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El compromiso suscrito en junio del año pasado en favor de la Albufera se sustanció en diez puntos cuyo cumplimiento progresa adecuadamente: por recurrir a ... la terminología escolar, esa es la calificación que merece en concreto uno de los puntos del decálogo, tal vez el más controvertido, relativo a la convivencia entre los usos agrícolas del parque y la preservación del medio ambiente. Una esperanzadora conclusión que se deduce de la opinión de agricultores y Administración regional.
Para la Conselleria de Agricultura, «el cultivo del arroz en el Parque Natural de la Albufera se trata de la única opción agrícola compatible con la conservación de los valores naturales». A su juicio, «cualquier otro tipo de cultivo no inundado implicaría mayores problemas de desecación, salinización y contaminación de la zona». Y añade: «El propio arrozal, al permanecer inundado durante gran parte del año, resulta un hábitat adecuado para la reproducción y alimentación de muchas aves acuáticas».
Son palabras que, más o menos, también pueden suscribir quienes mejor conocen ese terreno: los arroceros, que se felicitan del nivel de interlocución con los dirigentes de la Conselleria. Aunque sostienen en la DO Arroz que son las políticas europeas las que tienen «más poder de decisión» y lamentan que la UE «utilice la agricultura como moneda de cambio». también se acepta que «con la Administración autonómica la interlocución es más fluida». Un juicio compartido por empresas como Arroz Tartana, enclavada precisamente a pie del lago, cuyos responsables aseguran que «la relación con la Administración ha mejorado: se está escuchando más a los agricultores, con más comprensión». Y luego de advertir que el papel de la Administración «no es nada fácil, ya que tiene que aunar intereses entre los distintos actores del parque, en ocasiones cruzados, incluso contrapuestos», se concluye que esta asignatura pendiente avanza en la dirección correcta: «Le ponemos de nota un 7 a la cooperación entre administración y agricultores».
El manifiesto en favor de la Albufera sellado en junio del año pasado por iniciativa de LAS PROVINCIAS dedica un apartado a este particular: la armonización de cultivos. Reza así: «Los arrozales del parque contribuyen a asegurar su pervivencia. Adecuar las técnicas de cultivo del arroz a las exigencias propias del cuidado del lago reclama la cooperación entre la Administración y los agricultores, para compatibilizar las prácticas agrícolas con la preservación del medio natural».
Para los responsables de Tartana, no obstante, «queda mucho por mejorar en el sentido de que se le tiene que dar a los agricultores un rol más relevante dentro de los distintos actores del parque». Una tesis que se sustancia sobre una obviedad que no siempre se tiene muy en cuenta: el dato de que «los arrozales forman el 75% de la superficie del Parque Natural»; es decir, que «si algún día el agricultor no gana dinero y desaparece el cultivo, el espacio natural será otro completamente distinto: probablemente, con mucho menos valor medioambiental». Un enfoque de donde nace la siguiente conclusión, muy evidente: «El cultivo del arroz y su ciclo del agua es inseparable hoy día del parque»,
¿Y cómo compatibilizar en consecuencia las labores agrícolas con la preservación del medio natural? Los arroceros son críticos llegados a este punto. En Tartana entienden que «la normativa fitosanitaria está estrangulando al agricultor». Un dictamen que estos empresarios desarrollan a continuación en tono amargo. «Las cosechas son cada vez menos productivas», se quejan. «Los fitosanitarios para las plantas», prosiguen, «son como las medicinas para las personas, que nos mantienen más sanos, con mejor salud y nos alargan la vida».
De ahí que la empresa lance esta voz de alerta: «Al arroz bomba, el más conocido a nivel mundial para nuestras paellas, la normativa fitosanitaria lo está matando, y muy probablemente desaparecerá». Un sombrío augurio que desemboca en esta sugerencia: «La preservación del medio natural ha de ir de la mano de un cultivo del arroz sostenible». No es muy distinto el parecer de la Conselleria al respecto. Para sus dirigentes, «los cultivos adquieren un valor ecológico adicional al actuar como áreas en las que se desarrollan procesos de descontaminación natural (como su actuación de filtro biológico), favoreciendo con ello una mejora en la calidad de las aguas superficiales que llegan a esta zona húmeda».
Y desde la DO Arroz, que gestiona 2.854 hectáreas de arroz amparado con una producción de 26.256.800 kilos de arroz cáscara y un aumento anual medio del 6%, se esgrime una visión parecida: «La sinergia entre el cultivo del arroz y la vida de la Albufera es evidente y está admitida por todos, incluso realizando una agricultura convencional». Es la voz de los 2.000 miembros de la Denominación, para quienes «en estos momentos hay mucho interés en torno al arroz, diferente al que conocimos antes: el escenario ha cambiado, pero el arroz sigue estando muy vivo». Una conclusión que hacen suya desde Tartana: «Ha que dar un valor agregado al producto, alejado de todos esos arroces de importación sin ningún tipo de selección, ni diferenciación: eso es cultura del arroz».
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