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Eugenia Viñes, el ángel del Marítimo

Eugenia Viñes, el ángel del Marítimo

Centenario | Cuando se cumple un siglo de su muerte, su gran obra, el Asilo del Carmen, sigue recordándose

Domingo, 10 de diciembre 2023, 00:14

Hoy hace un siglo, en su casa de Pueblo Nuevo del Mar, falleció una ilustre dama, doña Eugenia Viñes y Cases. La mayoría sabemos de su existencia gracias a que su nombre rotula una larga avenida del Marítimo. Pero, cuando tanto se habla del papel de la mujer en la sociedad, es obligado volver la vista hacia la vocación, la determinación y el mecenazgo de una señora cuya labor despierta admiración un siglo después de su muerte.

Murió serenamente, en brazos de su prima, Mercedes Martí Cases, rodeada de las oraciones de su director espiritual y de algunas monjas de la comunidad de Hermanas Hospitalarias. Como escribió Joaquín Damiá en nuestra portada, murió, tras «haber sufrido con resignación santa la cruel enfermedad que ha minado poco a poco su existencia». Diversos testimonios indican que doña Eugenia, visiblemente enferma en los últimos años, renunciaba a hablar de su salud y solo quería que le hablaran del Cielo y, desde luego, de la marcha de las obras, primero, y luego del funcionamiento diario de la institución que creó: el Asilo de Nuestra Señora del Carmen, nacido -volvamos al lenguaje de la época- «para niñitas lisiadas, raquíticas y escrofulosas pobres».

Era una necesidad, era una exigencia que venía de la noche de los tiempos: había muchos niños, demasiados, que caminaban con toscas muletas o simplemente no podían ponerse en pie, a causa de diversas malformaciones en las piernas. Mala alimentación, raquitismo, y una lamentable carencia de asistencia médica y social, condenaban a niñas y niños a una dependencia cruel, que les acompañaría de por vida y que muchas veces terminaba en adultos que vivían de la mendicidad.

Fue ahí donde apareció la orden creada por San Juan de Dios, la de los hermanos hospitalarios, que se implantó en el Marítimo para dar a los críos enfermos y pobres, como mínimo, tratamiento médico, una buena alimentación y largas raciones de sol y ejercicio rehabilitador a la orilla del mar.

Todos conocemos el cuadro '¡Triste herencia!', de Joaquín Sorolla. Los niños enfermos se dan un baño de mar en la Malvarrosa, custodiados por los hermanos de San Juan de Dios. Pues bien: si los chicos tenían desde 1907 un estupendo hospital levantado por el arquitecto Mora, las chicas no merecían menos; y es ahí donde aparece la figura de Eugenia Viñes, que dedicó toda su fortuna, sin duda importante, a levantar un Asilo para Niñas que ella puso en manos de las monjas de la congregación hospitalaria del Sagrado Corazón de Jesús, rama femenina de la orden de San Juan de Dios.

La playa, ese fue el solar elegido por doña Eugenia: gran parte de la zona, hasta la primera línea de casas, era de su propiedad, recibida por herencia. El edificio tenía que ser importante y debía estar dotado de una gran terraza solárium donde las niñas, incluso estando inmóviles en su cama, pudieran tomar el sol de la playa. Cerca del linde que separa el Cabanyal de la Malvarrosa empezaron las obras en un año tan incierto como fue 1916. La primera piedra se puso el 31 de agosto, cuando las noticias de los periódicos hablaban de un estancamiento en la maldita guerra. Porque la Guerra Europea lo había trastocado todo: los materiales de construcción eran escasos y muy caros y la mano de obra estaba imposible a causa de la inflación. Con todo, Eugenia Viñes no se hizo atrás. Era viuda, no tenía hijos y disponía de una respetable fortuna: lo que ahora llamamos mecenazgo, tenía detrás, en su caso, el soplo de la religión, su legado era tan material como espiritual.

El 15 de julio de 1919, el delegado del arzobispo, Constantino Tormo, fue esperado por religiosos, autoridades y muchos vecinos en la estación de La Cadena. Con aire de fiesta sagrada, la comitiva se dirigió hasta el nuevo hospital, cuyas instalaciones fueron bendecidas con gran solemnidad. Primero, la capilla, construida en grandes proporciones porque en principio estaba pensada para ser, también, templo parroquial para el barrio. Cuando se descubrió la imagen principal, la de Nuestra Señora del Carmen de los marineros, sonó la Marcha Real. Y contaba con imágenes de santa Eugenia y san Ramón, los santos de la donante y del que fue su esposo. El coro de los veraneantes del Cabanyal entonó una Salve que emocionó a todos.

Entre los invitados especiales a la ceremonia el periódico citó a apellidos notables de los poblados marítimos, empresarios y propietarios: los hermanos García Mustieles, los Frías, Gurrea, García Daroqui, Damiá, Maicas, Miquel, Lacomba, Prats, Gómez, Dasí, Badenes... Muchos de ellos seguro que colaboraron a la hora de completar el proyecto de la donante principal, o de esquivar las dificultades durante la marcha de las obras.

Asistieron los curas del Canyamelar y del Cabanyal, José Pinazo y Vicente Bartual. Con ellos, ofició en las ceremonias Joaquín Damiá, el capellán del Asilo, consejero espiritual de doña Eugenia y gestor eficiente del desarrollo del proyecto. Las monjitas no podían ocultar su alegría, los vecinos hacían patente su expectación ante unas instalaciones modernas e importantes en las que no faltaban los mejores avances de la fisioterapia, la ortopedia y la traumatología. Para ese ámbito, el clínico, se había buscado a un médico joven con espíritu luchador, el doctor Rafael Domingo.

Niños con problemas de movilidad y sin recursos fueron los principales beneficiados. LP

Brotaron lágrimas cuando aparecieron las primeras cinco nenas que iban a ser las primeras atendidas en el centro. Sus muletas, su andar torpe, movían a compasión y llevaban a ensalzar la gran obra que doña Eugenia había conseguido al fin en dos vertientes, la humana y la médica, unidas por la espiritual.

El Asilo comenzó a funcionar, admitió nuevas niñas enfermas y vio progresar no pocas rehabilitaciones de enfermas. Todo fue mejorando, consolidándose, salvo la salud de Eugenia Viñes, que al llegar a los 63 años falleció un día como el de hoy de 1923, con la satisfacción de ver su gran obra en marcha. La noticia de su muerte fue una conmoción en todo el Marítimo: cientos de personas asistieron al sepelio en el Cementerio del Cabanyal. Niños y niñas de varios asilos se unieron a las niñas del Asilo del Carmen para abrir un cortejo en el que las Hermanas Hospitalarias llevaron las cintas del féretro. El funeral que se celebró el 13 de diciembre en la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, fue la última y grandiosa despedida.

Sobre Eugenia Viñes, heredera de una gran fortuna, se dice que pesó una culpa ajena: el dinero de su padre, también el de su suegro, procedían de un negocio tan turbio como el transporte de esclavos de África a España, entre 1845 y 1866. La esclavitud y su comercio no fueron abolidos en España hasta la primera República, en 1873. Pero Eugenia siempre tuvo sobre la conciencia el peso de una fortuna amasada sobre sufrimiento; sus biógrafos, como Antonio Sánchez Pallarés, han puesto el énfasis en esos negocios para subrayar la vocación de generosidad de doña Eugenia.

Ahora, cuando se ha rehabilitado la Casa dels Bous, construida en 1895, es especialmente interesante observar que Vicente Viñes Roig, el padre de Eugenia, fue dueño de la mayor parte de los bueyes que, durante años, cumplían con la misión de sacar al mar las barcas de pesca, así como de arrastrarlas hasta la arena a su regreso. Vicente Viñes, junto con Simón Cases, suegro de doña Eugenia, eran también dueños de barcas de bou. Como tales, y Blasco Ibáñez tiene descrito ese ambiente, pudieron hacer contrabando o transporte ilegal de personas. El propio Blasco huyó de la justicia, que le había procesado por sus artículos de prensa, en una barca de bou que le llevó a Argelia.

Francisco García Tomás, Ramón Palau y los hermanos Serra, propietarios de embarcaciones o también bueyeros, promovieron La Protectora, una institución protectora de los marinos del bou, que andando el tiempo dio paso a la Marina Auxiliante y al Progreso del Pescador, sociedades de socorros clave en la historia de los barrios marineros valencianos.

¿Una fortuna amasada sobre la esclavitud?

Sobre Eugenia Viñes, heredera de una gran fortuna, se dice que pesó una culpa ajena: el dinero de su padre, también el de su suegro, procedían de un negocio tan turbio como el transporte de esclavos de África a España, entre 1845 y 1866. La esclavitud y su comercio no fueron abolidos en España hasta la primera República, en 1873. Pero Eugenia siempre tuvo sobre la conciencia el peso de una fortuna amasada sobre sufrimiento; sus biógrafos, como Antonio Sánchez Pallarés, han puesto el énfasis en esos negocios para subrayar la vocación de generosidad de doña Eugenia.

Ahora, cuando se ha rehabilitado la Casa dels Bous, construida en 1895, es especialmente interesante observar que Vicente Viñes Roig, el padre de Eugenia, fue dueño de la mayor parte de los bueyes que, durante años, cumplían con la misión de sacar al mar las barcas de pesca, así como de arrastrarlas hasta la arena a su regreso. Vicente Viñes, junto con Simón Cases, suegro de doña Eugenia, eran también dueños de barcas de bou. Como tales, y Blasco Ibáñez tiene descrito ese ambiente, pudieron hacer contrabando o transporte ilegal de personas. El propio Blasco huyó de la justicia, que le había procesado por sus artículos de prensa, en una barca de bou que le llevó a Argelia.

Francisco García Tomás, Ramón Palau y los hermanos Serra, propietarios de embarcaciones o también bueyeros, promovieron La Protectora, una institución protectora de los marinos del bou, que andando el tiempo dio paso a la Marina Auxiliante y al Progreso del Pescador, sociedades de socorros clave en la historia de los barrios marineros valencianos.

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