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BELÉN HERNÁNDEZ
Domingo, 16 de octubre 2022, 00:45
Jorge tiraba petardos con sus amigos en Fallas. Tenía 11 años y, sin ser consciente, estaba a punto de escoger su destino. «Nos llamó la atención el olor del gas del mechero. Fue por las risas», cuenta el joven. Aquella fue la primera vez ... que inhaló. Ahora tiene 21 años. Las fosas nasales destrozadas. Su nombre es ficticio para preservar su identidad, pero no teme desvelar a LAS PROVINCIAS la espiral de drogas en la que se ha visto envuelto.
Comenzó como un juego. Pero la broma siguió y dejó de tener gracia. Jorge tiene la suerte de poder contar su historia. La adolescente de 16 años que falleció en un pueblo de Toledo el pasado 1 de octubre tras inhalar el gas de un mechero nunca sabrá qué planes tenía preparados la vida para ella. Sus sueños murieron junto a ella en aquel parque. Quizá las nueve de la noche, momento en el que perdió la vida, era su hora de llegar a casa. Pero Natalia jamás regresó.
«Empiezas a flipar. Te da un viaje de unos 40 segundos», confiesa Jorge. Está al tanto de que hace poco una chica se murió como consecuencia de esta práctica. Opina como si fuera todo un experto. «Seguramente se le cerrarían las vías respiratorias. El gas te quema por dentro». Después de su primer coqueteo con esta droga, la volvió a probar con sus amigos. «Entonces ya sabíamos lo que hacíamos». Han inhalado tanto directamente del mechero como de las botellas de gas para recargarlos.
Saben que es meterse en un terreno peligroso. Pero creen tener el control absoluto. Hasta que es demasiado tarde. Amor Fernández, la coordinadora del área de prevención de Proyecto Hombre, especifica: «Suelen ser los más jóvenes los que inhalan este tipo de sustancias. La percepción del riesgo no se desarrolla hasta los 20 años». La experta matiza: «Saben que puede ser peligroso, pero no piensan que a ellos les vaya a pasar nada». Ese sentimiento de inmunidad hasta el peligro hizo que la adolescente se precipitara hacia su fin. Convencida de que sabría cuándo dejar de inhalar. Pero el gas se llevó su último suspiro con él.
«Diez segundos inhalando de más o de menos pueden marcar la diferencia entre pasar un buen rato o que acabes bajo tierra. Esos diez segundos separan la vida de la muerte». Jorge habla con crudeza. No oculta la verdad. No maquilla el mundo de la drogadicción con otros verbos que no sean «caer». Caer en picado hasta tocar fondo. No sólo entran en juego los diez segundos de más o de menos inhalando gas. Si no que estos métodos pueden ser un billete sólo de ida a naufragar en la espiral de las drogas. «Muchas veces los jóvenes por su percepción del riesgo consideran drogas inocuas a determinadas sustancias que realmente te están dando la puerta de entrada a consumir otras porque empiezas a verlo menos peligroso», comenta la coordinadora del área de prevención de Proyecto Hombre. Sus conclusiones se refuerzan con los testimonios. Aquel gas «inocente» prendió la llama de la espiral de adicciones en la que se ha visto envuelto a lo largo de su vida.
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Así como el gas, el uso del cloretilo también es cada vez más común entre los jóvenes. La manera que ven de «pasárselo bien y rápido». Amor Fernández informa que esto se debe a que se trata de «drogas baratas con un efecto muy inmediato». El cloruro de etilo que ahora se ha puesto de moda entre los adolescentes ya tuvo su auge a mediados de los años 90.
Sólo un año después, ese mechero encendió su primer cigarro. Nueve años después, todavía le acompaña una cajetilla de tabaco en el bolsillo donde quiera que vaya. Al igual que le ocurrió en su anterior experiencia, comenzó «por curiosidad». Solía quedar con chicos más mayores que él. Personas que le favorecieron el acceso a este tipo de sustancias. Aunque asegura que nunca las consumió por presión social. Más bien, lo que le motivó fue «saber qué se siente».
Y así siguió. Sin parar de girar en la rueda de la drogodependencia. A los 13 años llegaron los porros. Tampoco ha dejado de consumir marihuana o hachís a día de hoy. No lo ve como un problema. «Esnifar pegamento o gas de mechero es más perjudicial porque son productos químicos», opina el joven de 21 años.
Su infancia y adolescencia se las pasó haciendo acrobacias entre los subidones provocados por los estupefacientes. Pero cuanto más subes, más te precipitas. Y Jorge se vio cada vez más atraído por ese mundo. «A los 15 años me metí mi primera pastilla de éxtasis», rememora entre risas. ¿Por qué esta sustancia? «Era lo más normal y lo más fácil de conseguir», cuenta el chico. Tiene normalizada esta realidad, como si no existiera vida más allá de pasar el día bajo los efectos de los estupefacientes. Una anestesia vital para él.
Sus inicios fueron en un contexto recreativo. Las personas con las que iba empezaron a consumir, y él no quería quedarse atrás. Tampoco cayó en la cuenta de que no se trataba sólo de tomarse una pastilla. Era un adolescente y ya se movía entre arenas movedizas. Aquellas de las que, cuanto más intentas salir, más atrapado te encuentras. «Empecé tomando sólo un cuarto. Luego sí que me las tragaba como si fueran lacasitos», asegura. La primera vez «me pegó un viaje importante. Puedes padecer alucinaciones muy fuertes con el éxtasis». Pero le atrajo lo suficiente como para no dejar de consumir. Más allá de eso, le sedujo a probar más sustancias.
Jorge habla de forma elocuente. Sincera. Trata el tema de la drogodependencia con total normalidad. Hace bromas. Quizá sin querer mirar en su interior y cerciorase de que los «viajes» de los que habla un día podrían no tener retorno.
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Juan Antonio Marrahí
No paró. Luego probó el cristal. Otra forma de consumir opiáceos de la familia de las metanfetaminas. Tampoco había alcanzado la mayoría de edad cuando llegó a este punto. Tan sólo tenía 16 años. «También fue en una fiesta. Le pedí a un amigo si me dejaba probar de su cubata y me dijo que tenía cristal». No le importó. De hecho, fue eso lo que le dio más ganas de tomar de aquella bebida. Le golpearon las alucinaciones. Los estupefacientes le han llevado a perder la consciencia de sus actos. «Con el cristal he llegado a aparecer con el coche a las 8.30 de la mañana en Barcelona con mis amigos y ninguno sabíamos cómo habíamos llegado hasta ahí» ¿Quién conducía? O más bien, ¿Cómo no tuvieron un accidente? Son dos incógnitas que quizá ni los propios protagonistas de esta historia sepan dan respuesta.
«Normalmente el que consume tabaco o porros no quiere decir que vayas a probar otro tipo de sustancias. Pero sí que es verdad que el que las consume ha empezado por el tabaco, los porros o el alcohol», concreta la coordinadora del área de prevención de Proyecto Hombre, Amor Fernández. Jorge considera que consumir cristal es estar «en un punto intermedio».
«Cuando lo pruebas estás en un 50/ 50. Tienes la mitad de probabilidades de darte cuenta de que no te gustan las drogas y dejarlo del todo pero también puede ser al revés, que te den ganas de probar más». Él estuvo en la segunda tanda. Ciertamente, Jorge pensaba que sólo pasaba «un buen rato» hasta que se topó de bruces con la cocaína. «En aquel momento estaba hecho mierda. Quería encontrar algo que me animara». Y creyó haberlo hecho.
En los entornos en los que se ha curtido, ver a los suyos sacar de sus bolsillos todo tipo de opiáceos no es algo que le sorprenda. Tras seis meses de un consumo continuado de cristal, uno de sus colegas puso encima de la mesa dos 'pollos' de cocaína. «Sabía que esa noche no iba a volver a casa a dormir y que mis padres no se iban a enterar así que dije: 'pues me hago una raya'».
Rápido. Inmediato. El efecto del gas del mechero dura apenas unos segundos. «Como se suele inhalar, pasa directamente a los pulmones», asegura la coordinadora del área de prevención de Proyecto Hombre. «De los pulmones, a través de los vasos sangüíneos, la sangre coge la sustancia y la distribuye a través de todo el organismo a nivel cardiovascular», explica Fernández. Las partes del cuerpo más afectadas son el sistema respiratorio y el corazón. «Luego la sangre va directamente al cerebro y ahí es donde se produce el efecto». Llega de manera muy veloz en estas sustancias denominadas como 'inhalantes'. «Generan sensación de euforia, deshinbición o distorsión de la realidad. Pero también falta de coordinación, mareos, dolores de cabeza y una alteración del cerebro llamada 'hipoxia'. Es decir, cuando esto ocurre se reduce el oxígeno que llega por los vasos sanguíneos, lo que puede llegar a ocasionar la muerte.
Pero fue una detrás de otra. «Para mí, la cocaína es la única droga que de verdad te engancha. Más bien te atrapa». A Jorge su cuerpo cada vez le pedía más cantidad del estupefaciente. La euforia que sentía tampoco compensaba a los momentos de abstinencia. No se podía levantar de la cama. Sus días se limitaban a mirar el techo y morderse las uñas. «Me dolía el cuerpo. Intentar dejar la coca es muy violento». Asegura que lleva dos años sin consumir esta sustancia y que todavía nota 'el mono' a veces.
Asegura que lo único que no ha probado son aquellos opiáceos que se inyectan mediante jeringuillas. «Pero porque me dan miedo las agujas», dice entre risas. Hace poco que probó las setas alucinógenas. «Hice una tortilla con mis amigos. Te provoca alucinaciones muy fuertes. Ves los rostros distorsionados. A lo mejor le ves a alguien los ojos o la boca excesivamente grandes». Y ríe a carcajadas. Así es como el niño de 11 años que inhaló el gas de un mechero entró de lleno en el agujero negro de la drogadicción. Una década después de aquello, sigue atrapado.
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