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Un vecino de Aldaia en la puerta de su casa llena de barro. J. L. BORT
Aldaia, un pueblo devastado que ha vivido la tragedia en el olvido

Aldaia, un pueblo devastado que ha vivido la tragedia en el olvido

Los vecinos y el alcalde lamentan la falta de ayuda, excepto la de los voluntarios, recibida para la limpieza de la localidad

Laura Garcés

Valencia

Lunes, 4 de noviembre 2024, 01:04

Cuesta encontrar la palabra que defina la situación en la que se encuentra Aldaia. Hoy la elocuencia la tienen las imágenes. «Sólo han venido los voluntarios». Es la afirmación más repetida por los vecinos de esta localidad de l'Horta Sud que hablan con LAS PROVINCIAS desde el umbral de sus casas, el umbral de miles de tragedias personales, la tragedia del pueblo valenciano.

Quién diría que las calles arrasadas por el barro y ocupadas por montañas de enseres destrozados que esperan el paso de los camiones que van y vienen para llevarlos a los puntos de vertido, hace sólo una semana eran el escenario de la normalidad. Quién diría que ahora los vecinos rocían los accesos a sus viviendas con lejía porque «esto se tiene que desinfectar, de lo contrario podemos contraer muchas enfermedades».

Los habitantes de Aldaia lamentaban que por allí no había pasado «nadie». Ayer había empezado a llegar ayuda, más allá de la de los voluntarios. El alcalde, Guillermo Luján, ya lo había dicho el domingo. Exigió ayuda «urgente» para una localidad afectada «al 99 por ciento. No ha quedado un comercio, no ha quedado una vivienda que se haya librado y hay miles de coches por recoger». Habló de «una necesidad imperiosa». Sentía «desolación e incomprensión» al ver que Aldaia estaba considerada zona de baja afectación, cuando la situación es «catastrófica». Luján urgía a enviar medios materiales y efectivos. Como él, los vecinos que hablaban con este diario manifestaban un sentimiento de soledad, de olvido. Y seguían limpiando.

Las mascarillas se han incorporado. Las calles ya desprenden el indescriptible olor a riada, ese triste aroma del barro que quienes lo han aspirado alguna vez saben que nunca se olvida. Las palas y los cepillos no detenían el ritmo impulsados por la voluntad de los propios que luchan por salvar lo poco que les ha quedado, y por la generosidad de los que llegan. Agentes de la Policía Local voceaban: «¡Por las aceras, por las aceras!».

Andrea, la propietaria de una tienda de indumentaria valenciana, revisa las telas. J. L. BORT

Los voluntarios ayer fueron menos porque Aldaia es uno de los pueblos a los que se había restringido la entrada. Circulaban camiones, palas, tractores…

Desde la entrada y hasta el corazón del pueblo: barro, coches destrozados, montones de enseres embarrados, bajos arrasados, casas abiertas por cuyas puertas los propietarios seguían sacando historias familiares hechas trizas... El dolor acompañaba los pasos. Muy cerca de la plaza una mujer decía que había que echar lejía. «Esto se tiene que desinfectar, de lo contrario podemos contraer muchas enfermedades», respondía Ana a preguntas de LAS PROVINCIAS mientras en la puerta de su casa vierte el líquido desinfectante y anima a otros a que también lo hagan. Ella, «todos los días» ha estado «tirando lejía». Durante la conversación aparece María José, que se abraza a Ana llorando. Son amigas, «como hermanas», y todavía no se habían visto desde la más que oscura noche del 29 de octubre.

El pueblo seguía sin suministro eléctrico. No había agua en todos los domicilios, «va por zonas». En la calle Mayor, Encarna y Ángel limpiaban la casa donde nació ella, también su padre. No es su domicilio, pero el disgusto es grande. Han visto desplomarse los recuerdos y emociones de toda la vida. Ante la fachada, un montón de libros manchados lo dice todo. Tenían «un gran valor sentimental». Pero hay más preocupaciones: «Esta mañana en casa, vivimos en un tercer piso, ha sido el primer día que hemos tenido un hilito de agua. Hay vecinos que sí tienen. No hay ni para baldear, ni para limpiar, ni siquiera para ducharse», explica Ángel, quien lamenta que han pasado «cuatro días sin tener noticias de Aldaia». Eso sí, los voluntarios, «no os podéis imaginar cómo han ayudado».

En la misma calle una montaña de telas con bordados dorados que han perdido el brillo. Es la tienda de indumentaria valenciana de Andrea, quien confiesa haberlo «perdido todo». La raya del agua está a 1,20 metros. «El aviso llegó tarde», advierte la hija. «Ahora estamos empezando a ver a alguien de las fuerzas de seguridad. Había Policía Local de Aldaia y de otros pueblos de alrededor, pero del Ejército no».

Esta calle y las de su alrededor sólo son un ejemplo de un pueblo arrasado, de una localidad que llora la muerte de seis de los suyos y que se ha tenido que quejar para recibir apoyo. Cerca de la iglesia está el párroco de la Anunciación y de La Saleta, Francisco Furió. También el sacerdote refiere que Aldaia ha sido víctima del olvido: «Ha venido ayuda de gente, una barbaridad. Había momentos que no sabías dónde mandarlos. Ayuda pública alguna cosilla, pero nada». Sus amistades le han dicho «Aldaia no sale por ningún lado». El párroco sabe que tendrán mucho qué hacer para ayudar y adelanta su inquietud para dentro «de unos quince días o un mes. Ahora estamos recibiendo muchos alimentos. Tendremos muchos kilos de arroz, pero no habrá dinero para comprar una lavadora, una nevera», necesidades que, sin duda, surgirán.

«No veo el final», advierte Amanda mientras observa el motor de su coche convertido en chatarra y explica que hasta el martes trabajaba «en una tienda del centro comercial Bonaire». ¿Y ahora? «No tengo ni idea». Le basta saber que su gente está bien.

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