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El bar municipal es uno de los pocos sitios donde los vecinos del pueblo de Benimassot pueden reunirse. LP
«O te dedicas al campo o no hay nada que hacer»
INCENDIO DE LA VALL D'EBO

«O te dedicas al campo o no hay nada que hacer»

La vida en los pueblos sigue dependiendo de la agricultura | Los vecinos lamentan la falta de apoyos al sector primario, pero a la vez reivindican la tranquilidad y calidad de vida en el ámbito rural

P. SELLÉS/R. GONZÁLEZ

Benimassot/La Vall d'Ebo

Jueves, 25 de agosto 2022

La plaga de la Xylella, el papel de los intermediarios, la sequía y ahora los incendios forestales como el de la Vall d'Ebo. No dejan de llegar malas noticias para los trabajadores del sector primario, que por mucho que pasen los años siguen siendo el principal motor económico en el ámbito rural.

La estampa que presentan los pueblos en verano puede llevar a equívocos. Los niños corretean por las calles en dirección a la piscina, las partidas de cartas se suceden en el bar, y las noches se llenan de ambiente con los actos de las fiestas patronales. Pero a medida que se aproxime el otoño, la situación empezará a ser diametralmente opuesta. Las calles perderán su dinamismo, la media de edad de los vecinos se disparará y muchas casas se vaciarán hasta la llegada del próximo temporada estival.

Esa progresiva falta de relevo generacional no es óbice para que algunos jóvenes intenten subvertir, aunque sea tímidamente, el éxodo rural. En un pueblo como Benimassot, que ha reducido a casi la mitad su población en los últimos 20 años, la presencia de Tania Terol marca un contrapunto en el inexorable avance de la despoblación. Hija de benimassotera, Tania nació y se crió fuera del pueblo, aunque a lo largo de los años lo ha visitado asiduamente durante vacaciones y fines de semana.

Llegada a su edad adulta, este mismo año ha decidido emprender el camino inverso al de muchos que abandonaron el campo por falta de oportunidades. Desde el pasado mes de junio trabaja para el ayuntamiento, ejerciendo todo tipo de tareas. «Mantengo la piscina, limpio las calles, ayudo en el montaje para fiestas... La gente dice que es un pueblo pequeño y que no hay mucho que hacer; bárrelo tú, les contesto yo».

En Benimassot ya no hay venta ambulante de carne y pescado, y el médico sólo les visita dos veces a la semana

Las tareas de Tania se intensifican durante el periodo estival, que es cuando el pueblo se llena de vida. «En verano siempre está lleno, es impresionante; pero en invierno no hay ni Dios». Es fruto del devenir de los tiempos: la gente envejece, muere, y hay pocos que tomen el relevo. La falta de oportunidades laborales ha obligado a muchos a abandonar la localidad. «Si no te dedicas a trabajar el campo, ¿qué vas a hacer aquí?» asegura Tania.

Pocos servicios

La poca diversidad de servicios tampoco ayuda a permanecer en el pueblo. Los únicos establecimientos que hay en Benimassot son el bar municipal y la farmacia. También disponen de un hostal, pero lleva años cerrado. «Si te cierran el bar, no hay sitio donde tomarte un café o sociabilizar con los vecinos».

Por si ello fuera poco, desde hace un tiempo no cuentan con servicio ambulante de venta de pescado y carne, así que los vecinos deben desplazarse a localidades cercanas como Gorga o Cocentaina. A su vez, el médico solo visita el pueblo dos veces por semana, algo especialmente problemático en caso de una urgencia, y es que el servicio de transporte público es prácticamente inexistente en el Valle de Seta.

A pesar de estas dificultades, también hay razones para reivindicar la vida rural. «Ganamos en calidad de vida. En una ciudad vas como una moto y fácil es no conocer ni a tus vecinos, mientras que en un pueblo estás entre amigos y el trato es mucho más familiar». Consecuencia de ello es que las familias pueden dejar a sus hijos campar a sus anchas por la calle sin preocuparse, o que ante cualquier percance sea mucho más sencillo recibir asistencia.

Para mantener semejante calidad de vida, Tania reclama que las autoridades supramunicipales no les dejen de lado. «Vivir en la montaña no debería ser sinónimo de abandono. Yo pago mis impuestos, como cualquier otro ciudadano, y necesito que se me garanticen ciertos servicios».

La primera farmacia

Al igual que Tania, Manel Olivert también ha plantado cara al éxodo rural. Natural de Valencia, llegó a Benimassot en 2015 para abrir una farmacia, la primera del pueblo en toda su historia. «La vida aquí es totalmente diferente a la urbe; pero a mí me gusta la aventura, así que aquí me encuentro muy a gusto».

La pérdida de población en el pueblo también ha redundado en una bajada de la clientela. «Desde que yo llegué, el número de gente que vive en Benimassot todo el año se ha reducido a la mitad. Veremos cómo es la situación dentro de cinco años».

Vicent Ribes y Ángel Mateu, dos vecinos jubilados de la Vall d'Ebo. Tino Calvo

Dos clientas asiduas a la farmacia de Manel son Mercedes y Juana, vecinas de la localidad de toda la vida. Ambas han sido testimonio de los cambios que ha experimentado Benimassot a lo largo de los años. «La mayoría de gente se ha ido. Los jóvenes estudian y pierden el interés por trabajar el campo». Ese abandono de los campos es para Mercedes la razón principal de que los recientes incendios forestales hayan sido tan virulentos. «Muchos huertos están descuidados. Hacen falta ayudas para mantenerlos».

Las dos son viudas y sus hijos cada vez visitan con menos frecuencia el municipio. Lo mismo ocurre con otras muchas familias. «Cuando éramos jóvenes, el pueblo estaba lleno de vida y muy arreglado. Ahora hay muchas casas vacías que solo se llenan en verano. Es una pena verlo así», afirma Juana.

Este mismo panorama se repite en otros municipios de la Marina Alta que se han visto afectados por las llamas este mes. En la Vall d'Ebo, donde comenzó el incendio, también ha descendido de forma notable la población en las últimas décadas. Ya sólo les queda una tiendecita.

Ángel Mateu, un jubilado de 70 años, ha pasado toda su vida en Ebo. Tenía una carnicería, que entre su madre y él regentaron durante nueve décadas. En los buenos tiempos se hacían colas en la calle cuando llegaba Pascua porque eran muchas las personas que acudían desde otros lugares hasta allí para comprar carne y embutido.

Pero eso ya no ocurre porque el establecimiento se cerró y ahora para adquirir los productos cárnicos deben ir a localidades vecinas como Pego.

No se ven niños en las calles. Sólo han nacido dos pequeños en el último año y medio. El último nacimiento se había producido más de una década antes. Esto condujo al cierre de la escuela. Los esfuerzos se centran en conseguir que nuevas familias se establezcan en Ebo porque con dos niños más ya podrían volver a abrir el colegio.

"Si no hay gente joven. no hay futuro", recalca Mª Carmen, que teme que la Vall d'Alcalà se quede poco a poco sin vecinos

Lejos quedan aquellos tiempos en los que había más de 60 niños y niñas, rememora Vicent Ribes, jubilado de 65 años. Algo que corrobora Ángel.

«El futuro lo veo mal, volverá a ser el fuego porque no se trabaja la tierra y volverá a salir maleza». Recuerda el carnicero retirado que antes eran muchos los que se dedicaban al campo. En la actualidad «sólo los cuidan cuatro abuelos», comenta Ángel con pena, y explica que están pagando una cuota para evitar que la cooperativa desaparezca, como le ha sucedido a la escuela.

Vicent Ribes trabajaba la tierra. Desde los 18 años se dedicó a plantar pinos, a la limpieza del terreno, «pero no con desbrozadora, sino con azada», y también a levantar muros de piedra. De aquella época recuerda con melancolía el olor a manzana perelló que inundaba las casas por Todos los Santos.

Ángel Mateu lo tiene claro. «La solución sería que hubiera más gente, más tiendas y más niños». En definitiva, más población durante todo el año y no sólo en verano porque «en invierno esto se queda vacío».

Salvador Alemany y Mª Carmen Puchol en Alcalà de la Jovada. Tino Calvo

En la Vall d'Alcalà sucede algo parecido. Se llena de visitantes en verano y después pocos quedan para pasar el resto del año. Mª Carmen Puchol y su marido, Salvador Alemany, son dos de los habitantes del núcleo de Alcalà de la Jovada. Según explica ella, la mayoría son jubilados porque los jóvenes no se quedan.

Salvador solía vender pan por la zona. En los buenos tiempos repartía bastante, pero al final había días en los que sólo le compraban tres. Su mujer teme que con la agricultura cada vez más tocada, y más tras el fuego, el pueblo se irá vaciando según mueran los vecinos. «Si no hay gente joven, no hay futuro, sólo turistas», recalca Mª Carmen.

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