Juan tiene cuatro años, y en su corta vida ya ha vivido acontecimientos demasiado gigantescos para entenderlos del todo: hace dos años, emigró desde un país muy lejano, Colombia, a España, y así poder vivir en un lugar mejor, ir al colegio, jugar en la calle, tener una casa con su familia. Sentirse seguro. El nombre del pueblo donde vive desde entonces se llama Paiporta, y qué podía imaginar él que en ese nuevo lugar iba a llegar una inundación que lo llenara todo de barro. Ahora Juan no va al colegio, tampoco su hermana Isabella, que tiene diez años. Estos días ayudan a limpiar la casa donde Mayra, que así se llama su madre, trabaja cuidando a una anciana que tiene un nombre muy largo, Purificación, y que está a punto de cumplir los cien años. La casa de esa señora tan mayor es enorme, y tiene unas estatuas enormes a la entrada. A Juan le han dicho que esas figuras son dos agricultores valencianos vestidos como se vestían hace ya muchos años. Los mira un poco de reojo, pero dice que no le dan miedo, ahí, tan quietos, como vigilando.
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Juan todavía se acuerda que en esa enorme casa, a la que se puede entrar por dos calles, San Roque y La Paz, había muchos muebles muy antiguos, que Pura decía que tenían más de cien años, que ya estaban cuando ella era pequeña como él. No tiene muy claro que esa señora en algún momento tuviera cuatro años, pero es que hay muchas cosas que Juan no entiende. Por ejemplo, por qué todo está lleno de barro, o por qué no puede ir al colegio y jugar con sus amigos. Sabe que su hermana tampoco puede ir, así que a veces juegan juntos, pero ella ya es mayor.
Desde la inundación tienen que acompañar a su madre a la casa de las estatuas para quitar el barro, y él quiere ayudar. Le han dado una pequeña escoba, y está feliz de poder hacer lo mismo que hacen los mayores, y que le digan que es muy fuerte y muy valiente, aunque él se acuerda de que aquel día en que todo se inundó, cuando se fue la luz y la gente gritaba, él sí tenía miedo.
Ahora su madre se va a cuidar a Purificación todas las noches, y tiene miedo, cuando se apaga la luz, de que vuelva a llegar el agua y lo vuelva a pintar todo de marrón. Y también tiene miedo por su madre, que está en esa casa en la que ya no hay muebles, ni sillas, ni camas. La viejecita está arriba, en la andana, durmiendo en una silla de ruedas porque no tiene cama, porque ya no puede bajar ni para ir al baño. Ha escuchado que la salvó un vecino, que entró a por ella para que no se muriera ahogada. Juan sabe que la mujer está triste, pero él la quiere animar, porque el barro se irá, y esa casa tan grande volverá a tener muebles, y volverá a parecer una casa porque hay mucha gente que está ayudando. Y él regresará a su colegio, a jugar con sus amigos, a crecer siendo niño. Eso sí, no olvidará aquel día en que todo se llenó de barro.
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