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Jueves, 30 de noviembre 2017, 01:18
Tenía sólo 23 años y había terminado la carrera de aparejador. Parecía en aquel entonces un chico con un futuro prometedor en el sector de la construcción, pero un día Jose Porta se sentó junto a su madre, Amparo Abril, y le dijo: «Me apetece montar un negocio en El Toro». Ella, criada en Puçol, vecinos los dos del Puig, no lo creía. «Yo tenía claro que no quería un restaurante y un hotel de playa. Tampoco un bar de carretera como los que hay ahí abajo en Barracas, donde posiblemente podría haber ganado más dinero. Deseaba algo más selecto, conocer a los clientes, recomendarles, hacerles fieles». Tan seguro estaba de lo que iba a hacer que la arrastró a ella también, una mujer viuda que trabajaba en Lladró. «Dejé mi empleo y me vine».
Comparten, más de una década después, sentimientos encontrados. Él feliz, ha formado una familia, tiene dos niñas de uno y dos años, un restaurante y un hotel rural precioso. Ella, a medias. «Es muy sacrificado este trabajo, porque no hay horas, no hay días. Si hay problemas con el cocinero estoy yo». Quizás le quede también esa espinita clavada de quien podría haberse prejubilado en la empresa donde trabajaba con una buena paga.
252 habitantes (2016)
Densidad 2,29 hab./km cuadrado
Distancia 86,5 km de Castellón
Altitud 1.011 metros
Es domingo y los vemos a pleno rendimiento. Es cierto que la faena baja mucho entre semana, pero decidieron abrir dos bares más dentro del pueblo. Así que una parte muy importante de la actividad económica de El Toro se debe a este joven que de pequeño venía a pasar los fines de semana y las vacaciones, a pesar de que aquí no tenía ningún arraigo familiar. «Siempre me ha gustado este lugar, a pesar de que si eres forastero al principio te miran con recelo. Muchas veces me dijeron que estaba loco, que no iba a irme bien». Otra vez ese punto de locura, de ir a contracorriente, de quienes eligen una forma de vida distinta a la de la ciudad.
El Toro forma parte del Alto Palancia, una comarca castellanohablante que linda con Teruel, y que se ha beneficiado tradicionalmente al ser lugar de paso. Pero a más de mil metros de altitud, el paisaje es inhóspito y a la vez bellísimo. Y aunque en el censo haya muchas más, apenas viven 150 personas en el municipio. El colegio ha estado a punto de cerrar. Pero es que Jose tiene claro que llevará a sus hijas a otro centro. «Aunque lo mantengan abierto, con dos o tres niños, no quiero que vayan solas, quiero que tengan compañeros».
Amparo accede a enseñarnos las habitaciones. Viene gente, sobre todo de los pueblos de l'Horta donde tienen sus raíces. «A pesar de que es un negocio estacional se puede vivir bien del turismo rural. Eso sí, hay que trabajar mucho», dice Jose. Se mueve. Ha organizado las jornadas de la seta, ahora empieza con las de la trufa. Bajan a Valencia, ponen publicidad en los coches. Amparo se lamenta de que tuvo que cancelar un viaje. Y tras una puerta, junto a la cocina, vive ella. Quizás necesite algo de distancia de vez en cuando.
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