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España es el país de su entorno con mayor volumen de titulados universitarios trabajando en servicios de restauración o ejerciendo de vendedores, según la Oficina Europea de Estadística (Eurostat). Por contra, su porcentaje de licenciados en puestos de alto nivel formativo está entre los más bajos, bien lejos de la media de la Unión Europea. Es la llamada la sobrecualificación, el tener un empleo que no requiere estudios considerados superiores. Semejante disfunción deja en evidencia el desajuste entre el mercado laboral y el capital humano que sale de las universidades.
La Comunitat no es una excepción. La Fundación Conocimiento y Desarrollo (CYD), organización que tiene entre sus objetivos «ampliar la conexión universidad-empresa», pone énfasis en este problema en su último informe, además de abordar las causas y plantear soluciones, como trasladar a la universidad las buenas prácticas de la FP.
El estudio sobre la inserción de los egresados españoles recientemente publicado por el Ministerio de Ciencia y Universidades camina en la misma dirección. A la hora de analizar la situación de los graduados en el 2013-2014 cuatro años después (en 2018), establece que el 58,33% de los que estaban afiliados a la Seguridad Social se encuadraban en el grupo de cotización adecuado a su formación. «Su empleo se ajustaría a su nivel de cualificación», como explican desde la fundación, que analizará los datos en profundidad en próximos trabajos.
Dándole la vuelta al porcentaje salen los sobrecualificados: 41,67%, algo por debajo de la media estatal (39,31%). La estadística permite jugar con más variables. Apenas hay diferencia entre sexos pero sí en las ramas de enseñanza, penalizando a la de Ciencias Sociales y Jurídicas.
El cálculo de la Fundación CYD sitúa el porcentaje valenciano en el 35%. La diferencia se explica en la metodología, pues se basa en datos del Servicio Público de Empleo Estatal sobre contratos firmados en 2018 con graduados universitarios. Como en el caso anterior, el porcentaje nacional es parecido (34,8%), y se define la sobrecualificación como el porcentaje de titulados que asumen tareas «que no eran de alta cualificación, es decir, no estaban incluidas en los grupos de directores y gerentes, técnicos y profesionales científicos e intelectuales y técnicos y profesionales de apoyo». La nota positiva en clave valenciana es que la Comunitat fue la región donde más se redujo esta disfunción.
En cuanto a las causas, la Fundación CYD se refiere a «una elevada proporción de población adulta en posesión de una titulación superior», por encima de la media europea, y sobre todo a «la reducida proporción de ocupaciones de alta cualificación que el sistema productivo es capaz de producir».
Aunque el estudio insiste en las ventajas de un título universitario en cuanto a condiciones laborables (menos temporalidad o más salario), se destaca que «estos indicadores favorables no deben ocultar ciertos desajustes» en la inserción laboral. Y en cuanto a soluciones -basadas en propuestas de expertos y experiencias llevadas a cabo- refiere la necesidad de desarrollar competencias que echan de menos las empresas (toma de decisiones, idiomas o habilidades comunicativas), apuesta por fomentar empleos de alta cualificación -un ejemplo es la incorporación de doctores en empresas, pues aportan el valor añadido de la aplicación de sus investigaciones- y se pregunta sobre la oportunidad de trasladar el modelo de la FP Dual a las universidades, lo que implica más formación práctica en empresas. Además plantea el fomento de los ciclos superiores como vía de especialización de los egresados.
Las propuestas coinciden con las planteadas recientemente por la Asociación Valenciana de Empresarios -también propone aumentar las prácticas universitarias y potenciar la FP-, pero chocan con la situación actual. Pese a que los estudios profesionales ganan matrícula frente al estancamiento de los nuevos ingresos en las universidades, la proporción aún es favorable a estos. Además, la modalidad dual, reclamada como ejemplo de éxito -hasta el 50% del tiempo lectivo se desarrolla en una empresa- no despega. En la Comunitat la cursaban el año pasado 2.400 alumnos de los 87.000 que eligieron un ciclo de FP.
María García. 37 años. Ingeniera industrial. Reconvertida a profesora de yoga
Detrás de la marca 'weareyoga' se esconde María García, ingeniera industrial reconvertida a profesora de esta disciplina milenaria. Ha pasado de trabajar en la dirección de obras ferroviarias a rodearse de niños y embarazadas que quieren aprender técnicas de relajación. No se arrepiente -«para nada, estoy muy contenta con la decisión»-, aunque reconoce que aún queda alguna espina clavada tras tantos años de esfuerzo para conseguir su título.
«Todo empezó a cambiar cuando me quedé embarazada. El trabajo implicaba viajes, guardias y horas nocturnas, y el proyecto en el que estaba asignada acabó y el siguiente destino era en otra comunidad, en ese momento, cuando vi que no podría conciliar con mi vida familiar, me decidí a cambiar», explica, antes de interrumpir la conversación para cerrar varias clases en una escuela infantil. «No era compatible con la familia, no veía la manera de hacerlo», insiste para justificar el cambio. «Quise enseñarles yoga a mis hijas por sus beneficios, ahí estuvo el germen de mi dedicación», continúa.
Ante la pregunta de si le gustaría poder tener un empleo vinculado con su formación, responde tras reflexionar unos segundos. «Si hubiera tenido la oportunidad de conciliar realmente, de disfrutar de mis hijas, posiblemente sí», dice.
«Con el yoga aprendes técnicas de relajación, de gestión de emociones, y lo puedo compaginar con mis hijas; me he dado cuenta de que es algo que me gusta y que se me da bien», sentencia.
Más allá de su vertiente emprendedora, tiene proyectos de futuro relacionados con su descubierta vocación. Cree que el yoga ganará peso en los planes educativos de los centros, especialmente de la mano de las nuevas metodologías. «Me gustaría dedicarme a la educación infantil y conseguir el título de maestra; sería una manera de abrirme la puerta a la docencia, profesión que me atrae y facilita la conciliación », concluye.
Marlena Cuenca. 35 años. Ingeniera técnica de Telecomunicaciones que trabajó en hoteles
Marlena es ingeniera técnica de Telecomunicaciones especializada en Imagen y Sonido. Tras varios años trabajando en diferentes departamentos de una cadena hotelera actualmente sigue formándose. Cursa el grado en Comunicación por la UOC.
Tras acabar la carrera, sin llegar a ejercer, consiguió un trabajo de recepcionista en un hotel. Quería tener independencia económica, buscaban personas con dominio del inglés y se presentó. Con el paso del tiempo evolucionaron sus atribuciones: llegó a jefa de recepción, trabajó en el departamento informático y al conocer el sistema de gestión utilizado pasó a ser formadora de trabajadores. Incluso se trasladó a otro establecimiento de la cadena en Madrid. Optó por dejarlo por una cuestión personal con el ánimo de volver a Valencia. Y considera que su experiencia ha sido positiva.
«Al trabajar en algo para lo que no has estudiado necesitas de otras destrezas que vas adquiriendo y que muchas veces no tienes al acabar una carrera, pues las consigues con la experiencia. Muchas veces se considera la hostelería como un trabajo menor y no lo es. Necesitas cualidades que no todo el mundo tiene. Las habilidades sociales no eran mi fuerte y aprendí muchísimo», explica. «Tener un trabajo para el que no te has formado no tiene por qué ser negativo si te gusta. Yo estaba a gusto», dice.
Sobre un futuro alternativo en el que hubiera podido trabajar en su sector formativo, traslada la siguiente reflexión. «Mi carrera estaba ligada al sector audiovisual, y muchas veces los contratos o las condiciones laborales son peores. No sé hasta qué punto habría estado más a gusto», señala. «Es verdad que sería mejor poder dedicarse a algo relacionado, pero muchas veces el mundo real no lo facilita, o las propias empresas no lo facilitan». «Creo que es básico seguir formándose, cualquier trabajo es una experiencia más. Todo aporta», sentencia.
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