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Emigraron desde Andalucía en busca de una vida mejor, echaron raíces en Paiporta y ahora la devastación de la dana les aboca a una Navidad muy diferente a las últimas, «que fueron maravillosas». La destrucción de su hogar en la zona cero de la catástrofe ha supuesto un exilio forzoso a su tierra natal, la localidad malagueña de Torre del Mar, donde habitan provisionalmente Loli López, de 77 años, y su marido Domingo Díaz, de 88. Sus hijos se han quedado en Paiporta. También sus cuatro nietos.
Su historia es la de una vida de esfuerzo y sacrificio que ahora se ha visto truncada por el desastre. Ante el consabido mito publicitario de 'volver a casa por Navidad' se contrapone el de tener que marcharse en estas fechas porque no queda otra, tras haber perdido un hogar. Separación en lugar del reconfortante reencuentro. Y esa es la realidad por la que Loli y su hija María Rosa lloran juntas en estos días cada vez que conversan por teléfono para ver cómo marchan las cosas aquí y allá.
La memoria de Loli viaja al pasado. «Yo me críe en Málaga, en Torre del Mar», recuerda la mujer. Es una localidad ubicada en el término municipal de Vélez-Málaga. «Me casé en el pueblo con Domingo y allí nacieron mis hijos, María Rosa y Domingo». Cuando los niños eran sólo unos pequeños de 2 y 4 años, el matrimonio tomó la siempre difícil decisión de emigrar. La razón, la habitual en estos casos: «Aquí no había trabajo y pensamos que en Valencia encontraríamos un futuro mejor para nosotros y nuestros hijos».
Eso fue hace ya más de media década. Y eligieron Paiporta. «Las hermanas de mi madre también se habían marchado antes a Valencia y nos hablaron de las buenas oportunidades», recuerda la andaluza. En efecto, el destino les brindó maneras para ganarse la vida y sacar adelante a los pequeños. «La vida laboral funcionó mejor que en Málaga. Mi marido se colocó en la obra y yo trabajé de empleada del hogar en una casa de Valencia», recuerda.
Ahora, al fin, disfrutaban de una merecida jubilación tras una vida de esfuerzos. Y con la alegría y tranquilidad de tener a los suyos muy cerca, también en Paiporta. Desde que se instalaron en la localidad de l'Horta Sud habitaban como inquilinos en una planta baja de un edificio de dos alturas situado en la calle Pintor Sorolla, a unos 200 metros del barranco y muy cerca de la parroquia de Sant Ramón Nonat.
Fue allí donde les sorprendió el desastre en la tarde del 29 de octubre. «Yo estaba viendo el programa de Ana Rosa y mi marido, una película de vaqueros en otra habitación. Entonces vino Alejandro, uno de mis nietos que vive en el piso de arriba». Estaba muy nervioso y nunca olvidará sus palabras: «¡Abuela, corre, sube, sube ya, que viene el río, que se ha desbordado!». Con lo puesto y sin tiempo para rescatar ningún objeto de valor, Loli y su esposo se refugiaron en el piso superior junto a Alejandro, su mujer y dos niños.
Desde allí, asomados al balcón, fueron testigos del horror que se abrió paso en la noche de aquel martes maldito. De la lengua de barro y objetos que engulló ese hogar que con tanto cariño habían formado y cuidado a su gusto, a pesar de no ser los propietarios. «Ni un cuadro ha quedado. Todo destrozado. Sólo se han salvado las paredes y no todas. Cayó la del comedor, otra en el pasillo, la puerta... Todo arrasado. Más de 50 años trabajando para que se lo lleve la riada todo», lamenta la malagueña de Paiporta.
Lo que más le duele a Loli es lo que ya no va a poder recuperar porque era irrepetible: «Todos los recuerdos, las únicas fotos de mis padres, los cumpleaños de mis hijos cuando eran pequeños... Un mueble lo puedes volver a comprar, pero esas imágenes ya no«, razona.
De la noche a la mañana, se vieron sin casa. Tras los angustiosos días que siguieron a la inundación, Loli y Domingo tomaron la «decisión mutua» de no ocupar por más tiempo la casa de sus familiares en Paiporta y regresar a Torre del Mar, en Málaga.
Otro familiar les ha encontrado allí un piso de alquiler y ya se han trasladado. Pero es considerablemente más caro que el de Paiporta. «Es un primer piso por el que estamos pagando 650 euros frente a los 100 que costaba el alquiler en Valencia», lamenta. «Añádele luz, agua, comer, vestir… Un jaleo». Y todo provisional. «Tenemos que dejarlo en mayo porque viene la dueña a establecerse y seguimos buscando otro por Málaga, por si acaso», anota. Mientras, sus hijos hacen lo propio por Paiporta, intentando poder acercar de nuevo a sus seres queridos. «Nuestra ilusión y deseo es volver a Valencia, claro, pero a día de hoy no sabemos cuándo podrá ser», aseguran. «Aquí tenemos menos familia».
Y toda esta odisea aparece a las puertas de la Navidad. «Las últimas fiestas juntos en Paiporta eran maravillosas. Ahora hemos tenido que alejarnos de nuestros hijos y nietos. Cada vez que hablo por teléfono con mi hija acabamos llorando», asegura. La emoción y la pena entrecortan su relato al recordar las pasadas reuniones familiares de Nochebuena o Navidad en la casa ahora devastada. «Eran en nuestra casa, en la planta baja. Nos juntamos entre 14 y 15 personas. Mis hijos, mis nietos... Cocinaba yo, siempre mucha comida. Guisaba pollo, asaba gambas, sopa cubierta, los fideos para los niños...». Ese espacio está ahora arrasado. En Málaga procurarán no pasar solos los días señalados. «Nos juntaremos con un sobrino de mi marido y ya está. Con él, con su mujer y con sus dos hijas». Al menos, no estarán solos en la distancia respecto a Paiporta, su tierra de adopción.
Loli se define como una enamorada de la Lotería de Navidad, una gran jugadora «a pesar de que nunca me ha tocado nada de nada». Solía comprar boletos de una comisión fallera, de festeros de moros y cristianos, del centro de jubilados... «No te digo ni lo que me gastaba», desliza. En estas fiestas, todo ha cambiado: «Se han ido al garete casi todas las administraciones. Tengo sólo unos 12 números comparados antes del 29 de octubre». Habría comprado más, asegura, «pero desde que perdimos la casa había otros muchos problemas que resolver».
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