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Cualquiera que haya seguido estos días las comparecencias del presidente de la Generalitat, Ximo Puig, y de su consellera de Sanidad, Ana Barceló, podía ser, ayer, consciente de la gravedad de la situación incluso quitando el sonido de sus discursos. Su caras eran un poema, desencajadas. Conscientes, apenas días después de pedir tiempo para que las medidas actuaran , de que el virus va muy por delante del Consell desde hace casi un mes. Las cifras de ingresos y muertos que cada tarde engrosan el balance del coronavirus han acabado por no dejar opción a un Gobierno valenciano que afronta, además, su propia pandemia interna y que encara las semanas que están por venir con una profunda división entre socios a todos los niveles. Incluso ayer, en la reunión de la interdepartamental, donde hubo momentos de tensión cuando Compromís trató también de cerrar los centros comerciales. Los desencuentros no paran ni en una situación a la que Barceló sólo fue capaz de ponerle un adjetivo, sin paliativos: «Es muy grave».
Puig aprovechó ayer su comparecencia para ajustar cuentas con unos socios a los que dentro del Palau miran con profunda deslealtad por haber torpedeado las medidas que iba proponiendo el Consell con otras de mayor calado a través de los partidos. Unas restricciones que, ayer, Puig, tildó de «oportunistas» y alertó de que abanderar confinamientos como los que estos días han planteado desde Unidas Podemos y Compromís, no sólo no son factibles («el Gobierno central, que es quien tiene la competencia los descarta», dijo) sino que «generan desigualdades y no se habrían reabierto los colegios, espacios que se han demostrado seguros». «En la lucha contra a pandemia no hay recetarios», dijo. Y ayer, con franqueza, reconoció que las medidas que el Consell había impuesto en Navidad «no han sido suficientes».
Puig, que avisó a sus socios de que todas las medidas tienen un coste, no siempre efectivo. «Pero nunca dejaré de asumir mis responsabilidades», dijo.
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