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Eva (nombre ficticio) enseña algunos de los papeles que relatan el calvario de su hija adicta al móvil. DAMIÁN TORRES
El drama de una adolescente valenciana enganchada al móvil 16 horas al día

El drama de una adolescente valenciana enganchada al móvil 16 horas al día

Una madre denuncia la situación desesperada de su hija de dieciséis años, que lleva dos años sin ir al instituto y que se pasa el día metida en su habitación jugando en línea

Martes, 23 de enero 2024, 02:06

El testimonio de esta madre, a la que llamaremos Eva, estremece. No sólo por lo que cuenta, sino porque cualquier padre que lea este reportaje va a preguntarse dónde está la línea en la que se cae al abismo. La frontera en la que ese adolescente que pasa horas en su habitación, que responde de malas formas, que no hay forma de que deje el móvil o la 'play', que incluso saca alguna mala nota, se convierte en un adicto. Eva y su historia interpela a cada familia en un momento en que la sociedad todavía no sabe cómo gestionar el uso de las pantallas.

Eva, que vive en un municipio de l'Horta Nord, llega desbordada de papeles y los extiende sobre la mesa. Son el resultado de un periplo en el que lleva metida tres años, en una carrera contrarreloj para que su hija, a la que vamos a renombrar Clara, sea valorada y pueda entrar en un centro de desintoxicación. Cumple 17 años en unas semanas, y en el momento en que sea mayor de edad Eva ya no va a poder luchar por ella ante las instituciones para sacarla del «pozo profundo» en el que se encuentra, postrada voluntariamente en su cama, con unos «ojos de búho fijos en el móvil durante catorce, dieciséis horas. Ni yo misma lo sé». Y a la pregunta de dónde está en estos momentos, a las diez de la mañana de un viernes, la respuesta es la misma que cualquier otro día, a cualquier otra hora. «En la cama con el móvil».

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Pero, ¿como Clara ha llegado a este punto en el que lleva dos años sin ir a clase, encerrada en su habitación, sin sentarse siquiera a comer con la familia? «Todo comenzó cuando le regalé un móvil en la comunión», dice Eva, que ha asumido la culpa de todo lo que ha ido ocurriendo con aquella niña a la que recuerda de pequeña tímida y sensible. Eva se fustiga no sólo por aquel regalo «envenenado», también porque Clara ha crecido muy sola. Hija de padres separados desde que tenía tres años, «la relación madre hija ha sido regular, y su padre aparecía sólo de vez en cuando; nunca ha cumplido el régimen de visitas y nunca me ha pasado pensión de alimentos, así que he tenido que trabajar para sacarla adelante. Sí, la he dejado de la mano, y el móvil ha sido su refugio».

Consecuencias de la adicción al móvil

La situación es tan grave que Clara se ha convertido en un adicta a la cafeína para poder aguantar más tiempo despierta, con problemas de insomnio, enganchada a la pantalla, con sus juegos en línea, aunque realmente Eva no sabe qué está haciendo con el móvil en la mano. Tiene dermatitis seborreica en el cuero cabelludo de los nervios y las consecuencias de esta inmovilidad ya se están dejando notar en sus músculos, que se han ido atrofiando -«mi hija se cansa sólo con subir una escalera»-; también en su cerebro que, según su madre, no reacciona a los estímulos o, al contrario, lo hace con violencia. Sobre todo si tiene que ver con el móvil. «Llegué a intentar quitárselo a la fuerza y tuve que denunciar a mi propia hija. ¿Sabes qué es eso para una madre?». Eva, sin embargo, tiene los ojos secos, no llora en ningún momento pese al crudo relato. Al revés, su mirada desprende una férrea determinación que confirma con palabras. «Me siento agotada, de contar siempre lo mismo, de escuchar buenas palabras, de llamar a puertas, de que me deriven aquí y allá, de la sensación de que nadie hace nada por mi hija y tengo miedo de que un día se tire por la ventana. Eso es lo siguiente. Pero no voy a parar. Aunque la viera tirada en la calle. Cualquier madre recogería a su hija».

Recuerda a aquella niña que sacaba notable, responsable, que en la pandemia comenzó a meterse en el baño durante demasiado tiempo. «Seguía haciendo los deberes, hasta que hace tres años comenzó a faltar al instituto y se aferró al móvil, como si fuera su tesoro». No sabe responder Eva a la pregunta de cuál fue el momento en que siente que todo se torció. Pero todo se torció.

Los adolescentes y las pantallas

El 25% de los adolescentes españoles en la ESO se conectan más de cinco horas durante los fines de semana a las pantallas y un 22% todo el día, según un estudio de la Fundación Adsis.

Efectos del uso abusivo

Entre los problemas derivados de su uso, según este mismo estudio, un peor rendimiento escolar, discusiones con la familia, aislarse de ella, interferencias en las actividades diarias, como hacer deporte, o alteración del estado de ánimo. Además, hay un aislamiento físico de las amistades y también se produce malestar cuando no pueden conectarse, lo que lleva a ir incrementando las horas de uso de las pantallas. En muchos casos hay un gasto de dinero porque los juegos siempre se monetizan.

El 62%de los menores entre trece y diecisiete años han visto porno, y más de la mitad han accedido a esas imágenes antes de cumplir los trece, según un estudio de Save The Children.

El consumo del porno

España es uno de los países en los que más porno se consume entre los jóvenes. La mayoría de los que lo hacen son varones. De hecho, el porcentaje de consumo duplica al de las chicas. Y más de la mitad de los adolescentes que consumen pornografía reconocen que ha ha influido en sus relaciones sexuales. Según la memoria de la Fiscalía General del Estado del 2022, en España se ha producido un incremento en un 116% las agresiones sexuales perpetradas por menores durante el último lustro.

Eva cuenta su situación, viviendo en casa de su pareja, a la que vamos a llamar Hugo, con el padre anciano de Hugo. Ella limpiando escaleras para poder llegar a fin de mes, con una hija menor que adora a su hermana, pero «yo le digo que la teta está enferma. La semana que viene es su cumpleaños y la ha invitado, porque es su persona especial, pero Clara la echa de la habitación cuando va a verla. Y le duele mucho». El conflicto que mantiene con el padre de su hija no ayuda, porque cuando le ha requisado el móvil, a las horas ha aparecido con otro. «Mi ex no cree que tenga un problema, y se negó a que fuera tratada en la Unidad de Conductas Adictivas. «Decía que la iban a dopar, y que su hija no estaba loca. Yo misma la metería en un centro, pero vale cuatro mil euros al mes. ¿Quién puede pagar esa cantidad?» Por eso considera tan importante que la sanidad pública vea que necesita ayuda con su adicción al móvil, porque «el tiempo corre en su contra».

De momento, llevan quince días en terapia conjunta. Madre e hija. «Nos han mandado unas pautas». Las enseña entre tanto papel. Para la hija, que mantenga ordenada la habitación, que salga a comer con la familia, que vaya a clase. Para la madre, que establezca unas rutinas claras, que se dirija a su hija con respeto, que no se apoye para todo en su pareja. «Mi hija no ha cumplido nada», y admite que estas reuniones se han convertido en el lugar donde se desahoga, donde saca todos los reproches que se va guardando al otro lado de la puerta de la habitación. Y recrimina a la administración cómo su caso se ha convertido en una pelota que va rebotando de un lado a otro. Se llegó a presentar ante la Fiscalía de Menores, pero asegura que la rechazaron de malas formas.

La inacción del instituto

¿Y el instituto? ¿No hizo nada? Eva ha visto vídeos en los que se ve a su hija y a otros alumnos de clase jugando en línea en el tiempo en que un profesor se va de la clase y llega otro. Cuenta cómo la compañía telefónica le penalizó por un uso desmesurado de datos cuando estaba en clase. «Estoy segura de que compartía los datos a cambio de dinero». Cuando estaba en tercero de la ESO iba de forma esporádica al instituto. «Sólo se limitaba a decir que se burlaban de ella porque no aparecía por clase, y cuando lo hacían al día siguiente no volvía. Así y todo pasó de curso porque los profesores argumentaron que cuando asistía tenía buena conducta. Y en cuarto sólo llegó a ir unas pocas semanas. Y otros quince días en su nuevo instituto, repitiendo cuarto». Eva enseña las notas. Un IN (insuficiente) recorre las casillas de las notas de las asignaturas. «Dicen que hay que educarlos en casa, pero, ¿y el colegio? ¿No tiene ninguna responsabilidad?», se pregunta.

Hay muchas cosas que Eva no sabe de su hija. Por ejemplo, no conoce quiénes son los amigos con los que sale de vez en cuando. ¿Drogas, alcohol? «No lo sé, no sé nada de lo que hace». En su casa tiene como norma que si no vuelve antes de las once y media de la noche no puede hacerlo hasta el día siguiente. «Duerme en casa de su padre, pero alguna vez su padre llama de madrugada preguntando dónde está». Este verano salía todos los días. ¿Con qué dinero? «No lo sé, supongo que su padre, pero lo que tengo claro es que la adicción al móvil lleva a otras adicciones».

Durante el relato atropellado de Eva, que va saltando en el tiempo y en las circunstancias, habla de su culpa, pero también de cómo este es un problema que afecta a toda la sociedad. De cómo en su caso las circunstancias familiares han agravado una situación que ha abocado a una niña sensible e inteligente a encontrarse ante un infierno del que no sabe y no puede salir. De una madre que con sus herramientas ha hecho lo que ha podido. Recuerda que un día en el polideportivo, mientras su hija menor jugaba a básquet, vio cómo una abuela le dejaba el móvil a su nieto de ocho años, que se quedó jugando en el bar con otros amigos y se saltó el entrenamiento. «Salté. Se lo recriminé a la mujer, si no veía lo que estaba haciendo. Que les hemos dado un arma a los niños y ahora no sabemos qué hacer con ellos». Y se disparan a sí mismos. De hecho, Eva cuenta que su hija dice que quiere morirse, autolesionarse, tirarse por la ventana. «Pero como de momento no hay violencia... ¿Tenemos que acabar a golpes para que alguien haga algo?».

A esta madre le hubiera gustado que alguien la hubiera avisado. Que le hubiera dicho que sí, que el móvil, más allá del riesgo de que se caliente y explote, conlleva unos peligros mucho mayores. Y habla del juez Calatayud. Enseña un vídeo de Youtube donde el popular magistrado cuenta cómo los niños se han convertido en autistas, y Eva reconoce a su hija. Relata que juzgó a un chaval por maltrato a sus padres, pero que en realidad su problema era que llevaba tres meses sin dormir, enganchado a los juegos en línea. O a otro que ni siquiera se levantaba para ir al baño. «Y si yo hago pública el drama de mi hija no es sólo por mí -dice Eva- sino para que la sociedad se conciencie de que tenemos un grave problema. Como dice el juez, ¿en quiénes se fijan ellos, si estamos todos enganchados?».

Eva tuvo visita hace tres días en la Unidad de Salud Mental Infantil y Adolescente (Usmia). Le ha costado meses. Sí, van a valorarla, otra palabra que ha tenido que aprenderse entre tanta jerga administrativa. Esa valoración será, cuando llegue, el primer peldaño para que Clara pueda salir del agujero en el que está metida. «Tiene todo un mundo por descubrir y una vida por delante para hacerlo si levanta la mirada del móvil». Y ahí es la primera vez que se le aguan los ojos.

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