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BELÉN HERNÁNDEZ
Miércoles, 16 de febrero 2022, 00:40
Mario García tiene el acento ucraniano de un nativo. Sus palabras hablan más de los casi ocho años que lleva como voluntario en Ucrania que de sus raíces como valenciano. Se fue de Valencia sin mirar atrás. Era marzo de 2014 y Mario pidió ... la prejubilación y abandonó su puesto como funcionario en el Ayuntamiento de Carlet, donde trabajó durante 31 años. No dejó lugar para las despedidas. Cuando pronunció «adiós» por primera vez fue dos semanas después de estar en primera línea del conflicto. «Si le hubiera dicho a mi familia que me iba a ir no me lo hubieran permitido». Su decisión estaba tomada. No había vuelta de hoja. No podía quedarse de brazos cruzados en la comodidad de su casa mientras era consciente de que aquel país pedía ayuda a gritos.
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«Antes de venir ya sabía dónde me estaba metiendo», confiesa Mario. En su alma no hay espacio para el miedo. Su valentía es su mayor distintivo. Aunque sí mira al cielo y pide la protección de su padre: «Si estuviera vivo estoy seguro de que estaría aquí conmigo». Mario se mantiene firme, no flaquea. Relata sus experiencias con especial lucidez. «He visto balas rebotar contra las paredes en medio de un conflicto entre el bando ucraniano y el ruso».
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n. a. erausquin /maría Jardón
Tiene normalizada esta realidad. Su voz no titubea en ningún momento. Más bien, su tono se endurece a medida que lo hacen sus narraciones. Cuando unos soldados acudieron manchados de sangre al campamento en el que se encontraba pudo mantener la cabeza fría. Los voluntarios se habían reunido con el comandante cuando los disparos comenzaron a arremolinarse por las paredes de la tienda donde tomaban poleo. Enrique, originario de Jávea, se fue a llorar a una esquina al presenciar la escena. Hacía tan solo unos días que estaba en Ucrania tras contactar con Mario vía Facebook para ofrecerse como voluntario. «Señor, yo no he venido a que me maten», sollozó Enrique. «Ya te dije que esto no era una avenida de Benidorm», exclamó el veterano. El alicantino regresó a casa tan solo cuatro días después del incidente. Pero Mario no ha comprado billete de vuelta. En su calendario no está previsto su regreso a Valencia. «No voy a volver, voy a quedarme para ayudar a Ucrania», dice con sinceridad. Su principal premisa es llevar la verdad como bandera.
El destino le jugó una mala pasada cuando la rueda del todoterreno en el que viajaba junto a cuatro compañeros se quedó atascada en medio de una guerra entre los bandos. Era noche abierta y una tormenta agravó la situación de inseguridad que se vivía en el campo de batalla. «Salí del coche y me quité la chaqueta y los zapatos. Utilicé ramas, hojas y todo lo que estaba a mi alcance hasta que el vehículo pudo salir».
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Mario supo gestionar la situación. No se permitió estremecerse en mitad de los llantos de sus compañeros, presas del pánico. Poco tiempo después de creer que había salido airoso, se topó de bruces con una realidad arrolladora: en ese mismo momento estaba en el punto de mira de un francotirador del bando ruso. La razón por la que Mario puede narrar esta historia a día de hoy es que aquel hombre no apretó el gatillo al reconocerle. «¡Es el voluntario español en Ucrania, el que ayuda a nuestros hijos, a nuestras familias!», repite Mario. Recuerda las palabras que le dedicó el francotirador que le perdonó la vida.
«No me dispararon porque me conocen como 'un héroe'». El soldado que podría haber marcado su fecha de defunción, conocido como 'Roma' fue amigo suyo tiempo atrás, cuando su lealtad estaba con Ucrania. Ahora sirve a Putin. «El ministerio de guerra le paga 3.000 euros al mes». La rabia se apodera de Mario al recordarlo. «Desde aquel momento le dije que no era mi amigo y nunca más volví a dirigirle la palabra».
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«Cuando llegué me quedé maravillado. Creía que estaba en Valencia», relata emocionado Mario. Le embelesó la riqueza de los árboles frutales que rodean la ciudad de Kherson, donde reside actualmente.
«Los ucranianos si ven que eres una persona sencilla te abren la mano», afirma mientras reúne provisiones para mañana. Volverá a verse las caras con el bando enemigo. «A partir de esta noche no sabemos lo que puede ocurrir», anticipa. El valenciano de 74 años implora: «Gracias a Dios no tengo miedo». Como si fuera la razón de que pueda mantenerse intacto tras ver el declive del país. El lamento de familias que lo han perdido todo.
En Valencia lo esperan sus cuatro hermanos, sus dos hijos y dos nietas. «El otro día fue el cumpleaños de la pequeña y cuando hablé con ella me dijo: 'yayo, yayo, te quiero mucho. Cuídate'». Los tiene siempre el mente. Pensar en los suyos hace que su espíritu se llene de fuerzas para luchar por aquellos a los que la guerra les ha dejado sin nadie que los reciba al volver a casa.
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