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El sol daba de pleno en la puerta principal de la residencia Santos Reyes de Benisanó, aunque el viento soplaba frío en lo alto de la población, donde está situado el geriátrico. Pero ni el fresco del ambiente podía ahogar la alegría que se vivía entre residentes y empleadas. Hacía 24 horas que todas se habían dejado inyectar la vacuna contra el coronavirus y ya están esperando que llegue el 18 de enero para que les pongan la segunda y definitiva dosis que las inmunice.
Se muestran encantadas de poder hablar con nosotros y hacerse una foto, o dos o tres o 10. Almudena y Rosana, dos de las trabajadoras, empiezan a llamar al personal y a varias residentes. Faltaba a la que cariñosamente llaman 'la Matriarca'. «Venga, que faltas tú, Angelines». Y por su propio pie 'la Matriarca' se pone a posar para la foto.
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«He sido la primera en ponerme la vacuna. Lo pedí. Y no me dolió nada porque estoy acostumbrada a los pinchazos. Todos los días me ponen una inyección por el azúcar», comenta con naturalidad Ángela Álvarez, de 82 años.
«¿La vacuna? ¿Si he notado algo? Ha ido bien. Sin ningún problema. He dormido muy bien y ni me ha dolido la cabeza ni he tenido fiebre», afirma satisfecha. «Sólo molesta un poco el brazo, el hombro, por el pinchazo, como el de la gripe, pero nada más», dice Angelines.
Son 35 residentes, la gran mayoría mujeres, que viven en estas instalaciones y una docena de mayores que van al centro de día. Un trabajo que se reparten 30 empleadas. La media de edad de los residentes es de 86 años, cuentan las empleadas. «Y yo tengo 82», remarca Angelines.
Es de los pocos geriátricos que no ha tenido ni un caso de Covid-19 desde el inicio de la pandemia, comenta con satisfacción Almudena, una de las trabajadoras, adornada por un cabello caoba. «Somos su familia y tenemos que ir con mucho cuidado», apunta.
Desde fuera el edificio se ve añejo, aunque limpio. No es especialmente bonito ni feo y los colores de su fachada no son agradables, aunque para gustos, pues colores. Pero empleadas y residentes se tratan con familiaridad y cariño. No se percibe ninguna pose en sus gestos ni un desprecio en sus palabras. Humanidad es lo que se desprende.
Guadalupe Espinosa, Lupe, tiene 97 años y va con una silla de ruedas motorizadas. Como todas sus compañeras, también se vacunó el domingo y ha pasado una noche como todas las demás: «No m'ha fet mal el cap ni res». Lupe cuenta con la ventaja de que le trajeron la cama que usaba en su casa. «A ver si se acaba de una vez por todas esto porque tengo ganas de ir a casa, a l'Eliana, con la familia», afirma.
Lupe ama su pueblo y lo considera «el millor del món», asegura en un valenciano claro.
Recuerda que «antes alguna vez íbamos al mercado, podíamos salir a la calle, pero con este bicho, no podemos salir, no nos dejan», se lamenta ante las medidas de seguridad que adoptan en el geriátrico para proteger a los residentes.
«Estoy aquí y no me dejan salir. Pero con la vacuna dentro de poco podremos salir a la calle, seguro», confía.
«Me entretengo haciendo calceta. Ahora estoy tejiendo una bufanda rosa y blanca para una nieta. También hago bolsas de ganchillo. ¿Quieres ver una? Mira -mete la mano en una bolsa de plástico donde guarda la lana y las agujas-. Para guardar mis cosas».
«Si quieres una tendrás que ponerte en lista de espera», bromea Almudena.
Lupe esta sentada al sol, a la puerta de la residencia. Pocas veces puede estar así y no tiene ninguna prisa en volver al salón para seguir tejiendo la bufanda. Mira la calle con deleite y con envidia de quienes están en la acera, fuera de la residencia. «Quisiera salir a pasear por ahí pero no puedo».
Almudena, la enfermera, cuenta que a veces, cuando no había tantos contagios, salían alguna vez, daban la vuelta a la manzana, y volvían al centro. «Pero cuando comenzaron a ponerse otra vez mal las cosas», con el aumento de contagios, de positivos y a morir más gente optaron por refugiarse en el centro. «Están encerrados prácticamente desde marzo y tienen ganas de salir, de estar con sus familias y sus familias de estar con ellos. Esperemos que puede hacerse cuanto antes», desea la joven.
El aroma que sale de la cocina impregna el ambiente y a Lupe la reclaman en el comedor. El baño de sol, mascarilla incluida, queda para mejor ocasión.
Rosana, otra de las empleadas que también se vacunó como el resto de compañeras, agregó satisfecha, al igual que Carmen, la directora, que todo había ido muy bien. Sin reacción alguna ni fiebre ni malestar ni en residentes ni empleasos: «Ha ido muy ben, todo fenomenal». «Cuando vinieron a vacunar los hicieron todo muy fácil y rápido. De maravilla», dijo.
Almudena reconoció que tenía dudas antes de vacunarse, pero su estrecha relación con los residentes la convenció. «Pero ves que es un beneficio para ellos, que lo están pasando mal, que necesitan salir a la calle sin riesgo de que les pase nada, que necesitan que esto acabe pronto, y la mejor manera de ayudarlos es vacunarse. Y me decidí y estoy contenta por ello».
Amparo Vicent, de 95 años, también fue de las primeras de la Comunitat en recibir la vacuna, en este caso en la residencia Casa Retiro El Salvador de Torrent. «Me encuentro muy bien, gracias a Dios», explica desde el otro lado del teléfono. «Durante las horas siguientes no he notado ningún dolor», continúa, antes de describir la jornada del domingo como «formidable».
«Fue un poco como una fiesta», relata la directora, Mila Valero, que recuerda que el 11 de diciembre se tuvieron que restringir las visitas debido a la incidencia de la pandemia en el municipio, de ahí que tanto ajetreo fuera una grata novedad. «Se sentían como los primeros de España, vieron a más gente, estaba la televisión.... se sintieron protagonistas», resume.
En cuanto a las horas siguientes a la vacunación, Valero comenta que más allá de alguna molestia en el brazo y un caso de jaqueca, todo se ha desarrollado con absoluta normalidad. Se vacunaron los 23 residentes, que gracias al buen hacer del equipo profesional han pasado toda la pandemia libres de coronavirus. Y que así siga.
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