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Rafael, en el velero durante su confinamiento. Rafael Lambies

Final abrupto a la aventura del navegante valenciano que se confinó junto a una isla desierta

Rafael Lambies ya está en el Club Náutico de Valencia después de que la Subdelegación del Gobierno de Formentera le advirtiera de que le sancionaría si permanecía en Espalmador

Joaquín Batista

Valencia

Lunes, 13 de abril 2020

Rafael Lambies ya está de vuelta en su amarre del Club Náutico de Valencia. Antes de lo que esperaba, después de que el sábado 14 de marzo pusiera rumbo a un islote deshabitado de las Pitiusas intuyendo que en España se iba a oficializar el estado de alarma en las siguientes horas. No ha retornado por falta de provisiones ni por tedio, acostumbrado a pasar sus vacaciones a bordo de su velero, el Isla de Pascua, y a largas travesías de varios días sin ver tierra. El valenciano explica que ha sido la presión de la Subdelegación del Gobierno en Formentera la que ha acabado con su aislamiento autoimpuesto. Una decisión que no comparte, al defender que no ha incumplido ninguna de las medidas establecidas por las autoridades. «No me he venido voluntariamente, me he venido amenazado con ser sancionado. Estaba en un sitio libre de virus y ahora estoy en otro donde hay contagios todos los días», señala en conversación telefónica.

«El viernes 13 terminé de trabajar y ya tenía el velero preparado. Veía lo que pasaba en Italia, lo que venía de China y que aquí la única medida había sido la suspensión de las Fallas, así que decidí irme a una isla desierta donde no hay nadie», explica. Conoce la zona, pues navega por allí desde la infancia. El destino: el islote Espalmador, al norte de Formentera, un pequeño espacio natural de algo más de 130 hectáreas.

«Llegué el sábado 14 de marzo por la mañana y el 15 entró en vigor el confinamiento. Antes llamé a la Guardia Civil de Formentera para informar de que estaba allí, y también he avisado a Salvamento Marítimo cuando fondeaba en otro lado si había mal tiempo», explica. Cuando llevaba un par de semanas necesitó una pieza de repuesto para el velero y decidió comprar suministros (había gastado aproximadamente la mitad). Y volvió a dar aviso a Salvamento Marítimo, informando de la hora a la que acudiría al puerto de Formentera, donde la Guardia Civil le dio las instrucciones habituales: utilizar el tiempo mínimo imprescindible y volver al confinamiento. Procedió de la misma manera cuando se enteró de que el gobierno balear «pedía a todos los residentes de fuera que estuvieran en las islas que lo comunicaran». Lo hizo a través del Consell Insular de Formentera.

Su vida en el barco -un velero de 31 años con tres camarotes dobles, baño, salón-cocina y mesa de cartas- consistía en levantarse con el amanecer, mirar el parte meteorológico, ordenar el barco, asearse, desayunar y teletrabajar, además de realizar tareas de mantenimiento, «que siempre hay alguna». También daba paseos en el kalay o se bañaba, y asegura que apenas pisó el islote deshabitado cuatro o cinco veces en casi un mes. «A estirar las piernas y ya está», señala.

El pasado jueves, cuando su historia ya había saltado a los medios, empezaron los problemas. «Vino la Guardia Civil y me dijo que tenían orden de decirme que me fuera. Yo les trasladé mis argumentos: el barco era mi segunda residencia, como en vacaciones y fines de semana, y había llegado a la isla antes del confinamiento, donde ni me contagio ni contagio a nadie. También alegaron que estaba prohibida la navegación de recreo, pero yo sólo estaba fondeado. El Real Decreto dice que no puedes salir de tu casa para ir a por el barco, y cuando se cerraron las playas se cerraron también los puertos y no se podía salir a navegar, pero yo no lo necesitaba: ya estaba en el mar«, insiste el valenciano.

Al día siguiente, el viernes, se repitió la visita en términos similares, e insistió en que se le facilitara la orden por escrito. Entonces contactó con la Subdelegación del Gobierno en Ibiza-Formentera. «Me insistieron en que estaba prohibida la navegación de recreo y que cuando se decretó el confinamiento tenía que haber vuelto a mi puerto base, cuando en realidad lo que se trasladó fue que nos quedáramos donde estábamos. La persona con la que hablé, que no se identificó ni me quiso dar nada por escrito, me insistió en que me volvía o me multaban». Fue la gota que colmó el vaso, y para evitar males mayores decidió retornar a Valencia, no sin antes avisar al servicio marítimo de la guardia civil para informar de su retorno. «Se extrañaron de lo que me habían dicho, pero me prepararon la autorización para entrar en el puerto», señala.

Llegó el sábado a su amarre, alrededor de las dos y media de la tarde, donde seguirá con su confinamiento aprovechando para poner a punto el velero de cara a las vacaciones de verano. «No he hecho nada ilegal», reitera.

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