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NICOLÁS VAN LOOY
Domingo, 12 de junio 2022, 23:44
Si hay una imagen, siempre en blanco y negro y acompañada de esa característica voz nasal e inconfundible cadencia del No-Do que quedó para la posteridad. fue la de Francisco Franco inaugurando obras públicas. En el archivo de RTVE existen, al menos, 55 de esos reportajes datados entre 1960 y 1969 de los que un gran número pertenecen al Generalísimo inaugurando un pantano.
El vastísimo fondo documental de la época, en cualquier caso, cuenta tanto por lo que recogió como por lo que nunca se grabó -o emitió-. A punto de cumplir los 60 años del arranque de sus trabajos, una de las grandes obras de la Marina Baixa, el embalse de Guadalest, es una de esas raras excepciones que el Régimen, por el motivo que fuera, dejó pasar para hacerse autobombo.
Efectivamente, el caudillo nunca se dejó caer por una presa que hoy en día, más de medio siglo después de que se echara la última palada de hormigón, sigue siendo una infraestructura crucial para garantizar el acceso al agua de buena parte de la comarca de la Marina Baixa.
El de Guadalest es, no cabe duda, un pantano con mucha historia que, como lo hiciera siglos atrás la Séquia Mare -todavía muy usada en aquellos años 50-, transformó la vida de toda la comarca permitiendo su desarrollo turístico; pero que, por alguna razón, nadie ha inaugurado oficialmente casi 60 años después.
Lo cierto es que tiempo tuvieron las autoridades franquistas para programar esa nunca celebrada inauguración ya que las obras de construcción del embalse, con una capacidad de 13 hectómetros cúbicos, comenzaron en febrero de 1953 y no concluyeron hasta agosto de 1966.
Los más viejos del lugar recuerdan que planes hubo porque se llegó a instalar una placa conmemorativa y se hicieron todos los preparativos necesarios para que alguna autoridad, pronunciara aquel manido «este pantano queda inaugurado». Aquello, simplemente, nunca sucedió.
Tampoco se puede buscar el motivo de ese olvido en el hecho de que la obra fuese pequeña en dimensiones y costes. La construcción del embalse supuso el desembolso de 166 millones de pesetas de la época, lo que equivaldría a algo menos de 30 millones de euros actuales, sin duda, una cantidad que justificaría -y más en aquella coyuntura económica- que, como mínimo, algún ministro hubiese cortado una cinta inaugural.
Fueron trece años de trabajos en los que se usaron métodos muy rudimentarios, moviendo la tierra con carros arrastrados por caballos y una tecnología que en nada se puede comprar con la que se usaría hoy en día, pese a lo que los lugareños destacan que no se produjo ningún accidente mortal en aquella construcción felizmente.
Más de un centenar de personas fueron necesarias para ejecutar todas las obras de lo que hoy es el principal pantano, junto al del Amadorio, de la comarca. Fue una infraestructura hidraúlica de extrema complejidad para la época y, por ello, la mano de obra no sólo fue local, sino que se contó con el aporte de profesionales de Murcia, Andalucía, Albacete y otras localidades valencianas.
Todo ello hizo que la población en la zona aumentara de 100 a 400 habitantes y que pequeños núcleos urbanos se convirtieran en pueblos transformando rápidamente la economía de la comarca en una suerte de prólogo de una frase que años después, cuando Benidorm tuvo que hacer frente a la escasez, se convirtió en un mantra para todos los del lugar: el agua es riqueza. Para Guadalest, el pantano se ha convertido además en un atractivo turístico, uno de los motivos por los que visitar la pequeña población.
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Lucas Irigoyen y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Patricia Cabezuelo | Valencia
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