mar guadalajara
Martes, 17 de marzo 2020
Entre el saqueo de mascarillas y la ovación diaria por los trabajadores sanitarios transitan las mil caras de la sociedad, todas ellas salen a relucir en los peores momentos. Son difíciles de maquillar cuando la situación apremia y más aún con el encierro de la cuarentena que las empuja a aflorar. En tiempos de crisis, tan pronto se va de la indiferencia absoluta por las consecuencias por salir a la calle en medio de una pandemia, a la comprensión y el respeto por quienes la sufren en soledad. Así, la gente viaja del egoísmo al respeto conforme avanzan los días y paradójicamente, cuando todo empeora. Y como resultado de ese viaje se propaga el germen de la solidaridad entre vecinos.
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Las redes sociales son el mejor conductor de gestos espontáneos como el que surgió de reconocimiento a los sanitarios con aplausos en los balcones o el de los mensajes con fotos y vídeos para insistir en que es necesario quedarse en casa para contener la pandemia. Incluso los más pequeños participan con un reto que ya se ha hecho viral en Internet, el de dibujar un arcoíris y colocarlo en las ventanas para sobrellevar el confinamiento.
Los profesionales utilizan ese altavoz para ofrecer ayuda, cada uno en su materia. Médicos, oftalmólogos o dentistas lanzan mensajes en sus cuentas de Twitter para atender consultas que no sean de urgencia o resolver las dudas de quienes puedan presentar síntomas leves por el contagio. Y no son sólo los sanitarios quienes están mostrando su mejor cara. El gremio de peluqueros que ha tenido que cerrar sus locales, anular citas y puede que hasta despedir a empleados, se ofrece a atender a los mayores que requieran de ayuda o a quienes están solos.
En los barrios valencianos los vecinos se organizan: desde para hacer la compra hasta para cualquier recado o gestión que de no ser así, las personas que se consideran como colectivos vulnerables no podrían llegar a hacer. Este germen no distingue de edad, pero son los jóvenes quienes aprenden la lección y ya se movilizan con tal de llegar a las generaciones adultas. Carteles y circulares con sus datos de contacto, informan a los convecinos de su disponibilidad. Todas ellos tienen nombres y apellidos, y prestan un servicio altruista y anónima.
Hace poco que Manuel y su familia viven en España y menos aún que residen en Valencia. Puede que por eso sepan lo que significa necesitar algo de ayuda cuando uno no es del todo suficiente. En septiembre abrieron su negocio: Paladar, una casa de comida preparada en pleno barrio de Cánovas. «Puede que por el clima nos sintiéramos atraídos después de haber estado en Galicia, aquí la gente es amable y ya nos conocen en el barrio», explica Manuel que detalla cómo hacen recetas saludables y ligeras para el día a día, algo diferente que parece funcionar en el barrio.
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«En la zona hay muchas personas mayores que vienen a comprar y precisamente es a ellos por quienes hago esto», dice. Desde que el fin de semana empezará a notar los encargos aunque también el descenso debido al confinamiento, Manuel decidió imprimir folletos para repartir. «Lo cierto es que ya hay poca gente por la calle y mandé a mi hijo a repartir», comenta preocupado por los clientes a los que no pudo avisar. Y es que él quiere dirigirse a aquellos que tengan mayor riesgo de contagio y de esta forma les ofrece el servicio de reparto a casa gratuito.
A través de Internet, con aplicaciones cómo '¿Tienes sal?' para la comunicación vecinal por barrios también informó de su ofrecimiento. «A veces temo ser desconfiado pero por teléfono siempre me pueden engañar, aun así, yo no tengo capacidad para irme a la otra punta de la ciudad pero sí quiero ayudar a quien lo necesite en este barrio», zanja.
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En cuanto decretaron el estado de alarma, no lo dudo. El primer reflejo de Modesto Martínez fue acceder a las redes sociales para transmitir su apoyo y prestar sus datos de contacto para quien necesitara ayuda. «Qué mejor que ayudar a quien no lo tiene tan fácil para salir de casa», comenta el joven. Pero pronto se dio cuenta de que no podía llegar a quienes quería mediante las redes. Sí consiguió crear una red de vecinos voluntarios. «Unas 30 personas se pusieron en contacto y ahora todas nos organizamos en caso de que haya alguien interesado en nuestra ayuda», explica. Mediante circulares en las que indican sus datos y su dirección consiguen llegar a los más mayores que no suelen estar familiarizados con Internet.
«Mi sorpresa fue que tanta gente quisiera prestarse y la verdad es que aunque siempre desconfías un poco porque no todo el mundo tiene siempre las mismas intenciones, todo ha ido muy bien», reconoce Modesto. Ya se ha puesto en contacto con el vicario de la parroquia y también con grupos de otros barrios; han empezado a averiguar cómo comprar lo necesario en las farmacias. «Nuestra intención no es meter la pata, todo lo contrario, por eso como muchas farmacias están teniendo problemas con el servicio a domicilio, estudiamos la manera de que podamos conseguir lo que necesiten sea o no con receta», detalla. Por el momento ya llevan repartidos 150 carteles y han prestado sus servicios en un par de ocasiones. Le reconforta ver como su idea moviliza también ahora a los jóvenes de la parroquia.
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Con un negocio de apenas dos años, Oscar Palos tendrá que cerrar. «Empezaron a cancelar citas en la peluquería ya el jueves y cuando escuchamos que teníamos que seguir abiertos no le encontré el sentido», relata. Pero después comprendió que podría haber gente con movilidad reducida que necesitara de sus servicios, aunque no considera que alguien con su formación pueda desempeñar esa labor. «Creo que es algo serio y que los peluqueros no tenemos la formación para tratar y asear a alguien con parálisis por ejemplo, y no podemos jugar con eso tampoco», explica.
Aún así está dispuesto a ayudar y por eso ha dejado a todo su equipo haciendo cuarentena y es él quien asume la solidaria labor. «No quiero poner en riesgo a nadie, hay que tener en cuenta que nosotros acudiendo al domicilio también nos exponemos, porque no contamos con todas las medidas de prevención y porque tratamos con el cliente», que explica sobre todo se ofrece para «señoras que viven solas y no puede lavarse la cabeza porque no levantar bien los brazos, les ofrecemos el servicio sin cobrarles».
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Ante la previsión de que se alargue el confinamiento Miguel Puchades tomó la iniciativa este fin de semana. «Lo vi en redes sociales y puse un cartel en la escalera, también se lo dije a mis conocidos del barrio». Poco a poco se ha ido creando esa red que sobre todo se basa en la cercanía. «Es la clave para que confíen en ti y la gente ya nos lo está agradeciendo, nos dicen que cuentan con nosotros para más adelante porque por el momento tienen provisiones», dice Miguel. Ha creado un cuadrante del barrio para que en caso de demanda poder enviar al voluntario que resida más cerca.
La solidaridad se puede transmitir a través de la música. En el barrio de Patraix cada tarde a las ocho, tras los aplausos en apoyo a los sanitarios, una pequeña banda toca desde la lejanía, cada uno en su balcón. Se hacen llamar 'Músicos en cuarentena', una grupo particular que ponen la banda sonora al barrio. «Podemos acompañar o amenizar a quienes están solos o incluso distraer al resto que esté confinado y sobre todo lo hacemos para apoyarles», dice Sheila Narbona, una de las creadoras de la iniciativa.
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Por las redes sociales han contactado con más músicos para extender la idea en otras zonas de la ciudad y poco a poco ir aumentando esta banda esparcida entre balcones que se hace valer del humor, como método infalible para acabar con la soledad en esta crisis sanitaria.
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