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De hijas de la posguerra a abuelas de la pandemia

Pioneras. El coronavirus consigue aislar a las mujeres con iniciativa que no se conformaron con quedarse en casa cuando la sociedad se lo imponía

Mar Guadalajara

Valencia

Viernes, 12 de febrero 2021

La pandemia consiguió lo que no hizo la sociedad del momento: encerrarlas en casa. Un virus que nada tiene que ver con el del machismo o el del paternalismo tradicional de hace décadas les arrebata los años de «libertad plena», como a algunas les gusta llamar a la vejez. Ellas, como otras, no se conformaron con quedarse en casa cuando la sociedad se lo imponía. Algunas fueron pioneras y la mayoría tuvieron la iniciativa, el coraje o la oportunidad de hacer lo que querían con sus vidas. Quisieron trabajar, estudiar y fueron las primeras en demostrar que se podía compaginar una carrera con la maternidad. Ahora, ya abuelas, han aprendido a disfrutar de los suyos desde la distancia. Hijas de la posguerra y abuelas de la pandemia cuentan en LAS PROVINCIAS su historia.

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  1. Loles

    Hostelera, 82 años

Empresaria, fundadora del Grupo La Sucursal, que ha obtenido el reconocimiento de la Guía Michelín entre otros organismos culinarios y gastronómicos. Tras su primer bar en Catarroja, abrió La Sal, su primer restaurante situado en la calle Conde Altea de Valencia. Es ahí, en su primer restaurante, donde está en la foto acompañada de su marido.

Con 14 años cumplió la mayoría de edad. Así lo dictaminó un juzgado de menores tras quedarse huérfana. Se fue a vivir con su tío y tuvo que dejar el colegio. «Decían que si las chicas estudiaban se casaban con hombres vagos, eso te decían, además mi tío tenía una familia de clase media bien en la que ninguna mujer había trabajado nunca», cuenta la fundadora del reconocido restaurante La Sucursal.

Pero no fue hasta después de casarse cuando se dio cuenta. «Me casé con 19 y le pregunté a mi marido qué hacer con el dinero que me habían dado de la boda, me dijo que fuera al banco y me abriera una cuenta; lo recuerdo porque me sentó tan mal aquello... Iba tan contenta y cuando me dijeron que yo sola no podía, sentí impotencia y rabia», dice. Fue ahí cuando cambió todo y empezó a tener inquietudes. «Tuve muchos hijos porque tenía miedo de no tener familia y me di cuenta de que con la parada en el mercado no nos daba. Quería que mis hijos pudieran estudiar porque yo no pude y quería algo que fuera mío que llevara yo sola; así decidí abrir el bar en el polideportivo de Catarroja donde vivíamos», cuenta.

Abrió dos restaurantes más y se retiró en lo más alto, por amor. «Mi marido estaba enfermo y decidí que era el momento de devolverle el tiempo que le había robado, él hizo de padre y madre de mis hijos, pero después pudimos disfrutar juntos de los nietos, ellos son los quitapenas». Ahora vive sola en una aldea del Rincón de Ademuz y de la pandemia no quiere ni oír hablar. All, dice, «tengo mi espacio y disfruto de la soledad». Y seguirá.

  1. Ampar

    Química, 75 años

Estudió Química en la Universitat de València. Realizó su tesis en Madrid y en Francia hizo el post-doctorado. Obtuvo su plaza en Valencia y fue una de las fundadoras del Instituto de Tecnología Química (ITQ) de la Universitat Politècnica y el CSIC, del que llegó a ser gerente. En la foto de la entidad aparece junto a su compañeros con los que inició el ITQ.

La rechazaron para un puesto en el Instituto Geológico. «Me dijeron que querían un hombre, no me hicieron ni la entrevista», recuerda la fundadora del Instituto de Tecnología Química (ITQ) de la Universitat Politècnica y el CSIC. Pionera y emprendedora en el campo de la investigación, asegura que no tuvo grandes dificultades a lo largo de su carrer «más allá de las que arrastraba la propia sociedad como, por ejemplo, la maternidad: que un hombre tuviera hijos era un privilegio para obtener una plaza, pero para nosotras era todo lo contrario».

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Compaginarla con su vida personal fue fácil: «Me casé con mi novio, compañero de clase de toda la vida y hemos llevado una carrera muy paralela, trabajábamos en el mismo centro, a parte de que él siempre ha tenido una mente muy abierta es que fue muy fácil, nos coordinamos muy bien». Juntos también crearon el ITQ en un momento en el que la Universitat Politècnica quería expandirse en la investigación y apostó por ellos. «Empezamos siendo 7 y ahora son más de 200, así que creo que lo hicimos bien», dice orgullosa.

A la pandemia intenta ponerle todo el criterio científico que puede pero confiesa «no entiendo nada», lo que peor lleva es estar lejos de los suyos. «A mi edad la vida social es muy importante y esto es muy duro, estoy hasta cruzando los dedos para que me vacunen y poder ir a ver a mis nietos con tranquilidad», dice.

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  1. Asunc

    Expresidenta de Tyrius, 85 años

Tras pertenecer como voluntaria en una asociación católica de Carcaixent, se unió a la asociación de Amas de Casa Tyrius. En ella se posicionó como vicepresidenta nacional y más tarde como presidenta regional. En la imagen, en un congreso en 1994 con Raisa Gorvachova, creadora de fundaciones para la cultura rusa.

Su madre le decía «qué dirá la gente que te vea que estás siempre por la calle», recuerda la expresidenta de la Asociación Tyrius. Desde que terminó el bachillerato se dedicó a los demás. «Estaba en una asociación vinculada a la Iglesia y atendía a gente necesitada, también teníamos un ropero y arreglábamos ropa para darla. Cuando me casé, nunca dejé de hacer este tipo de actividades», explica que por eso siempre estaba en la calle. Después entró en la Asociación de Amas de Casa que «nació realmente para sacar a las mujeres de casa y formarlas, muchas después acababan en la universidad», comenta. Su implicación e iniciativa la llevaron a ser vicepresidenta de la asociación a nivel nacional y presidenta regional. Con todo lo que pisó la calle, con la pandemia no le queda más remedio que quedarse en casa, «al menos tenemos casa, hay quien lo está pasando muy mal». Cada día echa de menos a sus siete hijos, 16 nietos y a su bisnieto, a los que sólo ve de lejos. «No quieren que salga, les veo a través de la puertecita y con los vídeos que me envían, es una lástima porque como abuela mi misión es mimar y malcriar y no puedo», reconoce.

  1. Ampar

    Técnica de laboratorio, 69 años

Fue de las primeras técnicos de laboratorio, en aquel entonces llamadas microscopistas. Trabajó para el Instituto de Física Corpuscular (IFIC) de la Universitat de València, junto a los primeros físicos valencianos que analizaban las secuencias de partículas para el CERN. En la imagen aparece en el laboratorio del Instituto.

Aún iba al colegio cuando una profesora le mandó de ayudante a casa de su hijo. Tenía once años. De chica del hogar pasó a ayudarle en la clínica oftalmológica en la calle Navellos. Trabajo que compaginó más adelante con otro por las mañanas en una droguería perfumería. «Mi padre no quería que trabajara, quería que estudiara pero yo entonces sólo quería hacer cosas». Dejó de trabajar cuando se casó y se quedó embarazada pero nada más dar a luz la llamaron para trabajar como microscopista en el Instituto de Física Corpuscular (IFIC) de la Universitat de València.

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Fue de las primeras técnicos de laboratorio. «Mi hija tenía 22 días pero me fui a trabajar, no me lo pensé. Al principio éramos tres mujeres las que trabajábamos allí ayudando a los físicos para el CERN», el laboratorio de física de partículas más grande del mundo. «Nadie me enseñó nada, simplemente me dijeron lo que tenía hacer. Y me acuerdo del primer día porque acababa de dar a luz, el parto había sido en un ascensor y me desgarré, llevaba muchos puntos y estaba delicada, no podía ni sentarme en el taburete», rememora. Siguió trabajando allí incluso cuando la tarea se informatizó. La jubilación fue la peor parte. «Mi trabajo era muy importante para mí y lo tuve que dejar un pelín antes porque estaba fastidiada de la espalda, aún lo echo de menos», confiesa.

  1. Ampar

    Empresaria, 71 años

La tercera generación al frente de la empresa familiar fue ella. Se licenció en Ciencias Empresariales y asumió el mando. La conocida corsetería (cumplirá el centenario en dos años) creció con el paso del tiempo y con ella como responsable y ahora está en manos de sus hijos. En la foto aparece en el antigua tienda de la calle Calabazas.

Gracias a ella perduró la empresa en manos de la familia. Fue la única de cuatro hermanas que quiso continuar con la conocida corsetería que dentro de dos años cumplirá los 100. Creció en la calle Calabazas, donde antes estaban la tienda y el almacén. «Recuerdo en vacaciones bajarme al taller y estar allí con las chicas, con las oficialas, con las aprendizas e incluso poniendo botones y las puntillitas».

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Estudió empresariales en un aula en la que ella y otra compañera eran las únicas mujeres. «No pensé otra cosa, ese era mi mundo, donde había crecido. Además, estuve muchos años conviviendo al mando con mi padre y con mi tío, que eran los gerentes de la empresa, y a su lado empecé a ir a Barcelona y a las ferias, luego ya a París y Lyon». Reconoce que «compaginarlo con la maternidad fue lo más difícil. Yo tuve a mis tres hijos en poco más de cuatro años y ahí dejé unos años el trabajo». Siendo una persona tan activa, cuando se jubiló no dudó en matricularse en clases de Literatura, Inglés e Historia, pero lamenta que con la pandemia todo se haya cancelado.

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