
Ver fotos
Secciones
Servicios
Destacamos
Ver fotos
Un centro de ocio, Kinépolis, el Bauhaus, una hamburguesería, un supermercado y, al girar la esquina… ¡Un monasterio de clausura! Santa Catalina de Siena no es una iglesia, como muchos de la zona conciben al ver de noche la luminosa cruz de neón que ilumina su torre. Es un convento en el que 36 monjas dominicas se entregan a una vida de silencio, austeridad, oración y retiro con la peculiaridad de tener su enclave en medio del mundanal ruido y destellos del conocido complejo Heron City de Paterna.
Tampoco es un convento al uso, con un diseño minimalista tan rectilíneo como las vidas que alberga. Desde fuera da cierto aire a un 'bunker', con sus paredes altas y formas cúbicas. Pero dentro el blanco, gris suave y mucha luz lo inundan todo de una paz y equilibrio que reconforta.
Llegamos a la explanada exterior, siempre abierta a visitas pero bien vigilada por cámaras de seguridad. ¡Tolón, tolón!, suena una campana eclesial pregrabada al pulsar el timbre exterior. Nos recibe la priora, Sor Pilar Marco, una turolense que lleva en la orden desde los 17 años. Le acompañan otras dos religiosas, ambas Teresa, y juntas reconstruyen la historia de su curioso emplazamiento.
«Nuestro convento estaba en Valencia, donde hoy se ubica El Corte Inglés de Pintor Sorolla. Albergaba a 100 religiosas y allí permaneció entre 1492 y 1970», recuerdan. El problema es que no cabían y el edificio estaba ya muy deteriorado. Era necesario mudarse. La orden vendió el terreno a un propietario y en su espacio se alzaron los grandes almacenes.
Noticia Relacionada
Se necesitaba un noviciado, pues había más de 50 jóvenes en formación, y la sede de la federación. Y se bifurcaron. Hubo un edificio en Torrent para el noviciado y sede federal, y otro convento, muy amplio, se estableció en Paterna. Fue mucho antes de que emergiera el centro de ocio y las urbanizaciones de adosados que hoy las rodean. «Era un pedregal, con algún chalé diseminado. Hasta tuvimos que traer el agua potable y la electricidad… No estaba ni el barrio de La Coma», recuerdan.
En aquel suelo rústico, junto al kilómetro 7 de la CV-35, ocuparon 70.000 metros cuadrados de terreno. Se alzó un nuevo convento, un huerto, mucho espacio y el deseado aislamiento que precisaban las dominicas. Pero la tranquilidad duró sólo dos décadas. «En 1992 llegó Heron City y los alrededores comenzaron a urbanizarse». Lo más molesto, recuerdan, «era el ruido de la discoteca 'Guru'», un 'chunta chunta' que se colaba entre las finas paredes del convento para perturbación de las religiosas.
Fue en 2005 cuando una carta del Ayuntamiento de Paterna les obligó a mover ficha. Hacía falta crear más accesos a Heron City y Kinépolis para evitar colapsos, el amplio monasterio resultaba un impedimento y «se creaba un PAI en la zona del convento». Según recuerdan, «estábamos obligadas a urbanizar pero el plan era muy malo para nosotras: que acabáramos en una zona bulliciosa con un convento que permitía el paso del ruido y sin nada de terreno». En esta encrucijada, y con la ayuda de contactos familiares, «votamos y decidimos unánimemente luchar por nuestro patrimonio». Les apoyó un abogado y dos arquitectos, uno de ellos urbanista. En medio del lío, apareció la multinacional alemana Bauhaus, interesada en fijar allí su actual macrotienda.
Al final «acabó todo como una permuta. Cedimos el terreno a Bauhaus a cambio de que asumieran la urbanización y la construcción del nuevo convento con las condiciones y espacio que realmente necesitábamos para nuestra vida religiosa», resumen. Empequeñecidas hasta una séptima parte del espacio que ocupaban, pero engrandecidas al conseguir un extremo tranquilo en el mapa de la zona y el convento de calidad que realmente querían, encargado a un arquitecto de plena confianza sobrino de una religiosa.
La odisea urbanística de las monjas desembocó en una joya del minimalismo religioso concebida con el cariño de un arquitecto para su tía y sus hermanas dominicas. Tras años de preocupación y tensiones, el 12 de marzo de 2014 tocó mudarse. Un convento moría y otro nacía a pocos metros. «Trasladamos en una semana cuadros, ornamentos, campanas, muebles y los restos mortales de hermanas enterradas en el anterior monasterio», detallan.
«Para nosotras, acostumbradas a que un convento dure cinco siglos, tanto cambio parecía una locura». Pero recuerdan la reflexión de la hermana Sor Manuela: «Si Dios lo ha permitido así será para darle mucha gloria», expresó la dominica ante el desenlace.
Santa Catalina de Siena ha servido para fusionar cinco conventos de dominicas. «Esto es un oasis de oración en medio de negocios y trasiegos», define la priora. «Hay quien cree y quien no, pero cuando llegan los problemas de verdad, la gente viene aquí y pide: recen por nosotros». Y a ello dedican enteramente su vida mientras, a pocos metros, se asan hamburguesas, se venden herramientas, se proyectan películas, corren las cervezas en un pub y cierto olor a fritura se cuela entre los jardines.
Las monjas amanecen a las 6.15 horas en sus 36 celdas, despertadas por música clásica. Primero, oración y Eucaristía. A las 9.30, desayuno. El resto de la mañana transcurre entre trabajos domésticos. A las 13, se sirve la comida y después se abre una hora para conversar. La tarde es para el estudio, las vísperas y la oración personal. A las 21 horas, cena, conversación y descanso a las 22.
El claustro sustituye las clásicas columnas y arcos por amplias cristaleras por donde la luz inunda las galerías. En sus paredes, las antigüedades atesoradas en pasados conventos rompen la pulcritud blanca. Hay candelabros, cuadros, imágenes y los muchos puzzles que compone una de las religiosas. En el medio, sobre un cuidado césped, crece un olivo centenario al que mira una blanca estatua de la Virgen de la Inmaculada.
Alberga el monasterio una amplia biblioteca y sala de estudio, con 7.000 tomos, entre ellos antiquísimos libros litúrgicos rescatados tras la Guerra Civil. Hay una sala de labor donde Sor Elisa y Sor Inmaculada cosen hábitos. Un taller de encuadernación abierto a cualquier encargo sirve de fuente de ingresos. También hay una estancia de reuniones con un televisor regalado «que se usa muy poco», detallan.
A excepción de Sor Pilar, que ve el telediario. Es una jerezana de 93 años de mente lúcida. «Miro las noticias y me entristece ver cómo seguimos viviendo sin hacer la vida agradable a los demás o los suicidios que crecen entre jóvenes». Ella, asegura, ve pasar desde su ventana «a tanta gente que va al centro comercial... Rezo por cada uno de ellos», revela religiosa.
La mayor parte del tiempo conversan con Dios por el canal de la oración, pero no son ajenas a los nuevos medios terrenales. «Hay internet y manejamos What'sApp, Zoom o Youtube», detallan las dominicas. «¿TikTok, dice? Eso ya no sé qué es», se extraña una de las religiosas.
A pesar de tanta tienda próxima, sus salidas son con cuentagotas. Lo manda su compromiso monacal. «Procuramos hacer pedidos, pero alguna vez hemos salido a comprar al súper de al lado o a buscar alguna herramienta al Bauhaus. Al centro de ocio, nunca», matizan.
Su retiro contemplativo no les impide admitir a visitantes en los grupos de oración o en las diarias misas matutinas. Nunca un centro comercial tuvo tan cerca tantos rezos. Por los que venden y compran, comen y beben, se divierten y cargan, por todos, sin excepción, oran las monjas dominicas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Patricia Cabezuelo | Valencia y A. Rallo | Valencia
Álvaro Soto | Madrid y Lidia Carvajal
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.