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Junto a las antiguas fincas de protección oficial de Na Rovella, inauguradas en los años 70, crece una lujosa zona residencial. IRENE MARSILLA

Las dos caras alrededor del Roig Arena

En una misma calle, Ángel Villena, afloran abruptas diferencias socioeconómicas: de los antiguos bloques de VPO a las urbanizaciones de lujo

Lunes, 16 de diciembre 2024, 00:20

Tres habitaciones. 84 metros cuadrados. Primera planta con ascensor. Precio: 69.300 euros.

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Tres habitaciones. 157 metros cuadrados. Decimoquinta planta con ascensor. Precio: 1.040.000 euros.

970.700 euros de diferencia en una misma calle. Ambos anuncios, publicados en noviembre en el portal Idealista, ... corresponden a dos viviendas ubicadas en Ángel Villena. Apenas unos pasos las separan. Pero las realidades son muy distintas. Casi opuestas. El piso económico, perteneciente al barrio de Na Rovella, forma parte de unos bloques de protección oficial construidos en 1978. Sector humilde, obrero. Una zona especialmente conflictiva en las décadas de los 80 y 90 pero que se ha apaciguado visiblemente. «Últimamente hay mucho okupa», lamenta Raúl, vecino y hostelero. Ese problema no existe unos metros más allá. También en Ángel Villena. Donde no hace tanto tiempo sólo existía huerta. Valencia crece, se expande imparablemente, y da lugar a contrastes como este. En las urbanizaciones modernas, de nueva construcción, los inquilinos lucen, generalmente, un perfil socioeconómico elevado. «Es un nivel alto. Son residenciales», admite Javier, uno de esos vecinos recién llegados. Pisos con garaje, trastero, piscina, jardines, parques infantiles, conserje… Otro ambiente. Eso sí, hay un sonido compartido. Es el de las máquinas que trabajan a destajo en la construcción del Roig Arena, el pabellón que emerge con poderío junto a las dos áreas. El pabellón, que prevé comenzar a funcionar entre la primavera y el verano de 2025, es un motor a punto de arrancar.

Precisamente, el pasado viernes, el Ayuntamiento de Valencia dio luz verde a la intervención que se realizará en las calles y parcelas situadas en el entorno del Roig Arena. Entre las actuaciones, destaca la creación de un gran parque urbano y la peatonalización de las calles Ángel Villena y Pintor Gassent. Más zonas verdes.

«Ya no me queda pan. Lo siento, tete», dice Raúl a otro vecino mientras baja la persiana. Nació y creció en Na Rovella, en una de esas fincas homogéneas levantadas a finales de los 70. «Esto no es un barrio, es como una familia. Llevamos 50 años aquí juntos y nos conocemos todos», comenta con orgullo Iván, cliente habitual. Una calidez que, de momento, no existe en las urbanizaciones de nuevo cuño. Durante el último lustro, el paisaje que había entre Ángel Villena y Antonio Ferrandis se ha transformado radicalmente. Los solares han sido sustituidos por el Roig Arena y flamantes urbanizaciones que incluyen apartamentos turísticos y hoteles. Un área en desarrollo donde, por ahora, los residentes echan en falta más alicientes en los bajos comerciales. Numerosos locales continúan vacíos mientras las viviendas disponibles se van agotando.

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Actualmente, en el tramo en auge de Ángel Villena, el precio medio de las viviendas supera los 500.000 euros. Una cotización al alza. Sus vecinos, pese a que se pueden dar la mano con los de Na Rovella, pertenecen oficialmente a otro barrio: el de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. La calle se parte desde el punto de vista urbanístico. Dos caras integradas en el distrito de Quatre Carreres.

En uno de los edificios más llamativos estéticamente reside Javier. Llegó en 2021, justo después de que pusieran el último ladrillo. «Yo vivía en Bétera en un adosado, que era mucho más grande que esta casa. Pero los niños se hicieron mayores y se largaron y nos apetecía venir a la ciudad», explica. Ve un sitio ideal para instalarse con niños merced a las zonas comunes de la urbanización: «A lo mejor el 30 por ciento de los inquilinos son extranjeros. Hay muchos ucranianos, holandeses, australianos, rusos, mexicanos, colombianos…». Foráneos con gran poder adquisitivo.

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Javier vive en uno de los nuevos residenciales, que pertenece al barrio de las Ciudad de las Artes y las Ciencias. MARIO M. G.

Vicent pasea junto al Roig Arena y mira hacia atrás. Literal y metafóricamente. Aterrizó en Na Rovella hace cuatro décadas: «Esto eran unas viviendas sociales muy baratas. La compró una hermana mía porque tenía muy poco sueldo. Valía 90.000 pesetas a pagar en 50 años. Se murió mi hermana y la heredamos. Aún no la he terminado de pagar». Cuenta que abona una cuota de amortización de 15 euros trimestralmente.

En 2028, al cumplirse los 50 años de amortización, estas Viviendas de Protección Oficial (VPO) agrupadas entre las calles Ángel Villena, Pintor Gassent, Hermanos Maristas y Fuente de San Luis podrán liberalizarse en el mercado. Es decir, dejarán de estar supeditadas a las restricciones públicas, que incluyen determinados límites del precio de venta y un derecho de tanteo en favor de la Administración.

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Vicent, de Na Rovella, paga 15 euros al trimestre: «Esto eran unas viviendas sociales muy baratas. 90.000 pesetas en 50 años»

En estas antiguas manzanas, atravesadas por pasajes, funcionan bares, una lavandería, un estanco, un supermercado, una frutería, una carnicería, una parroquia, un pequeño parque infantil, las dependencias de la Segunda Unidad de Distrito de la Policía Local, un Centro Público de Formación de Personas Adultas, una comisión fallera… Sin embargo, los vecinos lamentan que no haya más negocios. Hay varios establecimientos cerrados que cuentan con un mismo propietario. Y en la mayor parte de las fincas, las plantas bajas no disponen de uso comercial. Son diáfanas. No están seccionadas, pero sí tapiadas e inutilizadas.

Vicent es unos de los vecinos de los antiguos bloques del barrio de Na Rovella. MARIO M. G.

«Cuando se construyeron estos edificios, las plantas bajas estaban completamente abiertas. Sólo se veían los pilares. Y era peligroso. Luego se cerró todo», recuerda Vicent, jubilado. Trabajó desde los 14 años en la oficina de un profesor mercantil. Raúl, más joven, se muestra explícito: «Esto lo tapó la alcaldesa Rita Barberà. Antes, pasabas por dentro y había gente por ahí pinchándose. Estaba mal el barrio. Esto era como la Coma o el Liang Shan Po. Ahora se está volviendo una buena zona, están acabando con todo lo que había en el barrio. Ya no se ve lo de antes». Juana, una de las mujeres que estrenó estos bloques de entre 12 y 15 plantas, lucha contra los prejuicios: «Es un barrio de trabajadores y de aquí han salido yonkis y ladrones, pero también abogados y médicos». Curiosamente, una de las fincas, la única rodeada de bolardos, está reservada para guardias civiles destinados en Valencia.

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La tendencia que apunta Raúl también es observada por Vicent: «Ha ido mejorando un poco pero sigue siendo una barriada de baja extracción». No termina de sentirse cómodo. Y se queja, por ejemplo, del estado de los jardines que no están cercados y de la suciedad: «Falta un poco de sentido cívico por parte de la gente». Manuel Caamaño es repartidor de Correos Express y recorre Ángel Villena de arriba abajo. Ve «mucha diferencia» entre una zona y otra y entiende que Na Rovella sigue siendo «un poco conflictivo» debido a algunos incidentes que ha vivido mientras trabajaba.

Javier, frente al portal de la exclusiva urbanización en la que reside, comenta que suele pasear por el barrio antiguo: «Veo que empieza a cambiar el perfil de gente que hay allí. Está habiendo un nivel más medio. Poco a poco va subiendo el nivel adquisitivo de la gente porque van comprando casas. Al final, con el Roig Arena, se va a revalorizar aquella zona. De hecho, hay personas que me han preguntado porque querían invertir por allí en tema inmobiliario». Ante estos movimientos, teme que se pueda producir una gentrificación: «Al final el problema es que se desplaza a la gente».

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Los vecinos de Na Rovella se reparten entre dos colegios públicos: La Fonteta y Les Arts. Este último se trasladó en 2021 a la zona nueva con una infraestructura sufragada por Juan Roig. Y es que, en la avenida Hermanos Maristas, en la parcela donde antes se ubicaba el centro educativo, el mecenas valenciano ha construido un parking enmarcado en el proyecto del pabellón.

«En este colegio he visto a algunos niños de la zona nueva, pero muy pocos. La mayoría van a privados», cuenta Javier, quien avisa de que la parroquia Santa Marta puede seguir los pasos del centro educativo y aterrizar en Antonio Ferrandis: «Dicen que allí va poca gente a la Iglesia». En cambio, sí que se mantendrá en las viejas instalaciones el programa de Cáritas de apoyo social «a personas de origen africano, de etnia gitana…». Se trata de un refuerzo a nivel alimenticio y educativo.

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«No hay vida de barrio. Lo que necesitamos es, por ejemplo, un supermercado de proximidad», reclama Javier, de la zona nueva

Al calor del futuro pabellón, gran parte de los negocios que están abriendo sus puertas en el sector moderno incluyen la palabra 'Arena' en sus nombres: una farmacia, un hotel, un bar… Según los trabajadores, los clientes son «sobre todo vecinos nuevos y obreros de las construcciones». Por otro lado, funcionan una tienda de artículos de baloncesto y un instituto de cirugía plástica. También están ultimando los preparativos para poner en marcha un restaurante.

En las modernas y amplias calles, los vecinos echan en falta una mayor animación. «No hay vida de barrio. Y aparte, como han monopolizado los bajos, condicionan el alquiler para que sean actividades de alto valor. Te quitan opciones. Lo que necesitamos es, por ejemplo, tener un supermercado de proximidad por la zona. Al final te tienes que ir al centro comercial Saler a comprar, que es de lo que se quejan los vecinos. Se está haciendo turístico. Cada vez nos van dejando más aislados», lamenta Javier.

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Está previsto que el Roig Arena comience a funcionar entre la primavera y el verano del próximo año. IRENE MARSILLA

En varios complejos, los promotores están destinando las plantas bajas y los entresuelos a uso hotelero o pisos turísticos. A lo largo del último año, se ha llevado a cabo obras para habilitar algunos de estos espacios. En total, han surgido más de 100 habitaciones.

«Cuando empiece a funcionar el Roig Arena, todos los vecinos del entorno saben que van a mejorar los precios de sus viviendas», afirma Alberto López, presidente de la asociación de vecinos Rovella–Fuente de San Luis. Hay 'pelotazos'. Existen casos de propietarios que compraron pisos sobre plano por 200.000 euros hace cinco años y, posteriormente, los han vendido por 700.000.

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Iván ha nacido y ha crecido en Na Rovella. Tiene muy presente que la Inspección Técnica de Edificios (ITE) de las vetustas fincas de ladrillos cara vista está prevista para mayo 2028. Precisamente, el mismo año en que se producirá su liberalización, ya que se cumplirán los 50 años desde su calificación como VPO.

«Nos han avisado de que, en las fincas más próximas a la zona nueva, tenemos que poner un revestimiento blanco en la fachada para que no haga contraste. Salimos a 15.000 euros por puerta», asegura Iván, consciente de la necesidad de reparar los visibles desperfectos que han desembocado en desprendimientos. José, quien está tomando un café con él, expresa su indignación: «En este barrio somos trabajadores. ¿Por qué mi madre tiene que pagar 15.000 euros sin tenerlos para que me pongan la finca blanca?».

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En la avenida Alcalde Gisbert Rico, paralela a la calle Ángel Villena, también confluyen los dos ambientes. IRENE MARSILLA

Raúl, hostelero, destaca la influencia que están teniendo las nuevas construcciones en su negocio: «Eso ha hecho que nos vaya bien. Se ha notado la afluencia de gente. Vienen obreros, ferrallas, carpinteros… Todo el mundo que está trabajando ahí».

Sin embargo, Raúl observa una inquebrantable barrera social: «Los vecinos de la zona nueva no se relacionan con los de la zona vieja. El que vive en estos pisos, por circunstancias, ha tenido una vida que no ha sido realmente la que uno hubiese querido llevar. Los vecinos que viven en las fincas nuevas nunca van a tratar con la gente de aquí del barrio. Ellos tendrán otra forma de vida».

Una situación que conduce a Vicent a extraer una conclusión: «Yo creo que esto quedará como un gueto, aunque la palabra no es adecuada. Un gueto relativo, no en un sentido peyorativo, porque hay de todo. Yo creo que es una zona que nunca va a estar muy relacionada con el resto. A no ser que se vaya renovando. La diferencia social es impresionante, en mi opinión».

En Ángel Villena, la rutilante urbanización más próxima a los bloques antiguos hace esquina con Pintor Sabater. Allí se han levantado recientemente dos torres residenciales en las que, por escritura, la planta baja y el entresuelo están dedicados a apartamentos turísticos. Hay piscina, parque infantil, zona ajardinada y tres pisos de sótano para parking. Pero tiene una peculiaridad: más del 60 por ciento de las viviendas son de protección oficial.

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A la izquierda, al fondo, dos modernas torres con viviendas de protección oficial y pisos de alquiler vacacional. IRENE MARSILLA

Jesús es uno de los vecinos. Compró el piso el pasado mes de junio. «El nuestro es de protección oficial. Hay de una, dos y tres habitaciones. Son bastante asequibles. De proyección oficial, de una habitación con trastero y garaje incluido, están desde 176.000 euros. Son a pagar en 25 años», cuenta el mismo día que va a recibir en su nueva casa a los instaladores de la cocina: «Vivíamos cerca del centro comercial Aqua. Lo vendimos y compramos este. Huimos de la masificación». También hay vigilancia privada. Una alternativa a precio moderado dentro de un área exclusiva: «Bajas al parking y ves quién tiene poder adquisitivo y quién no».

Echa en falta más alicientes comerciales: «En la parte más antigua las opciones son mínimas, bares y poco más. Y aquí hay poco de momento. Pero la zona está bien». Jesús acostumbra a «tomarse el café» en una terraza de las fincas viejas de Ángel Villena, junto al casal fallero y frente a la parroquia: «Las personas que viven ahí son más humildes, son de clase trabajadora. Pero bueno, nosotros también lo somos. Dentro de lo que cabe, el barrio es muy tranquilo. No hay ningún problema. Nosotros paseamos por ahí. La relación es como debe ser».

En la calle Pintor Sabater, se produjo un movimiento estratégico antes de verano. La farmacia Martí-Requena, que nació en 1978 al abrigo de las manzanas de Na Rovella, ha caminado 200 metros, pasando del portal número 3 al 21. Pero es mucho más que una simple recta. Han dejado su modesto local para marcharse de alquiler a un amplísimo establecimiento situado en los bajos de una moderna urbanización.

«Antes la farmacia era pequeñita, era como una botica. La diferencia es obvia. Ahora tenemos un local mejor, más grande, podemos ofrecer mucho más servicio, y podemos combinar la gente. La idea es dar servicio a todos», explica su propietaria. Aspira a cubrir la demanda de ambas zonas, aunque reconoce que la clientela anterior «se ha repartido un poquito». Asume la existencia de «una barrera» socioeconómica: «Pero aquí no notamos ninguna diferencia. Entran personas de aquí, personas de allí, y todos perfectos. Estamos muy poco tiempo y todavía no hemos visto todo el movimiento de gente nueva». Una farmacia convertida en un punto de encuentro.

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