ANTONIO PANIAGUA
Lunes, 23 de septiembre 2019, 19:32
Veinticinco mil euros es el precio que cobra un sicario por liquidar a un tipo que se resiste a pagar sus deudas. Se cobra por adelantado. Si se logran recuperar los atrasos sin derramar sangre, el pistolero a sueldo se queda con el 50%. Los secuestros, asesinatos y descuartizamientos, que cualquiera creería son la pesadilla exclusiva de México o Colombia, también ocurren en España.
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Por supuesto no existen estadísticas oficiales, pero se calcula que 50 personas mueren cada año en nuestro país a manos de los matarifes del crimen organizado. Así consta en la investigación periodística que ha llevado a cabo el reportero David Beriain, quien ha indagado en las alcantarillas de las mafias para pergeñar una serie documental de ocho episodios titulada 'Clandestino en España', que emitirá el canal DMAX a partir de este lunes.
Beriain ha buceado en la escoria que se esconde debajo de las alfombras del solar nacional. Aunque España es uno de los países más seguros del mundo, también es la puerta de entrada a Europa de los cárteles de la cocaína y el hachís, el territorio donde se siente cómoda la Camorra napolitana. A rebufo de sus manejos, el sicariato ha abierto sus oficinas en España. El periodista también se ha adentrado en las miserias del tráfico de inmigrantes subsaharianos desde Marruecos, en las viviendas de los que cultivan en sus casas marihuana y en la esclavitud de las mujeres que trabajan en los clubes de alterne.
«No me tiembla la mano para cualquier cosa que tenga que hacer. ¿Hay que desaparecer a esa persona?, pues se la trocea. Puedes picarla. Date cuenta que si lo picas el único hueso que usted tiene difícil es el cráneo», dice un esbirro con acento colombiano (su voz está distorsionada) que aparece en pantalla cubierto con una máscara.
La laxitud de la legislación española para perseguir el blanqueo de capitales y un sistema carcelario poco intimidatorio hacen que la Camorra y otras organizaciones criminales vean España como tierra de promisión para acometer inversiones. «Un capo de la Camorra afincado en Barcelona me enseñó un mapa y me dijo: de aquí a aquí yo tengo cien negocios», asegura Beriain.
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Pocos saben que el restaurante, la discoteca o el hotel de moda de su ciudad pueden estar en manos de la mafia. Son las tapaderas que utiliza el narco para lavar las ingentes cantidades de dinero que genera el contrabando de coca.
Colocar un alijo en un contenedor que desembarca en un puerto es mucho más fácil que trasladarlo en barco atravesando el Atlántico. En esta tesitura, es más difícil dar con un cargamento de droga que encontrar una aguja en un pajar. Para colmo de ventajas, se puede prescindir de planeadoras, buques y toda la logística que acompaña el tinglado. Basta con corromper a un puñado de trabajadores, como policías, funcionarios de Vigilancia Aduanera y estibadores, para que la mercancía llegue a su destino.
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Quienes reciben los paquetes y lo sacan del recinto portuario se quedan con el 30% de la droga. El alijo ha viajado gracias a una empresa transportista que en la mayor parte de las veces ignora que está ejerciendo de caballo de Troya. Tan sencillo como enviar un artículo contra reembolso a domicilio. «Los narcos no se arriesgan a trasladar una tonelada de cocaína si saben que no la van poder sacar del puerto, lo cual implica corrupción y connivencia de trabajadores, no muchos. Es muy difícil encontrar entre los 9.000 contenedores que llegan a diario a un puerto grande como el de Barcelona un alijo escondido», subraya el periodista.
Maurizio Prestieri, un antiguo capo de la Camorra que luego colaboró con los jueces, recibe al reportero en su casa. Mientras toma un licor en un elegante vaso de cristal labrado, el que fue uno de los jefes del 'directorio' de la Alianza de Secondigliano confirma al periodista lo que es un secreto a voces. «España es una segunda casa para los napolitanos. Benidorm, Alicante, Torrevieja, Barcelona... En toda la costa se habla napolitano. Para los periódicos, las televisiones, las noticias, no existe la mafia en España. Mañana abres los periódicos y solo ves independencia de Cataluña y política. Y mientras, nosotros hacemos negocios en la sombra», alega. Tanto es así que el hampa empieza a llamar el litoral mediterráneo español la 'Costa Nostra'.
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¿Por qué se hace entonces la vista gorda? Primero, porque los capos italianos no han hecho demasiadas escabechinas como para que se dispare la psicosis en la opinión pública, y segundo y quizá más importante, porque la mafia trae dinero. Una verdad del barquero que expresa sin tapujos Prestieri: «El narcotráfico es la primera economía del mundo».
Al calor de un Código Penal indulgente con el cultivo de marihuana, España quizás sea el mayor productor de Europa de esta droga. Si no lo es, anda muy cerca. Los invernaderos de antes se han quedado viejos. Es más rentable diseminar la siembra de maría en viviendas de particulares que se sacan un sueldo para sobrevivir. Plantadas en sencillas macetas, las plantas de cannabis son imperceptibles en el exterior. No hay mucho que hacer. Se espera a que las semillas empiecen a despuntar, se acelera su crecimiento con lámparas y si todo va sobre ruedas, se sacan hasta cuatro cosechas al año. Mucha gente que se quedó en la cuneta con la crisis de 2008 y que no entiende que se pueda ingresar en el trullo por esta actividad se dedica a este quehacer. De hecho, el consumo privado y la compra de semillas no son ilegales en España, aunque sí está penalizado fumarla en público y comerciar con ella.
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De entre las formas de esclavitud que aún perviven en el siglo XXI destaca la explotación sexual de mujeres. De ello se aprovechan las mafias, sabedoras de que España es el país con más puteros de Europa. Es también el tercer Estado con más demanda de prostitución del mundo, sólo por detrás de Tailandia y Puerto Rico. Más de 1.500 burdeles satisfacen la demanda, según datos de la Policía, que calcula en unos cinco millones de euros diarios el volumen del boyante negocio. Algo coherente en un país donde el 40% de los hombres ha ido alguna vez a un puticlub.
Beriain ha hablado con prostitutas colombianas y nigerianas que han venido a España engañadas y cargando onerosas deudas. «He entrevistado a algunas de ellas. Venían pensando que tenían un trabajo o buscando una oportunidad, pero cuando han llegado aquí las han metido en un local de alterne y han tirado la llave. Algunas viven encerradas y podrían ser tenidas por víctimas de retención ilegal».
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La industria del sexo de pago compite con el tráfico de inmigrantes. «Las redes que desplazan inmigrantes irregulares obtuvieron en 2015 entre 4.000 y 6.000 millones de euros», dice en el documental Izabella Cooper, portavoz de la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex). Las mafias que dejan a su suerte a inmigrantes en el Mediterráneo cobran precios muy dispares. Un maliense dice haber pagado 2.000 dólares por viajar en una zódiac junto a una cincuentena de personas. Pero a veces son algunos subsaharianos afincados en Marruecos los que facilitan el transporte por apenas 200 o 300 euros. Eso sí, las condiciones son penosas. El medio de transporte para cruzar el Estrecho es una barca inflable de juguete con capacidad para ocho personas; los remos son tan rudimentarios que se hacen trizas con cualquier circunstancia adversa. Los africanos que se arriesgan a la odisea proceden de Camerún, Guinea Conakry o Mali; atraviesan el Sáhara a veces con niños a cuestas y beben su propia orina para calmar la sed. Es curioso que una mujer que ha pasado por todo ese calvario y que se halla acampada en los bosques de Tánger asegure que lo peor de todo no es esta travesía, lo peor acontece en Marruecos. La Policía magrebí les persigue, les inflige palizas, echa arena en su comida, destroza sus campamentos y viola a las mujeres. «Es algo que se hace con el dinero de España y Europa», denuncia David Beriain.
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