
'Embogador', un oficio sin relevo que está en peligro
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Antonio Femenía arregla sillas de enea en Pedreguer, una labor artesanal que hacían su abuelo y su padre, pero que no seguirá su hijoSecciones
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LA REGIÓN OLVIDADA ·
Antonio Femenía arregla sillas de enea en Pedreguer, una labor artesanal que hacían su abuelo y su padre, pero que no seguirá su hijoR. GONZÁLEZ
Lunes, 1 de noviembre 2021, 00:09
Cuando algo se rompe o se deteriora, la opción más rápida y sencilla en la sociedad consumista de hoy en día suele ser tirarlo a la basura y comprar otro nuevo, sin pararse a pensar que quizás tenía arreglo y que se podría prologar su vida. Antaño no ocurría así, tal vez fuera por la necesidad o la mentalidad de entonces. Ese es el caso de las sillas. Si el asiento se rompía, las personas recurrían al 'embogador' para que quitara la 'boga' (enea) y pusiera una nueva. Las circunstancias actuales y la falta de relevo generacional están llevando a este oficio artesanal al borde del peligro de desaparición.
Antonio Femenía Tur tiene 60 años, vive en Pedreguer en la comarca de la Marina Alta, y desde pequeño ha estado rodeado de sillas y enea porque su padre y su abuelo ya se dedicaron a esa tarea. Eran 'embogadors' y vivían de ello. Él aprendió el oficio en su más tierna infancia. Le gusta pero lo mantiene en un segundo plano pues su fuente de sustento está en la jardinería.
Ahora le dedica a ratos, sentado en la planta superior de su casa, en una especie de trastero en el que hay una zona de trabajo. A mano tiene la enea, su materia prima, una planta. Sus hojas secas se humedecen durante unas horas para poder después enrollarlas y doblarlas para formar la malla con la que cubrirá el asiento.
Es un trabajo duro, que se hace con las manos desnudas y que requiere de mucha paciencia. Antonio suele tardar tres horas en arreglar una silla, pero también ha hecho mecedoras, sombrillas y bancos, aunque esas piezas le llevan más tiempo.
Reconoce que tiene clientela, especialmente porque es el único de la zona que todavía hace este tipo de trabajo, cuando antes había más de quince en Pedreguer. Poco a poco han ido desapareciendo. Los que acuden a él son o bien personas que tienen muebles antiguos estropeados o que los han recogido de la basura.
Y después acuden a él. La gente conoce su trabajo por el boca a boca o porque, años atrás, solía ir a ferias de artesanía para mostrar al público el laborioso proceso de restauración de las sillas. Un conocimiento que, en el caso de su familia, se ha transmitido durante varias generaciones.
Batiste Femenía, abuelo de Antonio, ya era 'embogador'. Iba a pie a los pueblos cercanos, arreglaba dos o tres piezas y regresaba. Luego pasó a ir en bicicleta. De esa forma sacaba adelante a su familia.
Su hijo Francisco, el padre de Antonio, siguió los pasos de su progenitor. Empezó yendo en moto. «Un día llegó a cargar 14 sillas y le paró la Guardia Civil», narra con una sonrisa en la boca al recordar las peripecias de su padre.
Después empezó a desplazarse en coche. Recorría los pueblos de la comarca e incluso de acercaba a la Marina Baixa y la Safor. También tenía clientes habituales, como restaurantes o propietarios de pistas y cines al aire libre, que cada temporada le llamaban. Cuando le tocaba acudir a Pego, se llevaba consigo a su mujer y a sus cuatro hijos porque allí tenía faena para dos meses o más.
De esos cuatro hijos, ninguno le dio por 'embogar' para ganarse la vida. Sólo Antonio hace algunos trabajos, pero ya no es la fuente principal de su sustento. Y el panorama no es mejor entre la siguiente generación. Su hija no sabe y su hijo, «aunque sabe, no quiere». Por eso reconoce que la tradición se perderá. «Cuando yo pare, conmigo se acabará». Una situación que están atravesando otros artesanos.
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