DANIEL GUINDO
Jueves, 3 de marzo 2022, 02:47
«Mi hijo tiene síndrome de intestino corto desde que nació y con cinco años y medio lleva a sus espaldas 14 operaciones. Lleva una vía central y pasa 12 horas al día conectado a una máquina de nutrición intravenosa. Sufre continuas diarreas y vamos continuamente a visitas médicas. Cuando empeora o simplemente coge un virus intestinal pasamos largas temporadas en el hospital, desde una semana hasta dos o tres meses. Pero sólo me dan una reducción de jornada del 50% y estamos luchando para conseguir el 99%». Ángela Gadea es una de los docentes valencianos con hijos con cáncer y otras enfermedades graves que han impulsado la creación de una plataforma para reclamar reducciones de jornada totales para atender los necesarios cuidados de sus pequeños, como ocurre en otros ámbitos de la Administración pública o el sector privado.
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El problema, según explican desde la plataforma, es que la Conselleria de Educación sólo suele autorizar esta reducción total en casos en los que los niños se encuentran en cuidados paliativos (aunque este año ya ha autorizado esta reducción de jornada completa en seis casos), por lo que afectados que no reciben una respuesta favorable llegan a optar por acudir a la vía judicial para poder atender de forma adecuada a sus hijos. Sin embargo, no en todos los casos encuentran el respaldo de los magistrados a sus demandas. «Estamos teniendo reuniones con los sindicatos y la conselleria, pero todavía muchas familias no tienen el permiso que necesitan y se ven obligadas a cogerse una baja médica», agregan desde el colectivo.
Ángela, al respecto, señala que, en su caso, esa reducción del 50% de su jornada laboral es adecuada cuando Samir «está bien», pero «cuando tiene una recaída no tiene sentido que mis alumnos se queden sin clase durante 'x' tiempo por ahorrarse la conselleria otro sueldo más». «Los primeros perjudicados somos nosotros, pero mis alumnos también porque yo falto muchísimo a clase», ejemplifica esta afectada.
María José Cerverón es maestra de infantil, docente funcionaria de la Conselleria de Educación, y tiene el mismo problema. Su hijo Javier, de 11 años, sufre diabetes mellitus tipo 1, déficit de atención e hiperactividad. «Tiene que inyectarse insulina, una cantidad determinada en cada momento y él no puede autogestionarse. Lleva implantados unos sensores de monitorización continua y debemos controlar constantemente la glucemia, porque, a la larga, un descontrol le puede provocar secuelas de por vida en la vista, los riñones, los nervios, las arterias... Si sufre una hipoglucemia extrema puede llegar a perder el conocimiento y entrar en coma. Lo que peor llevamos son las noches porque tienes que estar más pendiente de esos cuadros de hipoglucemia. Si pierde el conocimiento hay que inyectarle enseguida un medicamento para salvar su vida. Hay que estar pendiente siempre», relata.
Esta profesional no ha conseguido ni siquiera la reducción del 50% pese a que por las noches «te tienes que levantar una y otra vez, y al día siguiente te vas a trabajar sonámbula y sigues constantemente pendiente de indicar las pautas de tratamiento».
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