Acababa de trabajar a las seis y media y a las siete de la tarde me quedé atascado en la pista de Silla, entre Catarroja y Massanassa. Y mientras estaba parado, como era de noche, vi un reflejo en el suelo». Así comienza el relato de Iván Cegoñino, un trabajador que se sube cada día a la grúa de una aseguradora desde hace ya más de quince años. Quizás el hecho de que viva en Silla, un municipio que tradicionalmente ha convivido con las crecidas de una rambla, le puso en guardia. También que se hubiera decretado una alerta roja, de la que sabía su gravedad. «¿Cómo podía haber agua en el suelo si ahí no había llovido?», se preguntó. Y conocía la respuesta, que el barranco se había desbordado, así que inmediatamente tiró marcha atrás por el arcén y tomó la salida de Massanassa. «Me subí al puente de acceso a Ikea, que está en alto, y tuve claro que de ahí no me iba a mover».
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Lo que viene después va a quedar para siempre grabado en su retina. Porque el agua rápidamente comenzó a subir de nivel y la corriente cada vez era más fuerte. Lo que eran dos dedos de agua se convirtió en un palmo, lo que era un palmo se convirtió en medio metro, lo que era medio metro acabaron siendo casi dos metros de agua que bajaba a una velocidad inusitada. Y junto al agua, los vehículos. «Escuchaba los gritos de la gente pasar dentro de los coches sin que pudiera hacer nada por salvarlos». Sabe que llevará consigo los gritos de auxilio y los lamentos. «Tendré que vivir con ello».
La impotencia dio paso inmediatamente a la esperanza. En el centro de la rotonda ubicada justo debajo del puente se iban refugiando algunos conductores, y aunque estaba algo elevada, el agua enseguida les llegó a los pies. El pánico se apoderó de ellos. «Tiramos varias cuerdas, las atamos a las vallas del puente y, a pulso, fuimos rescatándolos. Fueron casi cincuenta personas las que pudimos subir», relata Iván.
También pudieron rescatar a unos chavales que iban en una furgoneta, que saltaron primero al techo de un camión y cuando el trailer comenzó a levantarse también, «hicimos una cuerda humana para salvarlos. Los chicos estaban aterrorizados, pasaron mucho miedo».
Iván recuerda la larga noche, cómo un camión abrió las puertas del remolque para que la gente se pudiera refugiar y descansar. También del momento en que los gritos de auxilio dejaron de oírse. Ni siquiera se escuchaba el rumor habitual del tráfico recorriendo una siempre bulliciosa Pista de Silla, en la que todo parecía en calma, anegada totalmente y bajo la cual había decenas de vehículos y también de personas. O las dos o tres horas en las que se quedó sin cobertura, mientras su mujer estaba angustiada en casa pensando lo peor.
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Tras la noche fatídica, Iván ha vuelto al trabajo, subido a la grúa, en una normalidad a medias. «He ido a Paiporta, o a Albal, a sacar coches. He visto cómo la gente ayuda, pero también he visto mucha crispación, porque hay personas que están muy desesperadas. Y también he tenido que ir a retirar algún vehículo en la ciudad de Valencia. Es otro mundo», cuenta Iván.
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