El potente foco que ha instalado Mario Martínez en la fachada de su peluquería ilumina, cuando el sol se recoge a partir de las seis ... de la tarde, una calle que sigue a oscuras 25 días después de una de las noches más tenebrosas de la historia de Valencia. Este profesional de Catarroja, con 27 años de experiencia en el gremio, se alza como una excepción en una de las poblaciones más golpeadas por la DANA.
Su local vuelve a brillar pese a las persistentes huellas del barro. Escaparate reemplazado, cambio del cuadro de luces, primera capa de pintura para disimular las marcas de una riada que en su caso alcanzó los dos metros y medio… Un lavado de cara que le ha permitido incluso recibir a los primeros 'clientes' de esta nueva era, aunque todavía no ha recuperado la actividad de forma oficial.
Se trata de un caso aislado. En la inmensa mayoría de las calles más azotadas por las inundaciones continúan predominando la desolación, el barro y los coches siniestrados. La economía está congelada mientras policías, guardias civiles, bomberos y militares trabajan en el camino hacia una normalidad que los vecinos no logran vislumbrar. «Ganas de seguir. Miedo a lo que va a venir. Y mucho agradecimiento», así resume sus sentimientos Mario.
La de su peluquería es una de las instantáneas que invitan a la esperanza. La representación de un resurgimiento lleno de incertidumbre. Su imagen forma parte de una galería de 50 fotografías que refleja la evolución entre el día posterior al desastre, el 30 de octubre, y el 20 de noviembre. 25 escenarios capturados desde el mismo lugar pero con una distancia de tres semanas exactas. Queda patente el progreso. Pero también el incalculable trabajo que hay por delante.
Este carrete de fotografías registra algunos de los escenarios con los que se ensañó la DANA. La Albufera multiplicaba el volumen de su lago mientras la riada asolaba, por ejemplo, Paiporta, La Torre, Torrent, los polígonos industriales de Riba-roja de Túria y Sedaví… La rambla del Poyo ha recuperado su aridez habitual y, en Catarroja, Mario por fin ha abierto la puerta de su peluquería para prestar «un servicio colaborativo».
A pesar de que todavía no ha recuperado la infraestructura de cobro con tarjeta, las personas que pasan por sus manos estos días compensan su esfuerzo con donaciones. Ha habilitado un rincón dentro del amplio establecimiento para poder cortar: «He montado este apartado de forma psicológica para que al que entra le parezca que no ha pasado nada». Con el mismo orgullo que ha preparado ese espacio, enseña una hoja repleta de cariñosas dedicatorias firmadas por miembros de Protección Civil de Huesca que han participado en las tareas de recuperación de este municipio de l'Horta Sud: «La pondremos en un cuadro».
Confía en remontar, aunque la preocupación es máxima: «Sé que va a haber una crisis en nuestra zona, como la de 2008. Todo el mundo ha perdido el vehículo y se tienen que comprar uno sí o sí. Entonces va a haber un recorte en peluquería, en bares… Es muy duro». Valora las pérdidas de su negocio en «entre 40.000 y 50.000 euros».
Mientras habla, se acerca a la puerta uno de esos clientes de confianza. Vive justo al lado. Es Óscar Banacloy, presidente de la escuela de fútbol base CD Catarroja. Quiere un retoque en el cabello. «Se va avanzando. Ahora se ve el asfalto aunque haya polvo y barro. El tema está en que no hay vida. Como están todos los comercios devastados, sólo ves bomberos, ejército, voluntarios… Tienes la sensación de que estás viviendo en un pueblo muerto», comenta este vecino, quien sintió «un abandono absoluto» durante los días inmediatos a la DANA: «Parecía el apocalipsis». Y se muestra escéptico: «Está el desespero de que han pasado tres semanas y ves que van a pasar muchos meses e incluso años para que haya una recuperación buena».
La riada agarró a Mario, una empleada y un cliente dentro de la peluquería. Se salvaron al subirse a un coche y, de ahí, al primer piso de la finca a través de la fachada. «Ha sido muy duro psicológicamente. Yo soy la tercera generación en el oficio. He pensado en dejarlo, pero sigo por mi hijo, que está en formación y tiene la idea de continuar, y por la chica que está trabajando con nosotros», cuenta el empresario, quien desde el miércoles 30 ha dedicado diez horas diarias a la limpieza del bajo con la ayuda de su entorno: «La gente se sorprende al ver el local, pero nos quedan muchas manos de pintura y mucha faena para que esto vuelva a ser lo que era». Experiencias clavadas en su memoria: «Tengo 50 años y por suerte tengo mucha faena. Yo nunca pensaba que iba a hacer una cola para pedir un plato de comida caliente y luego iba a sentarme en el suelo para comérmelo al lado de coches apilados».
En algunas zonas, como su calle, todavía no se ha reparado el alumbrado público. Por eso mantiene el foco del escaparate toda la noche: «Hay vecinos que me lo agradecen. Ves a gente con linternas en la cabeza». ¿Y el agua? «En algunas zonas la han recuperado esta semana», apunta. Se muestra comprensivo: «Nadie estábamos preparados para esto».
Perdió su coche. Igual que Chadili, dueño de una carnicería y frutería situada en el corazón de Paiporta. Tiene abiertas las puertas de su tienda porque, desde hace unos días, está donando alimentos. «Son cosas que nos han traído», explica.
Chadili está picando algunas paredes después del deterioro sufrido. Él y su mujer regentan la tienda desde hace un año, pero llevan 17 viviendo en Paiporta. «No sé cuándo podré volver a abrir. Hay que esperar a las ayudas del Gobierno. Poco a poco», comenta mientras agradece el apoyo recibido por parte de sus vecinos.
«También teníamos alimentación de Marruecos, alimentación latina, cosas de bazar… Tenía una factura de carne de 980 euros del mismo día de la DANA. No vendí nada. Todo se fue a la basura», lamenta. Calcula que los daños ascienden a 58.000 euros: «He perdido dos mostradores, la cámara, tres neveras, cuatro congeladores, la máquina de la carne picada, la sierra... He perdido todo». Sin olvidar la furgoneta de trabajo y el coche familiar.
El día 29 de octubre, cerró la tienda cuando el agua le llegaba por las rodillas. Luego acarició los dos metros. «Las calles están mejorando, había 40 centímetros de barro», destaca sobre la labor realizada durante las tres últimas semanas. Lo refrenda Jesús, un amigo de Chadili que ha acudido algunos días a la tienda para colaborar: «Hay voluntarios y militares que están quitando el barro. Ahora la calle está mejor, la están despejando. El pueblo ayuda al pueblo pero las autoridades también han hecho su parte. Los militares están reforzando mucho, han hecho mucha faena». La principal preocupación ahora es el desatasco del alcantarillado.
En la ciudad de Valencia, una de las zonas cero fue la pedanía de La Torre. Allí, Fernando Giménez está frente a su vivienda intentando recuperar un vehículo que puede haberse salvado. «He perdido tres coches», dice con resignación este mecánico. En uno de ellos circulaba de camino a casa cuando le sorprendió la riada: «Todavía no sé nada de los peritos».
La noche del 29 fue un infierno para él: «Pude salir del coche y refugiarme en un portal. Tuve que rescatar a gente que se estaba ahogando». La catástrofe ha dejado secuelas: «Tengo a mis dos hijas pequeñas mentalmente mal. Y hasta mi hija mayor, de 27 años, a veces sueña con el agua, sueña que se está ahogando». Por otra parte, su cuñada «estuvo tres días ingresada por una infección en una herida por el barro».
La Torre trabaja para pasar página. «Aquí tenemos un privilegio. Y es que estamos en primera línea de la pasarela por la que han estado pasando los voluntarios todos estos días. Aquí todo lo hemos sacado nosotros. Ahora se ve más o menos limpio. Pero hay municipios en los que todavía existe mucha catástrofe, mucha suciedad», apunta.
Sin embargo, el camino es larguísimo: «Está adelantado, pero falta mucho. No va lo rápido que debería. Queda mucho para llevar una normalidad. Esto es como la pandemia. Van a pasar años para que se normalice. Al pequeño comercio le va a costar mucho reabrir. Por aquí solo han abierto dos bares, una peluquería y la farmacia. Lo justo».
Impresiona, circulando por la Pista de Silla, observar el fantasmagórico aspecto del polígono industrial a la altura de Sedaví. En una de las naves, la de Renault Ginestar, se encuentra Raúl Cercós, responsable de centro. «Aquí no se ha salvado nada, sólo el hierro. Ordenadores, mobiliario, 115 coches siniestrados... Había coches de clientes y había coches nuestros nuevos y de ocasión. Sólo se han salvado los 22 coches que teníamos arriba», desgrana.
Un frenazo económico: «Tenemos a la gente en casa. Aquí somos 22 trabajadores. Hemos hecho un ERTE y hemos reubicado en otros centros a los compañeros que hemos podido». Raúl se marca un plazo: «Estamos esperando a habilitar por lo menos la exposición y una zona de taller para traer a más trabajadores y continuar con la actividad. Si todo va como toca, yo creo que en 10 días podemos tener un servicio mínimo de taller y de ventas. El informático, el electricista y el fontanero están trabajando en ello. Aquí el agua es de pozo y la bomba no funciona todavía. Sin agua estamos un poco parados».
Percibe una doble demanda: «Por un lado hay gente que se ha quedado sin coche y necesita reponerlo. Pero hay gente a la que no le ha afectado la DANA y necesita seguir haciendo sus revisiones o tiene sus averías». Su pronóstico resulta contundente: «La electricidad y la electrónica, cuando un coche se inunda hasta el techo, es irrecuperable. No es reparable».
En la nave, el agua alcanzó los 1,70 metros: «El último que salió de aquí fui yo. Salí a las 20 horas, cuando cerramos. Me encontraba tranquilísimo porque no tenía ni idea de lo que venía. Mandé a la gente a casa a las 19 por si se complicaba la cosa.»
El fin de semana pasado, se produjo una visible recogida de barro y enseres en las vías principales del polígono. «De cómo estaban los accesos el primer día a cómo están ahora, por lo menos ya puedes entrar y salir. Para eso han venido bomberos y militares. Estuvo el ejército portugués limpiando esta zona».
Donde Raúl no ha encontrado colaboración es en las tareas interiores de la nave: «Nosotros aquí no hemos recibido ayuda de fuera, todo lo hemos tenido que hacer nosotros. Entiendo que lo más importante era la gente particular». En este proceso, hay obstáculos: «Me está costando encontrar profesionales en maquinaria que hacen falta para sacar barro y demás. Hay una gran demanda. Es motivo de la saturación. Yo creía que ahora ya iba a poder tener un mínimo servicio, pero va más despacio de lo que yo pensaba».
Pasea por el embarrado taller mientras un técnico revisa el estado de las puertas para elaborar un presupuesto. Raúl ya ha dado parte de las pérdidas, aunque sigue esperando al Consorcio de Compensación de Seguros: «Hemos hecho la solicitud pero todavía no hay un expediente abierto. Hicimos fotos y vídeos de todo antes de sacarlo. Si no, esto estaría como el primer día». El angustioso desafío de la recuperación.
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