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Begoña y Francisca abrazan a Loli, su rescatadora, en el centro de la imagen Irene Marsilla

El día que Loli fue un ángel

Begoña y su madre de 95 años, Francisca, se quedaron atrapadas en su vivienda inundada de Paiporta cuando llegó la riada hasta que su vecina arriesgó su propia vida para salvarlas a ellas y a sus animales: «Esto es un milagro. He resucitado. Aunque lo que he vivido no se lo deseo ni a mi peor enemigo», comenta con alivio la anciana

Domingo, 29 de diciembre 2024, 00:27

«¡Es mi ángel de la guarda! ¡Ella me sacó del infierno!» Francisca Moreno exclama cuando ve asomarse a Loli Beteta entrar por el umbral de su casa. La anciana pelirroja, de 95 años, se abraza a su salvadora. «Fueron 10 minutos larguísimos», dice con pena la mujer. Sus ojos se empañan de lágrimas. Pero aparta la tristeza de un plumazo. Enseña orgullosa sus manos. Lleva la manicura hecha de rosa y morado chillón. «¡He decidido que voy a aprovechar mi segunda vida!», revela entusiasmada. Francisca y Begoña Román eran las vecinas de Loli en Paiporta. Aquel 29 de octubre, la riada casi se las lleva por delante. Pensaron que el agua simplemente les llegaría por los tobillos pero en cuestión de minutos se vieron con el fango hasta el cuello.

«Yo podía trepar pero no pensaba dejar a mi madre ahí», confiesa Begoña. Estaban sujetas a los barrotes de la pared, esperando un milagro. Francisca había asumido que aquel era su final. «Le chillaba a mi hija: '¡Sálvate tú! ¡A ti aún te queda mucha vida por delante!» La mujer habla en un tono elevado de voz. «Es la sordera», explica Begoña. Todavía tiemblan al recordar los momentos agónicos que vivieron cuando llegó la dana. Sus plegarias fueron escuchadas. Loli estaba en el piso de arriba, cuidando de una vecina mayor que tenía miedo, cuando oyó los gritos de socorro. «No me lo pensé dos veces. Entré y le dije a Francisca: 'Te voy a salvar'», rememora. Ni siquiera podía nadar. Los muebles que flotaban por la estancia se lo impedían. Pero no se rindió. Dio brazadas hasta llegar a los barrotes que sujetaban los cables de la televisión donde estaban enganchadas madre e hija. Sacó una fuerza descomunal para su menudo cuerpo.

Lo único que hizo que la anciana no se lanzara a aquel denso fango fue la certeza de que su hija no le permitiría rendirse. «Sabía que si me dejaba caer vendría a buscarme pero no quería ser una carga para ella», revela la mujer mirando a Begoña a los ojos. Por suerte, llegó Loli antes de que tuvieran que lamentar ninguna pérdida. La rescatadora consiguió sacar a la abuela de aquella trampa mortal en la que se convirtió su vivienda de Paiporta impulsándola por la ventana. Nadie diría que fuera capaz al observarla de frente: no llegará al metro sesenta y pesará menos de 50 kilos. «Yo dije: '¡Por narices que te saco!», comenta Loli divertida. Repite el gesto con el que empujó a Francisca y la salvó de una muerte fatal. No fue fácil escapar de allí. «Estaba todo oscuro. No se veía el fondo. El agua estaba congelada. Cuando entré ya me llegaba por los hombros», rememora la rescatadora.

La anciana pensó que moriría aquel día. Pero así como asimiló su final, ahora hace planes de futuro. «Si consigo dinero compraré un cordero para que comamos todos. No tendré para un coche o una casa pero ya que estoy viva me tengo que dar un gusto», dice mientras se toca con las manos su camiseta roja y se balancea sobre sí misma. A pesar de su avanzada edad y la incipiente sordera todavía puede caminar erguida. Y dar cientos de abrazos a la mujer que le salvó la vida.

Loli no ha llegado a visitar a sus amigas con las manos vacías. Les ha traído una caja de madera que consiguió rescatar de su casa que quedó completamente inundada. Dentro metió un colgante de la mano de Fátima que pertenece a Begoña. «La estuve limpiando para daros la sorpresa», cuenta la rescatadora. Aquel cofre no vale nada: no es de las obras que hizo el marido de Francisca, que era escultor, cuando estaba vivo. Pero ha adoptado un significado especial como uno de los únicos objetos que resistió a la riada.

La salvadora y las mujeres rescatadas ya se conocían de antes de que ocurriera la desgracia. Relación de vecinas. Cruzaban alguna que otra palabra. Pero el trauma que superaron juntas ha hecho que se vuelvan familia. «Ahora Begoña me llama 'teta'», comenta Loli feliz. Enseña el WhatsApp. Hablan a todas horas. Se preguntan constantemente en qué pueden ayudarse. Aunque lo hayan perdido todo, la mujer de avanzada edad quiere dejar claro que ella también está dispuesta a aportar su granito de arena a que el mundo sea un lugar más amable. «Yo no tengo nada pero aunque sea para que os dé un consejo de la vida o para que os escuche guardad mi dirección», insiste la anciana.

Francisca y Begoña no eran las únicas atrapadas en el bajo. También estaban sus dos perros Yorkshire y su gato. Consiguieron rescatarlos a todos. Nadie tendrá que ir a dejar flores a aquella casa. Uno de los perros se resbaló de los brazos de Loli cuando trataban de salir. Pero la rescatadora no se dio por vencida. Buceó en la densa capa de lodo siguiendo la pista de los ladridos. Y lo encontró. Cinco vidas salvadas en cuestión de 10 minutos.

«Recuerdo que nos fuimos a casa de Loli después. Parecía que no iba a amanecer nunca», comenta Francisca ensimismada. Se pasaron la noche en vela, divisando por la ventana de la casa de Loli cualquier atisbo de sol. No tenían con qué limpiarse el barro que se había pegado a su ropa. «La pobrecita de Francisca no paraba de decir: 'Te voy a manchar todo' y yo le decía 'qué más da'. Al menos estamos vivas», rememora la heroína.

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La espera se les hizo eterna. Sin luz ni electricidad. Todavía no eran conscientes de que habían conseguido escapar del infierno. Loli le ofreció a la anciana lo único que tenía en la nevera: un guisado frío que había preparado apenas unas horas antes de que la riada devorara las calles de Paiporta. «Me supo a gloria», confiesa Francisca. Un festín en comparación a las peladuras de patata con las que se alimentaba la anciana cuando era una niña atrapada en la Guerra Civil. «Yo he vivido mucho. No pensaba que me fuera a pasar algo así». No se regocija en los momentos malos que ha sufrido. A la mujer se le hace la boca agua al recordar aquel plato de comida que le sirvió su vecina mientras esperaban a que se hiciera de día. Vuelve a darle las gracias. «Al menos tenemos la vida. Una amiga mía murió en su casa sola. Nadie pudo salvarla». Y rompe en llanto. Sabe que es afortunada.

Aquella vecina que no dudó en arriesgar su vida por ellas les regaló un mañana. Ahora la anciana planea su cena de Navidad y los próximos colores de los que pintarse sus uñas. «He resucitado. Esto es un milagro. Aunque lo que vivimos no se lo deseo ni a mi peor enemigo», dice Francisca y se abraza a Loli. Ahora, la abuela y su hija viven en otra casa que tienen en Benimaclet. Begoña nació allí en una silla. Cuando su madre envejeció, le dijo que se fuera con ella a Paiporta para poder cuidarla. Al final ambas han tenido que regresar a esa casa que la vio crecer para aferrarse a una nueva vida.

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