Entre la fatiga digital y el desajuste emocional: ¿Qué les está pasando a los niños?
Hay un difícil equilibrio donde toca poner en cada parte de la balanza salud física y salud psíquica
merche becerra gordo
Consulta de Psicología Perinatal y de la Primera Infancia atelier@cop.es
Sábado, 23 de mayo 2020
¿Nos podemos poner por un momento en la piel de un niño de dos años y medio, de tres, de cuatro años? Han estado seis semanas sin salir de casa. Luego, salidas marcadas sin poder acercarse a otros niños, sin tocar nada y sin poder entrar a los parques infantiles. Han recibido videos de su profesora, han estado compartiendo el teletrabajo de sus padres, momentos de espera, momentos de molestar, momentos de no entender mucho. Podemos intuir la complejidad emocional que les ha envuelto debido a este cambio drástico en su cotidianidad. Una rutina que, hasta ahora, les daba un continente, una seguridad y les permitía seguir creciendo en un ambiente más o menos predecible.
A lo largo de estas semanas han construido, junto con sus padres, una nueva rutina por la necesidad del momento, no pensada como la mejor sino como la única posible. Una rutina que ha tenido que convivir con un cúmulo de emociones de los padres ante la falta de «la vida de antes», como trasmiten muchas familias. Emociones como rabia, ansiedad, miedo, apatía, irritabilidad, desasosiego, por citar algunas de las que aquellos han expresado.
Hay una angustia más. Los padres están escuchando reiteradamente que los niños tienen que socializarse por su bienestar, por su salud emocional, pero deben hacerlo mientras mantienen la distancia de seguridad, mientras no acuden a su escuela y mientras se les pide que, como posible solución socializadora, vean vídeos donde su profesora, con todo un trabajo enorme detrás, intenta dar respuesta haciendo videollamadas en las que, en ocasiones, pueden aparecer algunos compañeros compartiendo la misma actividad.
Según me van comentando las familias muchos de estos niños más pequeños ya no quieren conectarse. Salen corriendo por la casa, se ponen nerviosos, «hacen tonterías», ya no permanecen atentos a eso que aparece en la pantalla. Quizás piensen que lo que ven es parecido a lo que antes conocían y que formaba parte de esa rutina que ahora ha desaparecido. Sin embargo, las palabras y las actividades de su profesor no son como las recibidas en la escuela. Y es que lo aparece en la pantalla no llega ser del todo su profesor. Se parece físicamente, tiene su tono de voz, pero no le mira directamente con una expresividad facial acorde a lo que necesita el niño en ese momento. No le responde si le enseña algo y, si tiene una pregunta, no la puede responder porque, como dirán sus padres, «ella no está ahí, es un vídeo que se ha subido«. Es algo tan complicado como que está y no está o, mejor dicho, es su profesora, pero a la vez no lo es. Parece algo siniestro, algo demasiado complejo de entender para un niño tan pequeño. Y esta experiencia también pasa en los «directos» con otros niños de la escuela compartiendo cuadraditos en la pantalla. Son sus amigos, los reconoce, pero tampoco puede jugar con ellos. Parece que son, pero no son.
Los niños tienen que socializar, se dice, y tanto la escuela como muchos padres animan a su hijo a «conectarse». ¿Cómo se puede socializar en estos momentos si no es de esta manera? Sin embargo, para algunos niños no está funcionando y es a ellos a quienes quiero dedicar las próximas líneas, a esos niños que no quieren participar de las actividades digitales que propone su escuela. Esta situación preocupa a los padres porque sienten la presión de que el niño está perdiendo su tiempo tanto en lo académico como en lo social. Yo quitaría presión a la exigencia en lo académico: los niños tienen otra temporalidad y, en esta etapa de su vida, su desarrollo en lo académico no es prioritario, mientras que lo social sí lo es, pero la calidad a la hora de cómo hacerlo es lo complicado.
Una parte del bienestar emocional del niño en edades tempranas, como es el primer y segundo ciclo de infantil, tiene que ver con compartir todas las experiencias que vive en contacto con sus adultos de referencia y con sus iguales. Experiencias que le ayudan a crecer, a tener curiosidad, a aprender de lo que ven en otros, a descargar motrizmente con sus iguales, a gestionar emociones y situaciones…
La socialización del niño pequeño es, precisamente, un intercambio psicoafectivo con un otro que le va a ayudar a empezar a entretejer eso que en el futuro se llamará «afecto por los iguales«, los amigos, como enseñamos a los niños a llamarlo. Pero este afecto camina sobre la interacción, sobre un intercambio no solo de palabra sino de gestos, contactos, miradas, sonrisas compartidas y acciones pensadas de manera conjunta. Si todo esto no se da, este afecto pierde fuerza. Quizás es la explicación que podemos dar a esto que está ocurriendo con los más pequeños. Las familias comentan que el niño ya no se quiere conectar con la frecuencia del inicio de esta etapa. ¿Están los niños pequeños presentando fatiga digital? ¿Este rechazo por este tipo de socialización es el resultado de la falta de intercambio afectivo? Porque esto no ocurre cuando ven dibujos. El niño sabe que el dibujo animado no le va a responder y le puede servir, por otra parte, para desconectar, para replegarse, para evitar gestionar la situación emocional interna en la que se encuentra. Esta necesidad de quedar abducido frente a la TV también ha aumentado.
Pero además hay un patrón que se está repitiendo y que hace pensar que hay algo más allá de esa fatiga digital de la que hablaba. Las familias han ido contando que durante el primer mes, más o menos, los niños han estado bastante contenidos e, incluso, algunos se han encontrado mucho mejor de lo que estaban antes, cuando iban a la escuela. Esto me haría pensar si la escuela lleva implícito un factor de estrés adicional para esos niños a quienes tanto les cuesta la gestión emocional, (tanto positiva como negativa), las relaciones con los iguales o la exigencia propia del ritmo escolar. Estos niños han sido, en el primer tiempo, los grandes beneficiarios de esta situación, en casa con sus padres en un entorno aparentemente seguro. Pero con el paso de las semanas va apareciendo otra dificultad añadida a la de conectarse. Surgen pequeñas desregulaciones y, ocho semanas después del inicio del confinamiento, muchos de ellos se están colapsando. Algunos tienen dificultades en el momento de ir a dormir, se les acelera la cabeza, muestran inquietud motriz, tienen momentos de rabia o, simplemente, no hacen caso.
A algunos niños les ha aumentado el apetito de manera voraz queriendo comer entre horas, picoteando, y con poco apetito en las comidas más regladas. Está apareciendo irritabilidad, necesidad de trasgredir las pequeñas normas familiares que habían aprendido. Como me dice una madre, «si no puede saltar, ella salta; si no puede tocar, ella toca».
¿Se están desajustando los más pequeños? Los niños no expresan el malestar interno como lo expresa un adulto. Una sensación de desvitalización puede ser la causante de su exceso de actividad, de su desasosiego, de ese intento de no conectar con esa apatía que puedan sentir y que muchos adultos también podemos estar sintiendo: esa fragilidad y ese extrañamiento que les hace sentir sensaciones internas que no reconocen como propias y que necesitan «sacarse de encima». ¿Cómo puedo continuar mi desarrollo emocional sin una estabilidad interna y con una estabilidad externa también alterada? «No puedo ver a mis abuelos» decía un niño mientras se negaba a saludarlos a través del ordenador.
Los padres, necesarios para garantizarle al hijo una continuidad emocional suficientemente estable, no están en sus mejores momentos. También están siendo invadidos por sus propios miedos. Algunas familias han descrito cuadros de depresión, ansiedad, irritabilidad o fobia. «¿Podemos pedir a los niños que se regulen si ni nosotros mismos estamos regulados?»
Es probable que esta situación emocional familiar, con la que cada uno de sus miembros están intentando lidiar, sea uno de los empujes que esta haciendo aflorar en los niños pequeños estos signos de empeoramiento que tanto están preocupando a los padres.
Están viviendo una realidad que es y no es. Parece como que salimos a la calle, pero no del todo, parece que nos relacionamos, pero sin contacto, con distancia social. En general, parece que se está reescribiendo una nueva cotidianidad aún por definir.
Difícil equilibrio entre lo que necesita el niño pequeño y su salud. Un equilibrio donde nos toca poner en cada parte de la balanza salud física y salud emocional.
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