La grieta entre la huerta y los edificios de Benimaclet es estrecha pero muy profunda. Desde el camí del Farinós se pueden ver los campos en los que ya se asoma el fruto del cultivo; al fondo, los edificios. Al final del camino, los campos dejan de serlo para convertirse en solares donde las malas hierbas crecen a sus anchas y en los que los vecinos han encontrado un hueco más para aparcar sus coches. Más de treinta años han pasado desde que esa otra grieta se empezó abrir en el barrio de Benimaclet, esta vez materializada en un plan urbanístico.
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Desde hace algo más de cuatro años el vecindario lucha activamente por tener voz en la ejecución para conservar su esencia y siempre ha mostrado su rechazo a la propuesta de la empresa Metrovacesa y su intención de construir grandes torres con 30 plantas de altura. Durante todo este tiempo Benimaclet se consolida como bastión de la izquierda y desde hace poco se ha convertido en la arena donde los socios del gobierno municipal se disputan el favor de los vecinos.
«Queremos que sea un proyecto abierto, que nos escuchen, que todos podamos participar, para que se haga algo sin estridencias», aclara el presidente de la asociación de vecinos, Javier García, que junto a 'Cuidem Benimaclet' han sido dos entidades en el barrio muy activas contra el Plan de Actuación Integrada (PAI).
Ahora los políticos parecen haber escuchado. Joan Ribó, ya siendo alcalde, hace dos años, decía al ser preguntado sobre el asunto que «lo que no podemos hacer es dedicar una parte sustancial del Ayuntamiento a un solo barrio, como Benimaclet o el Grao». Sin embargo, su partido ahora centra gran parte de sus esfuerzos en él. En diciembre Compromís abría una guerra con el PSPV, posicionándose a favor de rebajar la edificabilidad y conservar la huerta y parcelas que recuperaron los vecinos.
Este pasado mes de febrero, los socialistas anunciaron la inadmisión del PAI de Metrovacesa para marcar nuevos criterios. El enfrentamiento ha ido subiendo de tono semana tras semana; la grieta crece.
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Se oyen las campanas de la iglesia que anuncian el mediodía. Entre las calles estrechas de la zona más antigua se esquivan quienes están de paso con quienes esperan en la cola para el horno. Ya en la plaza que lleva el nombre del barrio, dos niñas juegan frente a dos ancianas, sentadas en un banco al sol. Frente a ellas, el barrio habla en las paredes: «No al PAI, ara i sempre».
En los balcones, en los coloridos murales y en las conversaciones de la calle, el PAI ocupa la vida del Benimaclet. Las gresca política no ha hecho más que avivar el debate en las calles. Pese a todo, algunos lo tienen claro: «Es una cuestión de pasta, no te equivoques, al final unos y otros se aprovechan de esto», dice un vecino. Las propuestas tienen más semejanzas que diferencias., pero algunas son de peso. La línea roja está en la huerta.
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Los límites del barrio con la ronda o el llamado bulevar norte, son los que ocupan las parcelas de huertos urbanos, en los que el PSPV encuentra el espacio idóneo para situar los edificios destinados a servicios públicos y equipamiento.
Compromís pelea por conservar la huerta e integrarla en el proyecto. Esa es la cuestión de fondo sobre la que se han estado vertiendo acusaciones. La descalificación sustancial del suelo es una demanda que vienen haciendo desde hace tiempo los vecinos y así consta en la propuesta de la asociación que presentó a los partidos políticos.
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Es en las urnas donde se ve claro. En las pasadas elecciones municipales Benimaclet se consolidó nuevamente como 'territorio Ribó'. Ganó como primera fuerza recogiendo más del 30% de los votos y dejó al PSPV como tercer partido más votado, por detrás incluso del PP. Lo mismo ocurrió en 2015. No es más que la prueba de que la disputa por el PAI no deja de ser una cuestión política.
«A ver si se sientan a hablar de una vez, porque es algo importante y lo que no queremos es estar atrapados por grandes bloques que encierren el barrio», comenta Carmen Campos, presidenta de la asociación de Comerciantes de Benimaclet. Ella es propietaria de un negocio en la calle Emilio Baró y cree que el barrio debería dejar de estar dividido. «Cada uno tiene su opinión, pero al final habrá que ceder de alguna manera razonable, llegar a un acuerdo que pueda ser bueno para todos», añade.
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En la calle Vicent Zaragozà de Benimaclet las vías del tranvía abren otra de esas grietas que componen el barrio. La mezcla de edificios se hace aquí aún mucho más llamativa. De las casas bajas, de dos o tres alturas, algunas pintadas de colores, otras con el ladrillo cara vista y las más peculiares, las que conservan el azulejo y el trencadís en sus fachadas, van abriendo paso a las fincas más altas que se alinean advirtiendo ya el paisaje más propio de la ciudad.
El tipo de vivienda es otra de las diferencias entre los socios políticos. El PSPV prioriza la vivienda asequible, más económica, explica que, porque considera que así se da acceso a la vivienda a los más jóvenes.
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Su propuesta contempla más viviendas que la de Compromís, que reduce de las 1.000 a las 720 pero con un modelo distinto; en su caso creen que se ajustan mejor las casas bajas, con menos alturas, tipo adosados o bloques, algo que también tensó la cuerda cuando los socialistas señalaron su modelo como «excluyente» por el alto coste de ese tipo de viviendas. Pero la casa no es sólo el problema, también lo es el jardín. Mientras la gran apuesta de los socialistas es un gran jardín que sea un espacio de envergadura similar a la del Parque Central, con diferentes zonas entre las que se integrarían los huertos urbanos, Compromís, no plantea nada similar.
Sus orígenes agrícolas se mantienen vivos. Tras una gran puerta de metal se intuye un garaje de un particular. En un cartel pegado a la pared se lee: 'Se venden naranjas'. En esa misma calle, más arriba, está 'La Comanda', un establecimiento de productos de alimentación y de limpieza a granel. Y muy próxima, otro comercio local, 'El Camp la Nostra Vida', de fruta y verdura.
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Hace apenas diez días se supo que finalmente el Ayuntamiento asumirá la gestión del PAI de Benimaclet, encargándose por tanto del diseño del plan urbanístico y de la decisión sobre el reparto de usos; se abrirá un proceso de participación ciudadana. Lo anunció Sandra Gómez, que en una ocasión, para defender su propuesta usó unas declaraciones de Antonio Pérez, quien fue presidente de la asociación de vecinos durante una década, y según ella, describió de forma acertada lo que debía ser el nuevo Benimaclet: «Hay que buscar una solución que no rompa el barrio para contar con una ciudad lenta, amable, verde, humana y justa».
Lo que se preguntan los vecinos es si el barrio está tan roto o si son ellos, los políticos, quienes lo están rompiendo y a pesar de ello, tienen la esperanza de que entre esas grietas se vean pronto crecer raíces.
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