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Estado en que quedó una de las calles del polígono.

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Estado en que quedó una de las calles del polígono. JOSÉ LUIS BORT IZQUIERDO

El héroe del tablón que salvó a cinco personas

DANA en Valencia ·

Sonia explica cómo un trabajador del polígono de Riba-roja vadeó la barrancada para ir a por ella, tres compañeras y otro chico

Martes, 5 de noviembre 2024, 01:23

Sonia, Carmen, Eva, Pepa y Fran tienen dos cumpleaños. Cada una el suyo y, además, el 29 de octubre. Ese día, la barrancada les cogió a la salida de sus trabajos en el polígono Oliveral de Riba-roja y miraron a la muerte a los ojos, unos ojos oscuros y de aguas rápidas. Si Sonia puede atender ahora a LAS PROVINCIAS tras pasar todo el día limpiando su puesto de trabajo, es porque en medio de la oscuridad un desconocido surcó la riada para salvarla a ella y a sus compañeras.

Pero empecemos por el principio. Son las 17 horas del martes 29 de octubre. Sonia, sus tres compañeras y su jefe salen del trabajo. Ha parado de llover y creen que podrán abandonar el polígono. Abre la caravana de cinco coches su jefe, en el coche más alto. Sin embargo, quedan atrapados en un embotellamiento. El agua empieza a subir y tras dos horas en las que el agua ya llegaba a las ruedas de los coches («estas cosas suelen pasar, estamos acostumbradas», cuenta), deciden buscar cobijo en una nave cercana. Tras casi una hora de espera, Sonia y dos compañeras piden entrar a la nave para ir al servicio, pero antes de llegar a entrar una compañera les llama: «¡Volved, que el agua sube!».

Cuando salen, ya no pueden hacerlo por la puerta principal, Se adentran en lo que ya empieza a ser una riada por una lateral y vadean como pueden para llegar a los coches, pero el agua está tan alta que ya ni arrancan. «No pude cerrar la puerta del mío e intentamos subir a ellos, pero se movían, así que nos subimos a unas jardineras», explica Sonia. Ahí es cuando llama a su marido. Son en torno a las 19 horas. Falta casi una para que la Generalitat mande el aviso a los móviles.

Pero el agua sigue subiendo y nadan hasta un coche pegado a una valla. Desde ahí, tras intentar hacerlo en otro, consiguen encaramarse a la verja, de más de metro setenta de altura. Y ahí permanecen encaramadas una hora y media las cuatro mujeres. Sonia llama a su marido y este le confirma que nadie va a ir a por ellas. «Está todo muy mal, aguantaremos lo que podamos», le dice Sonia.

En medio de la oscuridad y el ruido de los rápidos en que se habían convertido las calles del polígono, ven venir nadando a un hombre. «Lo primero que pensé es que iba a pedirnos ayuda para subir, pero se plantó allí y nos dijo, '¿estáis bien?'», cuenta Sonia. Era un hombre de unos treinta o cuarenta años, en calzoncillos, que iba agarrado a un corcho. «Nos dijo que estaban en la primera planta de una nave y nos señaló una ventana iluminada unos 80 metros y se llevó a una compañera», explica.

Volvió más tarde, pero dijo que no iba a poder hacer tres viajes más. «Yo me lo imaginaba, así que se llevó a dos compañeras más pequeñas encima del corcho y yo nadé hasta la nave», explica. Allí fueron atendidas, con ropa limpia y café caliente, y pasaron la noche. En un momento de la historia de terror, el rescatador vio a otro hombre encaramado a una valla. «Volvió a quitarse la ropa, para tenerla seca para cuando volviera, y se tiró al agua por él», dice Sonia. Volvió con él, un chico que se llamaba Fran, instantes más tarde, que se unió al grupo de nuevas cumpleañeras.

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