tabletas a través de un convenio con el Ministerio de Educación.

Los tres meses de confinamiento forzaron la enseñanza a distancia. Quique Martínez, presidente de la Federación Valenciana de Estudiantes, define este tiempo como «un año de muchas adaptaciones, al igual que toda la sociedad pero en el mundo educativo nos hemos tenido que adaptar a nuevas maneras de estudiar».

«Empezamos a funcionar con el Aules (sistema de aulas virtuales). Fallaba un montón. Costó muchísimo que fallase menos. Fue a finales de mayo, cuando ya casi habíamos acabado el curso», recuerda. «La verdad es que la comunicación con los profesores fue poca», lamenta.

«Volver en septiembre después de no pisar los centros desde marzo, fue una sensación muy extraña», asegura. Después tuvieron que adaptarse a la semipresencialidad unos y a los grupos burbuja otros.

Andrea Paricio estudia en la Politécnica y es vicepresidenta del Consejo Interuniversitario Valenciano de Estudiantes. Asegura que «nos hemos tenido que adaptar a un modelo on line sin apenas margen de maniobra». Afirma que el curso pasado hubo falta de previsión de las universidades, lo que ocasionó numerosos inconvenientes. Sostiene que algunos de estos «se han intentado solucionar este curso aunque la falta de vida universitaria, unida a la crisis económica y social que vivimos, está afectando de forma negativa a la salud psicológica de la comunidad universitaria».

Critica que las universidades valencianas «no parecen haberse adaptado completamente a un formato telemático» y que tanto estas como la Conselleria de Universidades «deben realizar una autocrítica para seguir avanzando en la digitalización de las titulaciones, pero con el foco en las necesidades de aprendizaje y las condiciones socioeconómicas del estudiantado para que podamos salir de esta crisis preparados ante cualquier nuevo escenario».

Desde el punto de vista de los padres José Antonio Rodríguez, presidente de Concapa, cuenta que en el confinamiento ejercieron «de padres, compañeros de juegos y de profesores. La falta de práctica y del modo de interactuar e impartir clases telemáticamente por parte de los profesores la tuvimos que suplir la familias». Entiende que el curso pasado hubiera un aprobado general, «pero lo de éste, bajar el nivel de exigencia, formación y de esfuerzo de los alumnos, no. Hay que apoyar a los que vayan peor, pero no con un aprobado general como norma».

Marc Candela, del Stepv, el sindicato mayoritario de los profesores, afirma que «garantizar la presencialidad ha supuesto mucho esfuerzo». Tienen que atender a los grupos confinados, a los alumnos presenciales, «además de tareas de control y vigilancia». «La tontería de no poder tomarse un café con los compañeros genera carga emocional. El profesorado se ha visto muy aislado», señala.

Quienes se han llevado más protagonismo han sido los sanitarios. Aunque se han sentido halagados al oír aplausos desde los balcones en un principio, cuando no tenían mascarillas suficientes y las batas de protección eran bolsas de basura, pasaron a sentirse amenazados por no realizar consultas presenciales. Se han contagiado 9.815, ahora hay 170, y han fallecido 11.

Fernando García, de CSIF, ve que la pandemia ha evidenciado que faltan «11.000 plazas estructurales de personal en Pimaria y Especializada», mejorar las instalaciones tecnológicas, «y un plan de choque, sobre todo en Primaria, para tener capacidad de absorber el golpe que vendrá después del Covid, que será una crisis sanitaria sin precedentes» para atender a pacientes no Covid, «porque les ha faltado la debida atención, pruebas diagnósticas y sobre todo la consultas demoradas».

Militar

Viviana

Colombiana de origen vive y trabaja aquí desde 2003. Es cabo del Regimiento NBQ Valencia Nº 1, el referente del Ejército de Tierra en la defensa contra agresiones de biológicas, químicas o nucleares. Conduce camiones y hace un año estuvo desplazada en el País Vasco, donde su unidad desinfectaba aeropuertos, y en Albacete, trabajando en residencias de ancianos. Era una sensación extraña, dice, «como si estuvieras en una tercera guerra mundial, en la que no ves al enemigo mientras él ataca por cualquier lado». Echó de menos a su niña, Sara, a la que no pudo ver en bastante tiempo y recuerda en especial a los ancianos de las residencias, aislados sin poder ver a nadie. Y a «los trabajadores de los centros hospitalarios, que no tenían material de protección y trabajaban así. Era frustrante porque aunque quisieras ayudar no podías hacer nada».

Policía

Ricardo

A Ricardo, que además de inspector de la policía local de Paterna es geógrafo y piloto comercial de aviones, le preocupa en especial que se reconozca el valor «del personal sanitario durante esta situación, ellos son los auténticos héroes y lo siguen siendo. Los demás nos hemos hecho casi nada y nos hemos ido olvidando poco a poco». Recuerda el estado de shock de los primeros días, «cuando pasamos de una situación de felicidad absoluta a darte cuenta de que todo se había desmoronado». Y los rostros de los sanitarios, sabías enseguida que lo eran, se les notaba el agobio, la tristeza, estaban mal».

Estudiante

Laura

Tiene 8 años y representa aquí a uno de los sectores cuya vida cambió de forma más radical en momentos en los que poder moverse con libertad tiene más importancia. Dice que «de repente había un virus nuevo y ya no podíamos salir, ni ver a nuestros amigos, ni ir al parque, ni ver a la yaya». También echa de menos como era antes la vida en el colegio y habla con naturalidad de un día en el que, con frío y fiebre, se pudo a llorar «porque tenía miedo de pegárselo a mi madre (médico de profesión) y que se muriera». Pasado el susto sueña con recuperar un día todas las fiestas de cumpleaños que se ha perdido este año.

Jubilada

Vicenta

En agosto cumplirá 99 años y dice que las limitaciones a causa del Covid le han fastidiado la vida «por completo». Su rutina hasta el 14 de marzo de 2020 era «después de dejar mi casita arreglada me bajaba al bar, me tomaba mi café y me iba a andar unas tres horas». Aunque ha vivido situaciones más duras. Las recuerda con naturalidad, sin lamentos. Perdió a tres hijos, el primero cuando estaba embarazada de tres meses, «me atropelló una moto y se malogró, el segundo fue culpa de un médico y el tercero por un aborto natural. Pero una cosa te digo, el truco para llegar a viejo es no quejarse».

Médica

Marta

Es doctora de urgencias y piensa que los más afectados a nivel psicológico son los adolescentes, «al menos yo veo así a mi hija». En su trabajo afirma que le duele «el escaso contacto físico que me obliga a tener este virus. Una mano en el hombro, un abrazo, una sonrisa; he tenido que reaprender a mostrar mi sonrisa con los ojos, a mostrarme cercana sin tocar, solo con la mirada y las palabras. Pero al menos en urgencias puedo ver de cerca al paciente». También cree que se ha desatendido a los pacientes no Covid y a causa de eso y «en el hospital ves complicaciones que no deberían verse».

Limpiadora

María José

Lleva veinte años trabajando como limpiadora, algo en lo que empezó porque estudiar no se le daba bien. Dice que ha hecho un poco de todo, casas, colegios, escaleras, una temporada en Mercavalencia y ahora «un poco más de media jornada» en algunas empresas. De modo que, al hablar de cómo el coronavirus ha afectado a su vida, no le queda otra que reconocer que «dentro de todo lo malo, para mi no ha sido tanto y nosotros (su marido y sus tres hijas) no hemos pasado nada». Hace hincapié en las dificultades de una labor poco apreciada «la gente ha tenido más consideración, se ha notado que empatizan más».

Conductor de la EMT

Rafael

Lleva conduciendo autobuses más de veinte años y todavía no se ha sacudido la «sensación extraña» de llevar el vehículo vacío, «a veces durante dos y tres horas, cuando estás acostumbrado a más de mil personas diarias». Rafael es cinéfilo y le gusta la ciencia ficción, «pensaba que estaba viviendo una de esas películas que tanto me gustan». En lo personal se le hizo duro estar mes y medio sin poder ver a sus hijos aunque tras las semanas de confinamiento encontró una nueva pareja con la que se ha ido a vivir. Una sensación agridulce en ese «escenario de miedo y desconocimiento».

Cocinero

Germán

Este argentino afincado en Valencia asegura que el primer día fue el más duro, «ves como tienes que cerrar el negocio que tanto costó abrir. Cayeron muchas lágrimas esos días». Después, unido a la iniciativa World Central Kitchen, llegó una gran cantidad de trabajo, dos mil comidas al día durante tres meses, la reaperturas de los restaurantes con modificaciones en su forma de trabajar y después, de nuevo, el cierre. Germán cree que «esto ha venido para quedarse» y que el negocio ya no podrá ser el mismo, «el otro día me di cuenta de que a algún trabajador no les he visto la cara sin mascarilla».

Encargada de un súper

Azucena

Tiene 34 años y lleva 14 de ellos atendiendo al público en el Masymas de Mislata. Como todos sus compañeros en este sector recuerda con nitidez los primeros días del confinamiento, cuando el pánico a un desabastecimiento hizo que la gente acudiera a los supermercados en masa para acumular víveres. «Los primeros días fueron una locura, nadie entendía lo que estaba pasando, todo el mundo tenía esas sensación de incertidumbre». En aquellos momentos su vida se redujo exclusivamente al trabajo, «un día normal llega un camión, aquellos días venían dos y a veces tres».

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