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Nuria depositando sus fotos en las dependencias de la UV que se ocupan de su reparación. Adolfo Benetó
Las fotos de Nuria: cómo curar la memoria que arrasó la DANA

Las fotos de Nuria: cómo curar la memoria que arrasó la DANA

Decenas de miles de fotos de familias afectadas por el 29-O aspiran a revivir sanadas por expertos de la UV: crónica de una mañana con la emoción virada a sepia

Jorge Alacid

Valencia

Sábado, 30 de noviembre 2024, 01:17

de la riada, recién superadas las trágicas horas que siguieron a la crecida del Poyo a su paso por Picanya, Nuria regresó por fin a su casa en la calle María Moliner con un triple pensamiento en la cabeza: rescatar del desolado paisaje que le esperaba no los bienes tal vez más valiosos de su devastado hogar sino aquellos adheridos con una fortaleza superior a su corazón. La mochila con que peregrinó hacia Santiago, el traje de novia y también los álbumes de fotos, depositarios de su memoria más sentimental. El clase de material que forja en nuestro espíritu un contrato de lealtad hacia el pasado, hacia nuestros seres queridos y hacia la biografía propia de cada cual, con sus hitos más inolvidables. El material que esta mañana de noviembre traslada en una bolsa hasta el campus de la Universitat de València y deposita en las benefactoras manos de los responsables de que todos estos recuerdos, en color y también en blanco y negro, sobrevivan a la catástrofe del 29-O.

Son fotos donde se observa a Nuria de recién nacida vigilada en la cuna por su padre, más mayorcita en brazos de su tía, retratada en la típica instantánea de festividad familiar, o con su hermana jugueteando con su primer perrito, Cuso. Las imágenes que repasa conteniendo el aliento. Hay una enorme emoción ambiente, una rara electricidad dominando la estancia del Museo de Historia reconvertida en botiquín o sala de curas, destinataria de todos estos recuerdos que Nuria espera que sobrevivan al barro y el agua. «Sería un regalazo», suspira.

Psicóloga de profesión, Nuria acaricia algunas de las fotos antes de entregarlas a la custodia y salvaguarda de los voluntarios que se ocupan de reanimar las decenas de miles de imágenes que los damnificados por la DANA hacen llegar cada día, por abrumadoras oleadas, hasta este discreto enclave del campus de Burjassot o hacia los cuatro puntos de recogida instalados en Torrent, Alfafar y el recién abierto de Algemesí. Desde esta localidad llega precisamente otro donante, Javier, quien coincide con Nuria mientras entrega su conmovedor botín: las fotos de su familia política, resguardadas en el domicilio familiar que la riada se llevó por delante, igual que arrasó estos recuerdos que aspiran a revivir: tendrían más suerte que el resto de enseres domésticos, devastados por la DANA, aunque tienen suerte: todos pueden contarlo. «En casa todos están bien», informa Javier, como están bien afortunadamente también Nuria, su pareja y el resto de su entorno, que se pudieron salvar de la catástrofe. Sólo gracias a la solidaridad vecinal, añade Javier, los suyos han podido ponerse en pie un mes después de la riada.

Imagen principal - Las fotos de Nuria: cómo curar la memoria que arrasó la DANA
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Lo explica mientras entrega su alijo de fotos y se marcha con esa cara de tristeza y perplejidad que nos dejó el 29-O, el semblante contrariado con que los afectados van intentando rehacer sus vidas. Miradas parecidas a la de Nuria, miradas como las que lucen los voluntarios que se ocupan de resucitar todas estas imágenes diseminadas por la enorme mesa que gobierna la estancia. Una mesa de autopsia, en cierto sentido, pero también una camilla de cuidados intensivos: las fotos que no superan los ejercicios de reanimación porque llegan hasta aquí mortalmente heridas se agrupan en un nicho en forma de caja de cartón, ya desvaído el color, brochazos desfigurados por el agua donde antes habitó aquella foto que inmortalizaba un viaje, una festividad o alguna instantánea cotidiana que recuerda nuestro paso por este mundo.

Las supervivientes van superando el protocolo que marcan las responsables de esta UVI improvisada: Ana García Forner, directora del Museo de Historia Natural, se reparte el trabajo de reanimación con una docena de estudiantes de las diferentes titulaciones del campus vinculadas a la conservación de bienes culturales, de quienes partió precisamente la idea de aliviar el dolor de las víctimas salvando una parte esencial de sus vidas: su memoria. En color y en blanco y negro. Una alumna, Alejandra, tuvo la ocurrencia de que ese material podía tener una nueva vida cuando observó imágenes de contenedores adonde, en las primeras horas de la tragedia, habían ido a parar esas imágenes que se creían inservibles. La UV se movilizó para rescatarlas, lanzó con éxito un llamamiento que los medios de comunicación propagaron y el resultado de esta iniciativa se mide ahora de manera cuantitativa (esos millares de fotos que aspiran a un futuro mejor) y también cualitativa, tal vez su activo más valioso: encarnan una esperanza de que Valencia se pueda recuperar de este tsunami emocional que amputó tantos bienes materiales y también su conciencia moral.

El campus se movilizó por iniciativa de una estudiante, Alejandra; el alumnado más experto ejerce de voluntario en este sanatorio de fotos

Recuperar la foto de la abuela que se pensaba perdida es una inyección de moral que alienta la esperanza de Nuria y de quienes pasan por esta especie de hospital de imágenes con la voz entrecortada y las emociones a flor de piel. «Es un rayo de luz», dice mientras dirige sus ojos hacia las fotos que el equipo que forman esta mañana Asia, María, Elena y Margarita, ocupadas de clasificar las imágenes con una delicadeza donde habita esa clase de compasión tan extendida por Valencia hacia quienes lo han perdido todo.

«Algunas se rompen según se abren», explican las voluntarias mientras van extrayendo de la bolsa de Nuria sus álbumes, pegadas las fotos a la cubierta de plástico donde dormían o directamente adosadas a las láminas de cartón propias de todo álbum, donde por cierto han sobrevivido en mejores condiciones. «Es que absorbe la humedad mejor que el papel o el plástico», le aclaran las cuidadoras, que pasan ahora a la siguiente fase del protocolo: un procedimiento de secado y ventilación natural, para que al aire borre los restos de humedad, que incluye colgar con pinzas algunas de ellas al tendedero portátil emplazado en un rincón. Luego llegará la hora decisiva, el momento clave: aplicar el tratamiento de sustancias químicas que ayuden a volver a fijar los colores desvaídos, las imágenes hoy borrosas donde se intuye la sombra de alguien en segundo plano que reclama recuperar de nuevo su auténtica figura y alimentar la esperanza de quienes, como Nuria, se han visto golpeadas en lo más profundo de su alma.

La Universitat, que no sabe cuándo acabará el proceso de recogida y tratamiento, aspira a resucitar las más valiosas con ayuda de la IA

Ella explica que ha trabajado como voluntaria en la residencia de ancianos y que le tocó atender a los familiares de una fallecida, a quienes pudo ofrecer cierto consuelo cuando les entregó la memoria familiar encarnada en el álbum de fotos que se pudo salvar. «Un tesoro», resume. Un tesoro como otra joya que pudo rescatar de su destrozado hogar en Picanya: las cartas de noviazgo que dirigió a su pareja durante años y que misteriosamente sobrevivieron al desastre. «Están intactas», sonríe. «Es un milagro». Uno de tantos milagros, dotados del mismo carácter sobrenatural que justifica algunas de las escenas vividas en las horas inmediatamente posteriores a la DANA. Heroicos rescates, prodigios de raíz misteriosa o la magia que anida en las fotos que resistieron a la riada y aterrizan en esta salita, cuya atmósfera tiene algo de sacristía. Se respira un ambiente casi religioso, mientras las voluntarias no paran ni un segundo, descartando fotos, observando a contraluz aquellas que pudieran revivir, apilando el material en un ordenado caos que recuerda a esas imágenes de una playa después de un naufragio: hasta aquí llegaron esas fotos donde un hombre sonríe a la cámara precisamente al borde del mar, estas otras donde un trío de mujeres se zampa un helado o aquella donde una pareja se hace arrumacos.

Restos de las vidas que toca recomponer y que al menos pueden contar con la clase de cimiento sentimental que garantizará mañana este equipo de salvamento fotográfico que no sabe cuánto durará su trabajo. Ana García Forner se encoge de hombros con una sonrisa, comprensiblemente incapaz de fijar un punto en el horizonte próximo donde este empeño homérico por fin concluya. Apunta a una incierta posibilidad que explorará el equipo encargado de esta reconstrucción emocional: someter a la Inteligencia Artificial la recuperación de aquellas imágenes que ella denomina «especiales». ¿Cuáles? No se sabe porque tampoco se sabe cuáles no lo son: todas las que manipula el grupo de voluntarias, que superaron un cierto filtro formativo para asegurar el éxito de la misión, son en realidad especiales para quien las entregó pero la propia Nuria admite que hay algunas más especiales que otras. ¿Por ejemplo? Por ejemplo, una en donde aparece retratada con su abuela. O la imagen que el día anterior trajo el hijo de una mujer fallecida en Aldaia: la foto de ella tal y como la recordaba su familia, como recuerda Ana, conmovida como se conmueve cualquiera que pase por este espacio, a la vez hospital y cámara mortuoria.

La emoción, y un raro silencio muy espeso, terminan de alcanzar su cúspide mientras Javier y Nuria se despiden. Ella dice que en su trabajo como psicóloga ha tenido que reflexionar con frecuencia en torno a valores como el apego y su contrario (el desapego), que han pasado de la teoría a la práctica en estos días dramáticos, mientras elegía qué parte de su vida iba al basurero y cuál rescataba. Es un auténtico tratado sobre la idea de inpermanencia que salta de los libros a la realidad, un doloroso contraste que deja alguna enseñanza entre los supervivientes, entre los testigos de esta desoladora tragedia y también entre quienes desde la Universitat combaten contra la humedad, los hongos y otros enemigos de las fotos e insuflan oxígeno a estas desvalidas imágenes, también con los sentimientos a flor de piel. Una experiencia que arroja un par de lecciones primordiales. La primera se resume en una frase de Ana García: «Ningún barro es igual a otro». Un sintagma que da qué pensar porque tiene algo de metáfora para entender el tóxico clima político que vivimos desde el 29 de octubre. Y segunda lección: «El blanco y negro aguanta mejor que el color».

- ¿Por la emulsión?

-Sí, por la emulsión. Lo viejo resiste mejor que lo más nuevo.

La frase que ayuda entender la dimensión de esta catástrofe.

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