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Los hijos de Barbarroja hablan valenciano
Valencianos en la frontera ·
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Valencianos en la frontera ·
La única pedanía de Orihuela en la que el castellano es secundario, donde el cajero automático se guarda bajo llave y donde la mitad de sus habitantes son extranjerosEn Barbarroja el calor se respira. Achicharra los pulmones, barniza la ropa y envasa al vacío. Una de las pedanías de Orihuela que suda el olvido. A 35 kilómetros de la capital, la más al norte, es el único punto del término en el ... que se habla valenciano. Desde el pico del Agudo se divisa toda la Vega Baja. Barbarroja queda en la cara B, al otro lado de la montaña, a tiro de piedra de la Región de Murcia. Un vistazo al paisaje multiplica el sofoco, montañas calvas con mechones de arbustos. En cada puerta hay una azulejo con la bendición del Sagrado Corazón, patrón del lugar, y banderas de España en los balcones que recuerdan que las fiestas se han celebrado el último fin de semana.
Al cruzar el cartel de bienvenida no hay recibimiento al forastero, en la fila de bancos nadie descansa sus posaderas y al rebasar la iglesia, a la sombra de un árbol, tres personas razonan sobre política en esta sobredosis de campañas electorales. Ellos son el gobierno del desgobierno, porque ante la ausencia de mando es el pueblo escaso el que ordena sus deseos . «Ahora nos van a poner una alcaldesa pedánea de Vox, cuando un montón de los que vivimos aquí somos gays», brama Juan en un arrebato. La pedanía tiene un centenar de habitantes, una gran parte de ellos son extranjeros que habitan en diseminados, la mayoría ingleses. «Desde el Brexit muchos tienen doble nacionalidad», apuntan.
«Esta es la única pedanía de Orihuela donde hablamos valenciano», insiste Alicia sentada en su carrito. «Un ictus, en 2021», añade. Alicia es barbarrojeña pero vive en Buñol, arriba de la cuesta Roya, junto al campo de fútbol Beltrán Báguena. «Vengo en verano porque soy de aquí», recalca, como si los orígenes pesaran más en cada una de las opiniones que se dan. «Tú no salgas en la foto», le dice a una mujer, «que no has nacido aquí». Y la mujer se va dejándola por imposible. El calor turbia las palabras. En las aldeas hay excesos de confianza.
Barbarroja es apellido pirata. Alicia asegura que es porque en una cueva –la señala allá arriba en la montaña– se escondió el corsario con sus hombres. Otra versión, más real si cabe, es que el terrateniente del lugar era pelirrojo y dejó la huella de su barba en el nombre de la pedanía. «La verdad es que lo he preguntado muchas veces y nadie me ha sabido decir el origen de Barbarroja», cuenta Juan, que vive allí desde hace seis años. La realidad documentada es que el famoso pirata pisó Tabarca y desembarcó en la playa ilicitana de El Pinet en el siglo XVI, por lo que la leyenda existe.
Vivir en el olvido es vivir sin servicios. Al médico se va a Hondón de los Frailes, a votar en un autobús especial a La Murada y al papeleo se certifica en Orihuela. «Hay muchos vecinos que se están empadronando en Hondón para ahorrarse los 70 kilómetros de ida y vuelta a Orihuela cada vez que tienen que hacer una gestión», señalan. El último drama es el del local social, el único punto de encuentro para unos vecinos donde el ocio pasaba por echar una partida a las cartas, un baile o un juego de mesa. En la pared, una placa de mármol pulida por el sol casi como epitafio: «Centro social y consultorio médico de Barbarroja. Inaugurado el 8-10-1993 siendo alcalde don Luis Fernando Cartagena». Aquellos eran buenos tiempos para el exconseller oriolano, que dio con sus huesos en la cárcel tras gastarse los miles euros para la caridad que le confió la hermana Bernardina.
El último propietario del local, herido porque no le renovaron el contrato, arrasó con todo, hasta con la barra del bar. «Desde la pandemia no levantamos cabeza. Todo destrozado. No tenemos ni un lugar para reunirnos», señala Juan, que luce un collar con una chapa del Real Madrid pero se siente 'bukanero': «Mi equipo es el Rayo Vallecano». Su pareja tenía un negocio de jardinería, de nombre Tasmania, que desde el coronavirus no ha vuelto a vender desde ni una colocasia.
Ahora Juan ejerce de amo de llaves. Es el encargado de subir la persiana del local, donde se guarda el único cajero automático de Barbarroja. El que quiere sacar dinero tiene que ir a tocar el timbre de su casa. «Lo trajeron y aquí lo metieron. Es un capítulo más del absurdo en el que vivimos. Nos traen un cajero de Caixabank cuando aquí todo el mundo es del Sabadell –la vieja CAM–», apunta mientras mira el cachivache que le han encargado custodiar. En aquella frontera no hay ni piratas ni tesoros, bastante tienen con flotar en un mar de olvido.
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