![«La consigna es clara: No se tiene que perder ni una sola dosis»](https://s2.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/202104/11/media/cortadas/vacunas-kTuE--1248x770@Las%20Provincias.jpg)
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Los lunes son de especial ajetreo en la Conselleria de Sanidad. Ese día llegan las dosis de las vacunas que Pfizer envía a la Comunitat. Suele ser poco después de las siete de la mañana cuando aterriza el cargamento con los viales en Valencia, Alicante y Castellón. Desde ahí se organiza un convoy hasta neveras especiales que se conservan a 60 grados bajo cero en las tres provincias.
Las de AstraZeneca y Moderna viajan por una ruta diferente y no tienen día fijo de llegada. Ambas aterrizan en Madrid y desde ahí se envían a su destino. Las de la firma anglo-sueca se remiten a los lugares de almacenamiento de los departamentos de salud para su posterior distribución por los diferentes puntos. Esta vacuna es la que menos problemas presenta para su mantenimiento ya que basta conservarla con un rango de temperatura de entre 2 y 8 grados.
La que implica más dificultades para su traslado es la de Moderna. «Hay que tener especial cuidado», señala José Lluch, Jefe de Servicio de Promoción de la Salud y Prevención en las Etapas de la Vida de la Conselleria de Sanidad. Tiene que mantenerse a 20 grados bajo cero y descongelada es complicado moverla. Por ello únicamente se está remitiendo a los hospitales y centros de salud en los que se inyecta.
Pero antes de que aterricen los aviones o lleguen las camionetas hay un ingente trabajo previo de los técnicos del equipo de Lluch que cada semana se tienen que pelearse con las hojas de cálculo para distribuir el cargamento. «El principal problema es que el número de vacunas varía, no es una cantidad fija», explica José Lluch. «El primer paso es reservar las segundas dosis que se inyectarán la semana siguiente», añade. Y luego hay que tener en cuenta múltiples factores: grupos de edad, colectivos, puntos de vacunación, personal adscrito, número de que se dispone... Todo un mecanismo que les lleva horas, jornadas enteras de trabajo, para que al final cada vial se encuentre en el lugar que le corresponde y no se pierda ni una sola dosis.
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Porque este es uno de los leitmotiv: «No perder ni una dosis». Así lo asegura Isabel Cantarino, coordinadora de Enfermería del centro de salud de Benimaclet. Ella es el eslabón siguiente. Su labor es recibir, guardar y distribuirlas en los dos puntos de vacunación con los que cuenta para que se inocule a los pacientes. Del cuarto donde está el frigorífico en el que se queda el fármaco sólo hay dos llaves: una la tiene Isabel y la segunda, un celador por si hay problemas.
«Empezamos a vacunar a las 8.30 de la mañana hasta las 3. Por la tarde seguimos y paramos cuando se nos acaban las dosis», recalca y añade que al centro sólo llegan dosis de Pfizer y Moderna. El 8 de abril lograron inmunizar a 126 personas. Cada punto de vacunación cuenta con dos profesionales. Mientras que una registra en el ordenador al paciente y el lote con el que se le ha inoculado, la otra es la que se encarga de poner el pinchazo.
Las enfermeras llevan todo el peso del proceso ya que también son las encargadas de ir llamando por teléfono a los pacientes para proporcionales la cita, también para la segunda dosis.
A veces el mayor no se puede desplazar y hay que ir hasta sus casas lo que hace el proceso más complicado. Sólo se pueden mover las vacunas de Pfizer y con mucho cuidado. Además, se requiere, al margen de las dos enfermeras, la presencia de un médico y un equipo de urgencias.
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