![«La edad no es ningún impedimento. Aquí hace falta mucha ayuda»](https://s1.ppllstatics.com/lasprovincias/www/multimedia/2024/11/22/matrimonio-RG7NUk9AaSxSUzvST4AyGaK-1200x840@Las%20Provincias.jpg)
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Chema Bermell
Valencia
Lunes, 25 de noviembre 2024, 00:21
La DANA que azotó la provincia de Valencia el pasado 29 de octubre dejó un rastro de destrucción y una herida profunda en el corazón de sus habitantes. Con el desbordamiento del barranco del Poyo y el río Magro, miles de personas vieron sus casas ... y vidas destrozadas. Entre el caos, surgieron héroes inesperados: una legión de voluntarios dispuestos a trabajar sin descanso para aliviar la carga de los damnificados.
No solo los jóvenes cruzaron lo que ahora se llama 'el Puente de la Solidaridad', sino también una generación a menudo relegada a un papel secundario: los mayores. Con palas, cepillos y su inquebrantable espíritu de servicio, demostraron que la edad no es una barrera, sino un pilar de fortaleza. Ellos, junto a jóvenes, profesionales de emergencias y vecinos están llevando la esperanza a las zonas afectadas.
Javier Cabezas, de 64 años, y su esposa, Julia San Segundo, de 66, son el rostro de esta solidaridad. Este matrimonio madrileño dejó la comodidad de su retiro para unirse al esfuerzo colectivo en Valencia. «Cuando nos enteramos de la crisis, algo nos llamó. Aquí hay mucha gente que necesita ayuda, y decidimos venir», comenta Javier después de una dura jornada tras descargar un camión de ayuda en Paiporta.
El vínculo personal de la pareja con Valencia les dio el impulso definitivo. «Tenemos amigos aquí, y aunque ellos están bien, no podíamos quedarnos de brazos cruzados. Sentíamos que teníamos que hacer algo», añade Julia. Desde su llegada, se han sumado a las tareas organizadas por la Plataforma de Voluntariado de la Comunitat Valenciana (PVCV), colaborando con la Unidad Militar de Emergencias (UME) y el ejército en la limpieza de casas y el reparto de ayuda humanitaria en Paiporta, Catarroja y Massanassa.
Julia recuerda momentos especialmente duros. «Ayudamos a una señora que rompió a llorar al contarnos su experiencia. Se quedó incomunicada de su familia durante la riada y pensó lo peor. Escucharla fue desgarrador, pero a la vez nos recordó por qué estamos aquí: no solo para limpiar barro, sino para acompañar a quienes han vivido el horror», relata.
Para Javier, la experiencia ha sido transformadora. «Ahora entiendo lo que significa devastación. No es solo perder cosas materiales; es perder tu estabilidad y tu tranquilidad. Aquí hemos visto a personas que lo han perdido todo», reflexiona.
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Aunque el trabajo es agotador, ambos coinciden en que el esfuerzo vale la pena. «Estamos jubilados, tenemos tiempo. Lo único que pedimos es que no se olvide Valencia. Esto no es cuestión de días, sino de meses o incluso años. Hay muchísimo por hacer», subraya Javier.
No todos los mayores están en condiciones de participar directamente en las tareas físicas más exigentes, pero eso no los excluye de la labor colectiva. Nacho Laoz, de 62 años, encontró su lugar en la coordinación logística. Tiene una incapacidad laboral que le impide realizar tareas físicas intensas, pero eso no lo ha detenido. Este exjefe de conservación de la Filmoteca Valenciana se ofreció a colaborar en la organización de los equipos desde la Ciudad de las Artes y las Ciencias, asegurándose de que los voluntarios sobre el terreno tuvieran todo lo necesario para realizar su labor con eficacia y seguridad.
«No estoy en condiciones de hacer esfuerzo físico intenso, pero pensé: ¿qué puedo hacer yo? Me ofrecí para labores de gestión y logística. Ayudamos a preparar el material necesario para que los voluntarios trabajen con seguridad: guantes, botas, trajes de protección, palas, cepillos... Todo lo que necesitan para enfrentarse al barro», explica Nacho.
Desde su posición, Nacho coordina la salida de autobuses hacia los pueblos afectados, asegurándose de que no falte nada antes de que los equipos comiencen sus largas jornadas de trabajo. «Nuestra labor es sencilla pero fundamental: garantizar que ellos puedan hacer su trabajo en las mejores condiciones posibles. Es un voluntariado para el voluntariado», señala con modestia.
Rubén Sandín, referente del voluntariado en la Cruz Roja, describe el despliegue como un esfuerzo titánico. «Cada día, alrededor de 600 voluntarios trabajan en la zona, limpiando casas, repartiendo alimentos y ofreciendo apoyo psicosocial. La actividad ha evolucionado: de la emergencia inicial a atender necesidades más específicas, como el apoyo emocional y la búsqueda de soluciones habitacionales».
Uno de estos voluntarios es Enrique Bea, quien fue testigo directo de la tragedia. De 66 años, preside la asamblea local de Cruz Roja en Torrent, aunque ante todo se define como voluntario. «Siempre llevo mi carnet de voluntario colgado con orgullo», afirma. La noche de la DANA, Enrique quedó atrapado en su coche en Torrent y tuvo que ser rescatado por bomberos. Sin embargo, al poco tiempo, ya estaba coordinando la apertura de un pabellón para las personas evacuadas.
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«Llegamos a tener 300 personas refugiadas. Muchos lo han perdido todo, desde sus casas hasta sus medios de vida. En Cruz Roja aplicamos dos principios fundamentales: humanidad y universalidad. No nos importa la edad, el sexo o la procedencia, ayudamos a todos por igual», comenta.
Enrique, como muchos otros voluntarios, tiene claro que la recuperación será larga. «Esto no se va a solucionar en dos meses. Hablamos de años para que estas comunidades se levanten. Pero no podemos permitir que l'Horta Sud desaparezca. Hay que trabajar juntos», asegura con determinación.
Todos coinciden en que la recuperación será lenta y ardua. Javier lo resume: «Hay trabajo para meses, sino años. No podemos permitir que esto caiga en el olvido». Julia añade: «Aquí hace falta mucha ayuda, y lo que hemos visto no se borrará fácilmente». La situación es particularmente crítica para quienes han perdido su medio de vida. «Los negocios locales están destrozados, y mucha gente depende de ellos para salir adelante», enfatiza Enrique.
La historia de Javier, Julia, Nacho y Enrique es solo una muestra de lo que los voluntarios mayores están haciendo. Con su experiencia, su disposición y su enorme corazón, están demostrando que no hay barreras para ayudar. Julia lo deja claro: «Venimos con mucho ánimo y con la voluntad de ayudar en lo que haga falta. Hay momentos duros, pero no podemos rendirnos».
Mientras los mayores arriman el hombro, su mensaje es claro: «No se olviden de Valencia». La DANA dejó cicatrices profundas, pero también una lección imborrable sobre el poder de la solidaridad intergeneracional. Cada esfuerzo cuenta, y en Valencia, los mayores están al frente de esta lucha.
Julia lo resume con una frase que se ha convertido en un grito de lucha: «Aquí hace falta mucha ayuda, y la edad no es ningún impedimento». Sus palabras, cargadas de verdad y esperanza, nos recuerdan que en las catástrofes no solo importa el resultado final, sino la solidaridad que las impulsa. Mientras los afectados intentan reconstruir sus vidas y las calles se llenan de botas y palas, Valencia nos enseña que, ante la adversidad, el espíritu humano siempre encuentra formas de levantarse
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