«Tenía que haber muerto ese día, pero me salvó un beso»
José Manuel Sánchez ·
El presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo de la Comunitat, único superviviente del atentado que acabó con la vida de siete agentes del CNI en Irak, relata qué sucedió en la fatídica emboscada
José Manuel Sánchez Riera, presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo de la Comunidad Valenciana, fue el único superviviente del atentado que el 29 de noviembre de 2003 causó la muerte de sus siete compañeros del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) destinados en Irak. Sucedió en la localidad de Latifiya y fue el golpe más duro contra la presencia española en el país asiático. Llegó en un contexto de posguerra, caos e insurgencia, pocos meses después de que la coalición internacional liderada por Estados Unidos acabara con el régimen de Sadam Hussein.
José Manuel está vivo gracias al beso que le dio un árabe con aspecto noble, bien vestido en relación al canon imperante. Llevaba una túnica «azul petróleo». Ese beso llegó cuando creía afrontar sus últimos segundos de vida, rodeado por una turba que se cebaba con él, experimentando «una sensación de muerte inminente». El gesto, un símbolo de amistad, de compasión hacia un occidental, lo cambió todo. Los atacantes que hasta ese momento le habían golpeado, gritado, insultado e incluso introducido en el maletero de un coche desaparecieron. Y llegó la ayuda de otros. Fue un beso vital. Salvador.
El exagente contó su historia este viernes durante la ponencia inaugural de las XIV Jornadas de la organización, que sirvieron para poner en valor el trabajo del movimiento asociativo en cuanto a reparación, recuerdo y concienciación sobre el daño del terrorismo, así como para valorar sus necesidades actuales.
En realidad no es tanto su historia como el relato de los hechos, que se hilvana a través de las preguntas que formula Raúl López, responsable del área de Educación del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo. Su narración es aséptica, sin edulcorantes o ingredientes añadidos. Tampoco entra en polémicas, que no han faltado, prácticamente desde el principio, ya sea en relación a las medidas de protección del convoy de agentes o a cómo fueron identificados.
Lo novedoso está en que la historia sale de él. Nunca la ha relatado en medios, más allá de una participación en la revista de la Fundación de Víctimas del Terrorismo o de su colaboración con 'Los 8 de Irak', el documental recién estrenado por Movistar +, aunque sí ha impartido charlas en universidades y colegios dentro de los programas destinados a que los jóvenes conozcan la realidad de las víctimas y no caigan en la trivialización o el olvido.
En cuanto al por qué lo hace, ha terciado la casualidad. No fructificó la ponencia que se había previsto y decidió dar el paso. Además, considera que es una práctica reparadora. Lo dice casi al final de su intervención, cuando López le interroga sobre el papel de las asociaciones. «No estamos para pasarlo mejor, sino para no pasarlo cada vez peor. Para que no haya alguna víctima sin atender. Y a quien no haya dado su testimonio a un pequeño grupo le animo a hacerlo. Es casi sanador», responde.
Sánchez Riera formaba parte del grupo de agentes que acababa de llegar para relevar a los compañeros que ya llevaban tiempo sobre el terreno. Cuatro equipos asignados a las bases españolas de Diwaniya y Nayaf y cuyo trabajo consistía en tejer redes y contactos locales para contribuir a su seguridad.
El fatídico día, tras pasar varias horas en Bagdad, volvieron a la zona del despliegue español. A unos 40 kilómetros del destino se toparon con el «cuello de botella» de Mahmudiya, una población salpicada de controles en la que estuvieron media hora parados. «Puede que fuera uno de los puntos donde nos identificaron», explica. «A unos cinco kilómetros al sur escuchamos el ruido de un coche potente acercándose por la derecha y a continuación disparos. Nuestro conductor aceleró, llegamos hasta el otro vehículo -del convoy de agentes- para avisarles y les rebasamos. Unos kilómetros más adelante nuestro conductor nos dijo que le habían dado y el coche se salió de la carretera», relata. Falleció a raíz de un disparo en la espalda, y el jefe de equipo ya estaba gravemente herido.
El siguiente paso, tras desaparecer los atacantes, fue acercarse al otro vehículo. El conductor también estaba muerto y otro compañero presentaba heridas graves. Hicieron llamadas y tras facilitar las coordenadas de su ubicación volvieron los disparos.
Buscar otro coche
José Manuel decidió, junto a otro agente, buscar un coche para evacuar al equipo tras quedar sus vehículos inutilizados. Hizo señas a uno que se acercaba en el sentido contrario, que no paró, por lo que se dirigió a una zona «donde había varios parados». Pero tras andar un trecho «empezó a acercarse gente que me pegaba». «Me quitaron el cinturón, y me metieron en un maletero, del que salí y seguí moviéndome», relata. Ahí llegó la sensación de «muerte inminente», hasta que se acercó «un iraquí bien vestido, me dio un beso y se fue. Y la escena cambió. Donde había gente que me pegaba apareció otra que ofrecía ayuda, hasta que me pude subir a un taxi y me encontré con la policía». Le llevaron a la comisaría de Latifiya y después a la de Mahmudiya, donde fue informado del trágico final de sus compañeros.
«El paso del tiempo te dice que estás vivo porque tocaba», reflexiona durante su intervención. «Estoy vivo por una cuestión de suerte. Me tocaba morir ese día, pero por determinadas circunstancias no sucedió», añade. «Ese beso me salvó», sentencia a LAS PROVINCIAS en relación al significado de ese gesto.
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