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Cristian Zafra, natural de Ontinyent, ejerce en un instituto escuela con un elevado porcentaje de alumnado en situación de desventaja socioeducativa. Un centro complejo, en resumen. Es profesor de Educación Física, pero su formación también incluye un amplio bagaje en atención a la diversidad.
Esta dualidad vocacional le llevó, el curso pasado, a desarrollar un proyecto para mejorar el ambiente y la motivación del alumnado y el profesorado, que no era precisamente boyante, a partir de una rutina de ejercicio diario, pautado y adaptado. Y los resultados, publicados en la revista científica del Congreso Internacional de Docencia Universitaria e Innovación, cuya última edición se celebró en 2023, han sido positivos: aumentaron las ganas, el rendimiento académico, el clima escolar y la relación entre profesor y estudiante.
«Se consiguió mejorar la situación psicológica de los participantes y la implicación pedagógica de los docentes, algo fundamental en el contexto actual, en el que abundan las dificultades para dar clase, los problemas de salud mental o la falta de concentración del alumnado, demasiado acostumbrado a estímulos inmediatos por la gran penetración de las pantallas», explica el docente, de 29 años, al que le gustaría que este tipo de iniciativas se extendieran en el sistema educativo. De hecho, es una de las conclusiones que recoge el artículo.
Tras recopilar la literatura científica que acredita la relación entre actividad física pautada y sus beneficios -reducción del estrés, de síntomas de depresión o mejora de la motivación- se seleccionó a los participantes: una treintena de alumnos representativos de las características del centro y diez docentes. A continuación se analizó su situación psicológica de partida mediante encuestas, en las que a grandes rasgos trasladaron síntomas de ansiedad (en algún caso depresión diagnosticada), falta de concentración o incapacidad para relacionarse con sus iguales. En cuanto a los profesores, una mayoría abrumadora informó de dificultades para gestionar su clase y desarrollar su labor.
Informado el equipo directivo del proyecto, se procedió a la adaptación del horario lectivo, reduciendo 15 minutos el tiempo de patio y quitando otros cinco a cada una de las seis horas lectivas de la jornada escolar. De estos 45 minutos resultantes cinco se dedicaron, una hora antes de la sesión de actividad física, a propiciar una ingesta saludable (fruta y agua). «Fue la manera de asociar una buena nutrición con el ejercicio, y de garantizar que no lo afrontaban sin nada en el cuerpo desde las ocho de la mañana», explica Zafra.
El grupo, durante los días lectivos, realizaba treinta minutos de actividad efectiva, pues se dedicaban cinco a ponerse la ropa deportiva y otros tantos a la higiene personal al finalizar. Los lunes tocaban ejercicios aeróbicos (correr, caminar o combinar ambas opciones) y los martes llegaban las rutinas específicas. «Se trataba de circuitos adaptados a las posibilidades de cada persona, con diferentes intensidades o repeticiones: podía incluir abdominales, flexiones de rodillas, 'skipping' o trabajo con gomas elásticas, por citar algunos ejemplos. Y siempre con supervisión y observación», continúa el docente. «Con esto se fomentaba la constancia y la motivación, en el sentido de poder alcanzar un objetivo, de cumplir con determinada serie y mejorar progresivamente», añade.
Para los miércoles se planificaron sesiones de respiración y meditación (técnicas de Yoga o Pilates) y para los jueves los juegos colectivos, para cimentar la cohesión de grupo (Colpbol o Datchball). «Se eligieron específicamente los que ayudaban a la desinhibición y obligaban a la comunicación, a interactuar, también entre profesores y alumnos, al depender del otro para conseguir un resultado, como ganar la partida», ejemplifica Zafra. Y para cerrar la semana llegaba la sesión de baile, la mejor manera de vencer vergüenzas, inseguridades y de romper la barrera invisible entre profesor y alumno.
«Todo se planificó aparte de las sesiones de Educación Física, aunque lo tenía en cuenta, por ejemplo, evitando cargas físicas grandes para no generar rechazo o cansancio al proyecto», continúa el docente.
Acabada la intervención, se volvió a evaluar el estado emocional de los participantes, también mediante encuestas y con valoraciones cualitativas. Así, el equipo directivo avaló «la reducción de los comportamientos negativos en el aula» y «la práctica erradicación de las situaciones conflictivas», según se recoge en el artículo publicado en la citada revista. Además, en las reuniones de claustro se informó «de que el ambiente del grupo había prosperado, así como las capacidades cognitivas de los alumnos», que en sus encuestas respondieron «de manera mucho más optimista y positiva», trasladando también que habían notado «un incremento en su capacidad de concentración».
Los profesores participantes, por su parte, dijeron sentirse «más capacitados para gestionar la clase y para reducir el nivel de estrés que les suponía ejercer la docencia».
«Estos resultados dan a entender que el estudiante necesita tanto una desconexión ocasional de los estímulos del aula como activar su organismo con ejercicios físicos», continúa el artículo, que también incide en la importancia de la interacción en contextos distintos para fomentar las relaciones sociales.
Y entre las conclusiones, se destaca que incorporar al horario lectivo «una pequeña franja para la actividad física estimula las capacidades cognitivas, reduce los niveles de malestar tanto de estudiantes como de docentes y promueve un clima confortable para el proceso de aprendizaje».
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras
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