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Benedicto XVI, el Papa que hizo historia en la milenaria trayectoria de la Iglesia Católica cuando en febrero de 2013, –seis siglos después de que ocurriera por última vez–, renunció a la silla de Pedro; el pastor de los católicos que se convirtió en Papa ... Emérito al abandonar el encargo del cónclave, estuvo con los valencianos un año después de recibir el báculo pontificio. Ratzinger visitó la capital del Turia en julio de 2006 para presidir como Papa el V Encuentro Mundial de las Familias. Su nombre y el de Valencia se enlazaron para siempre en una cita que se cerró con la misa a la que asistieron 1,5 millones de fieles, como en su momento dio a conocer el Ayuntamiento de la ciudad. Durante dos días el entonces Pontífice fue valenciano, y los valencianos le acogieron con el afecto de sentirle suyo.
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El viaje a Valencia constituía el estreno de los periplos del papa Ratzinger en España, un país que le recibió en medio de las reformas legislativas impulsadas por el gobierno socialista presidido por José Luis Rodríguez Zapatero en asuntos que tocaban de cerca al concepto de familia como era el matrimonio homosexual o el divorcio express. En ese escenario, Benedicto XVI dejó los mensajes de la Iglesia en materia de familia, unidad concebida como comunidad de vida sobre el matrimonio entre hombre y mujer, si bien no hubo en la homilía de la misa central y de cierre del encuentro una referencia expresa al Gobierno de España.
Más allá de las alusiones a la realidad legislativa que en ese momento animaban el debate político y social, el pontífice trasladó al mundo desde las orillas del Turia, en cuyo antiguo lecho se celebró la multitudinaria misa de cierre del encuentro, un mensaje que se dirigía al mundo entero. Pidió a los gobernantes una reflexión en torno al «bien evidente» que supone la familia. Recordó que «el objeto de las leyes es el bien integral del hombre» y proclamó el matrimonio como «insustituible». La visita del Papa, como no podía ser de otra manera, tenía un significado pastoral que quedó muy claro en cada una de sus intervenciones, palabras llenas de doctrina tamizadas por la mirada de un pontífice de gran altura. Dejó mucho que mirar y que escuchar a su paso por las calles y puntos emblemáticos de la capital. Su impronta quedó grabada en el cap i casal.
Benedicto XVI pisó suelo valenciano cinco días después del accidente de metro que segó la vida de 43 personas el 3 de julio de 2006 en la estación de Jesús. Tan trágico acontecimiento sembró de luto unas jornadas que llevaron al Papa a marcar en la puerta de la estación de metro la primera parada de su recorrido por la ciudad a la que llegó el 8 de julio de 2006. Allí rezó por los fallecidos. No hubo pronunciamientos, sólo silencio, recogimiento, oración y recuerdo por las víctimas a cuyos familiares recibió más tarde en la Basílica de la Virgen de los Desamparados. Desde allí partió la comitiva en dirección a la Catedral.
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La parada en la Seo supuso el encuentro con una amplia representación de obispos y con los 800 sacerdotes, religiosos y religiosas de la diócesis. A todos ellos les encomendó la tarea de «mantener vivo y vigoroso el espíritu cristiano de los españoles». Pero antes se detuvo en la capilla del Santo Cáliz para rezar ante la reliquia que allí se venera.
Fue esa una visita a uno de los lugares más entrañables de la ciudad y que acercaron al pontífice al corazón de los valencianos, aunque quedaba otro enclave de gran significado y trascendencia para los fieles de esta tierra: la Basílica de la Virgen de los Desamparados.Ante la patrona, Benedicto XVI pidió con palabras pronunciadas en valenciano amparo en todas las necesidades. Y en ese mismo escenario se encontró con las familias de las víctimas del accidente del metro, a las que ofreció su apoyo.
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Cada paso que dio por las calles de la capital estuvo seguido por la presencia de gran número de valencianos y peregrinos llegados de todo el mundo para participar en un encuentro que disparó las cifras de personas implicadas en la organización y la celebración de cada uno de los acontecimientos que llenaron de contenido el encuentro.
Lo certifican datos como los que apuntan 5.000 personas reunidas en la Plaza de la Reina para verle llegar al corazón de la ciudad; dos mil falleros movilizados para una ofrenda de flores a la Mare de Déu; cincuenta vehículos de escolta a su comitiva y cuatro mil periodistas interesados en cubrir un acontecimiento de alcance universal. Y miles de peregrinos que se citaron en el viejo cauce del Turia para verle y escucharle en la misa del 10 de julio de 2006 a la que asistieron 1,5 millones de fieles. No cabía duda: los valencianos estaban movilizados.
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A la visita a la Basílica de aquel 8 de julio de 2006 siguieron por la tarde las recepciones a la Familia Real y también con las autoridades valencianas. Fueron momentos que sirvieron al papa para agradecer la «cercanía» con la que el pueblo valenciano le había acogido. También se reunió con el entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, quien no asistió a la misa del Pontífice en el cauce del Turia.
Ese primer día se cerró con la fiesta de clausura del Congreso Mundial de las Familias que precedió al encuentro y en cuyo transcurso Valencia ya mostró su cercanía con el pontífice. La soprano Montserrat Caballé, la Orquesta de Valencia y el pirotécnico Caballer aportaron el componente artístico de un fin de fiesta que tenia en el horizonte la misa que en la mañana del día siguiente se celebrará en el altar de más de 2.700, metros cuadrados que se levantó en el entorno de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.
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El cauce del río se convirtió la noche del 8 al 9 de julio en una especie de gran espacio de vigilia a la espera de la misa, el acto central del V Encuentro Mundial de las Familias. Miles de peregrinos pernoctaron al aire libre porque querían seguir cerca del Papa que había querido acercarse a ellos.
El deseo de aproximación al pueblo que le recibió en su primer viaje a España, y cuando habían pasado 24 años desde la anterior visita papal a la ciudad –la que realizó San Juan Pablo II en 1982–, llevó a que el entonces Pontífice se trasladara desde la Ciudad de las Artes hasta el aeropuerto con las ventanillas del vehículo blindado bajadas. Desde ese papamóvil no ahorró saludos a los fieles, adultos y niños, que siguieron los que fueron los últimos momentos de su estancia en Valencia.
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La despedida estuvo marcada por unas palabras llenas de afecto, una muestra más de que quien fue el pastor de la Iglesia Católica durante siete años estaba cerca de sus fieles. Ya en el aeropuerto de Manises, desde donde partió a Roma el 9 de julio de 2006, agradeció «vivamente la amable hospitalidad que me habéis dispensado y las muestras de afecto en todos los momentos de mi visita». Cerró su mensaje con un cálido: «Os llevo a todos en mi corazón. Mis sentimientos se unen a mi oración para que el Todopoderoso os bendiga hoy y siempre».
Fueron las últimas palabras del Papa que vio cómo los valencianos convirtieron su visita en una fiesta de la mano de tradiciones como el disparo de fuegos artificiales, la ofrenda de flores a la Mare de Déu o la constante presencia de la música. Y no faltaron las anécdotas, Benedicto XVI probó la horchata y, al parecer, le encantó y hasta unas cuantas raciones del típico refresco valenciano se fueron con él a Roma.
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Tras disfrutar del calor de los fieles, de la implicación de los miles de voluntarios y de las peculiaridades gastronómicas de la región, tres regalos de la Comunitat, resumíeron la esencia del sentir y el fervor valencianos.
El Ayuntamiento de manos de la entonces alcaldesa, Rita Barberá, le entregó una imagen de la Mare de Déu labrada en plata de ley. El expresidente de la Generalitat, Francisco Camps, le obsequió con una réplica del cáliz que entregó el papa Calixto III al pueblo de Xàtiva, una copa de plata de ley bañada en oro fino, con una inscripción que aludía al V Encuentro Mundial de las Familias. Otro de los presentes que recibió fue un facsímil de la obra de Sor Isabel de Villena, monja clarisa y escritora del siglo XV. Y el entonces presidente de la Diputación, Fernando Giner, le entregó un busto suyo de 80 centímetros, obra de Nassio Bayarri.
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Con Joseph Ratzinger viajó a la Ciudad del Vaticano la experiencia de una gran cita pastoral, el afecto de un pueblo que abrió las puertas de su tierra a él y a los miles de fieles que le siguieron. A estas grandes experiencias se sumaron esos simbólicos regalos que hablan de la fe y de las manifestaciones culturales que vinculan a los valencianos con todo cuanto representa un Papa. El Pontífice que ahora se ha despedido para siempre, regresó a la Ciudad eterna, como él mismo dijo llevando en el corazón a quienes habían participado en el universal encuentro, y en las orillas del Turia dejó la imborrable huella del sucesor de Pedro que movilizó a los valencianos para que ellos, junto con los miles de peregrinos que se citaron en la capital, le guarden memoria para siempre como uno de los suyos.
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