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Mar, Jaime, Rafael y Gorka se mueven en una amplia horquilla de edad. Entre los 28 y los 95 años. Sin embargo, tienen algo en común: viven solos. La independencia, la soltería, la ruptura o la viudedad les han llevado a ocupar un hogar sin compañía. La última encuesta del Instituto Nacional de Estadística (INE) revela el auge de los hogares unipersonales, que crecen en toda España. Hasta el punto de que la soledad se ha instalado ya en una de cada cuatro viviendas en tierras valencianas.
En la Comunitat son más de medio millón las personas que viven sin compañía. Los solitarios valencianos son casi 10.000 más que hace media década, según las estadísticas. Y la mayoría de ellos son solteros. Los unipersonales son ya el segundo tipo de hogar por cantidad, únicamente superado por aquellas moradas en las que habitan dos personas: parejas, compañeros de piso, una madre o un padre con su hijo tras romper la relación...
En el caso de quienes viven solos las posibilidades son cuatro: jóvenes que han encontrado una opción para independizarse, los menos, solteros de mediana edad (aproximadamente la mitad de los habitantes en soledad), separados y divorciados y, por último, un grupo muy amplio y vulnerable de viudos.
Analizado las causas desde el nacimiento, apreciamos que la vida en familia se prolonga cada vez más. Los valencianos se independizan tarde, incluso superando con creces la barrera de los 30, se casan menos, rompen más y, en la amarga hora de enviudar, son pocos los casos en los que hijos u otros familiares acaban acogiéndolos en sus hogares.
Esta evolución se combina con un enorme envejecimiento de la población que se resume en un dato: el número de habitantes de más de 65 años ha pasado de 638.000 a casi 930.000 en dos décadas. Un enorme aumento del 45%. Y la mitad de los viudos que habitan en nuestra región acaban viviendo solos, según las estadísticas del INE.
La muerte, marcando el destino de la soledad. Pero también una significativa cantidad de rupturas sentimentales que cambian de un plumazo a dos bajo un techo por dos en solitario. Por ejemplo, la tasa actual en la Comunitat es de 2,53 nulidades, separaciones y divorcios por cada mil habitantes. La cantidad de divorciados ha pasado de 194.000 a 231.000 en sólo dos años. Según los últimos datos del Poder Judicial, el mayor número de demandas de disolución matrimonial por cada mil habitantes se da en la Comunitat.
Los mayores problemas de la soledad llegan con la vejez, cuando los hijos ya han hecho sus vidas, la pareja enferma o fallece y los amigos empiezan a contarse con los dedos de una mano. En la Comunitat hay 150.000 viudos de más de 65 años que viven solos, según la encuesta de hogares.
Auxiliar a los mayores es una obligación moral. Pero también legal. El Código Penal nos lo recuerda en el artículo 226 y prevé prisión de hasta seis meses para quien deje de prestar «la asistencia necesaria para el sustento de sus descendientes, ascendientes o cónyuge que se hallen necesitados».
El Código Civil también insiste en esta cuestión. Y remarca un deber que muchos hijos olvidan. «Están obligados recíprocamente a darse alimentos los cónyuges, los ascendientes y descendientes». Y por alimento no se entiende sólo comida. La ley engloba bajo este término «todo lo que es indispensable para el sustento, habitación, vestido y asistencia médica». En definitiva, dejar solo a un padre o madre mayor es ilegal cuando su situación económica es precaria o sus condiciones físicas o psíquicas flaquean.
Cruz Roja conoce bien la realidad de los mayores en soledad. Según su coordinador autonómico, Miguel Ángel Rodríguez, en la Comunitat hay casi 14.000 mujeres y 5.000 hombres que precisan ayuda por la falta de compañía. Por eso los auxilia con visitas de voluntarios, repartos de alimentos o teleasistencia.
Antonio López tiene 74 años y es uno de sus voluntarios. «Lo que más agradece un mayor en soledad es algo muy sencillo: la conversación y algo de distracción que no lo aboque a largas jornadas encerrado en casa sin hablar con nadie o pegado al televisor». Para el veterano de la institución, «la función básica es procurar que se mueva, que le dé el aire...». Lo resume en una frase: «quien mueve las piernas mueve el corazón».
La creciente soledad de mayores la constata también del Consorcio Provincial de Bomberos de Valencia. Durante 2017 realizaron más de 700 aperturas de vivienda. Son el doble que hace una década y buena parte de ellas se deben a caídas de personas de edad avanzada. «Es un servicio que ha aumentado de forma considerable», destacan fuentes del consorcio. «Hace años era algo puntual, podía haber uno a la semana... Ahora es a diario».
En un mundo cada vez más individualista, destacan, «hasta se ha perdido la costumbre de dejar las llaves a algún vecino, algo que evitaba tener que echar la puerta abajo o forzarla para auxiliar a los mayores en apuros». Hoy, en muchos casos, cuando los bomberos preguntan a los vecinos si tienen llaves para entrar en las casas, «éstos ni siquiera saben quién vive al lado».
Los mayores en soledad están, además, en el punto de mira de un amplio grupo de delincuentes y estafadores. Según fuentes policiales, «nos hemos encontrado con ladrones que los siguen en sus visitas al banco o a comprar para robarles, son víctimas habituales de atracos con tirón y también de los hurtos puerta a puerta tras distraerles».
Ante el progresivo deterioro cognitivo y sin alguien a su lado que guíe y aconseje, se convierten también en blanco fácil para timadores o vendedores de productos 'milagro' sanitarios y domésticos.
Rafael Catalá. Viudo. 95 años
Rafael no sabía lo que era vivir solo hasta que, con 85 años, la enfermedad le arrebató a su mujer, Carmen. «La conocí con 18, nos casamos con 33. Toda una vida juntos...». Lleva viudo una década y hoy es casi centenario. Con 95 y una única hija independizada, recibe el auxilio de Cruz Roja, con una telealarma colgada al cuello. Su 'salvavidas' en caso de emergencia.
A la memoria de Rafael regresa el jaleo hogareño de su infancia, «Éramos tres hermanos». De su hogar familiar saltó directo a un matrimonio duradero y sin fisuras. Y de ahí a la viudedad. En los primeros meses tras la muertes de su esposa, Rafael se fue a vivir con su hija. «Pero su casa no es amplia, ella tiene su vida con su familia. Yo quería seguir viviendo en mi casa. Siempre he sabido cocinar y apañarme. No soy de los que no sabe hacerse un huevo. Me hago desayuno, almuerzo, cena...», describe el mecánico jubilado. Aunque viva solo, su hija le procura comida y visita casi a diario. Una vez por semana, recibe el cariño y compañía de Antonio, de Cruz Roja.
Su vida arranca a las 7, con radio, desayuno y paseo a por la prensa. Después, a casa. Comida y tarde de tele. «O pensamientos. Muchos pensamientos: mi pasado, los problemas familiares...» Y en eso vuela el tiempo. Lo más fastidioso, reconoce, es «la falta de distracción. Los compañeros de café y dominó también se han ido ya». En su opinión, lo que necesita un mayor es «hablar y no estar todo el día mirando a la pared». Hace cinco años se lesionó por un tropezón en la escalera, «pero por suerte todavía no he tenido que pulsar el botón de la telealarma».
Jaime Ahuir. Soltero. 43 años
Sus amigos le llaman cariñosamente 'El Jefe'. El jurista y asesor fiscal valenciano es, en efecto, líder y único habitante humano en su casa. Su gata 'Morita' es la guardiana de su unipersonal hogar. No lejos de allí Jaime creció junto a sus padres y su hermana. Vivió en el hogar familiar 32 años y decidió entonces que ya era hora de volar del nido y ocupar su propia rama. Hoy lleva ya una década viviendo solo.
¿Por qué aguantó tanto sin emanciparse? «Tenía trabajo, pero no estable. La vida con mis padres era cómoda, pero también comprendí que era importante ahorrar». Conocedor de los entresijos económicos, llegó a esta conclusión: «Meterse solo en la hipoteca de una casa es más arriesgado. No tenía con quien compartir cargas y hacía falta más dinero para el tipo de vivienda que quería». Buscaba «casa amplia con miras a un futuro en familia». Pero la ocasión de formarla no se presentó. «No me había planteado vivir solo. La vida te lleva por donde quiere y uno se acopla». Hoy es uno de los más de 224.000 solteros de la región.
Ser único bajo su techo tiene ventajas: «Gestiono mi tiempo, decido cuándo arreglar mi casa, he viajado por Vietnam, Indonesia, Marruecos. Solo y con colegas». Pero toda moneda tiene su cruz. Por la exigencia de su trabajo ha contratado una empleada de hogar. Más gasto. «Soy más libre, sí, pero comer o cenar solo es algo triste. Lo compenso saliendo fuera a menudo». Y con la enfermedad «también es chungo». A su memoria regresa ese amargo cólico o una fiebre de 15 días que le obligó a volver al nido.
Mar Cabanilles. Soltera. 28 años
Texto: Beatriz de Zúñiga
Como tantos otros estudiantes, Mar cogió sus maletas y abandonó la casa de sus padres con recién cumplidos dieciocho años para adentrarse en la vida universitaria de Valencia. Tras aquella idílica aventura de pisos compartidos, fiestas, duros exámenes y entrega de trabajos, cinco años más tarde, con el título de Ingeniería Técnica Industrial Mecánica bajo el brazo y tras pasar un año de Erasmus en Alemania, le tocó regresar. «Estuve durante dos años buscando trabajo y haciendo un máster en energías renovables desde casa de mis padres, pero en esta segunda etapa ya, por fin, me trataron como un adulto más», reconoce. Tuvo la suerte, para los tiempos que corren sobre todo por lo que respecta al paro juvenil, de encontrar un empleo en el departamento de planificación de una empresa de refrescos de El Puig. Decidió volver cerca de Valencia, pero ahora lo haría para vivir con el que fuera su pareja durante 5 años, «a los tres meses me di cuenta de que aquella relación se había acabado y pensé que lo mejor era quedarme sola en nuestro piso y acarrear todos los gastos». Se instaló en Paterna, población que le quedaba a caballo entre su trabajo y el de su ex novio, «la diferencia de vivir de alquiler en pueblos cercanos o en Valencia ciudad era de aproximadamente 150 euros y los pisos de allí eran mucho peores que el que tengo».
Mar asegura que no volvería a compartir piso, ni siquiera se ha planteado subarrendar parcialmente el suyo. Afirma que «es ardua tarea encontrar gente que alquile habitaciones, lleve el mismo ritmo de vida laboral que yo y que no tenga pareja». Además, reconoce que, «excepto por la cuestión económica, vivir sola es una auténtica gozada». Pese a que su sueldo sólo le da «para pagar y subsistir» y el dinero para imprevistos «simplemente no existe».
Los datos la avalan, pocos jóvenes en su franja de edad han logrado independizarse y emanciparse económicamente de sus progenitores y los que se ven obligados a hacerlo suele ser, en la gran mayoría de los casos, por cuestiones laborales. Pero ella insiste en que vivir sola tiene grandes ventajas: «Veo lo que quiero en la tele, la casa siempre está como la he dejado y voy por ella como me da la gana». Está feliz. «Durante este año y medio viviendo sola todavía no me ha dado tiempo a aburrirme de mí misma».
Gorka Ezpeleta. Separado. 36 años
Texto: Joan Molano
Gorka vive solo en casa desde septiembre de 2016. Tiene la custodia compartida de su hija, Andrea. «En cuanto acabes, dientes, y a la cama», le dice a la renacuaja de cinco años. Está sentada en la mesa, juiciosa, terminándose el plátano. «Vale papá», contesta. Están juntos cuatro días a la semana. La rutina de la menor es la misma de siempre, pero la de su padre ha cambiado en algunas cosas. ¿En qué? «Al principio, organizarte se te hace, un poco, un mundo. Tienes que tener muy claro cómo vas a repartir tu tiempo». Hace deporte en casa cuando la niña ya está acostada, porque es el único hueco que puede encontrar en el día después de una larga jornada de trabajo en el banco. Ordena las tareas domésticas según prioridades y aprovecha los días en que no tiene que hacerse cargo de la 'peque' para quedar con amigos. «Al final lo acabas cuadrando todo sin problemas. No hacerlo es el único inconveniente. La parte buena es que tomas tus propias decisiones sin tener que consensuarlas.. Haces lo que quieres, como quieres y cuando quieres», asegura.
«He de reconocer que tengo mucha suerte porque siempre que lo necesito mis padres me echan una mano con la niña. La llevan y recogen en el colegio. Si no estuvieran todo sería más complicado, sobre todo a la hora de compatibilizar horarios. En ese caso no sé cómo podría llegar a apañarme». Ha cambiado de casa recientemente, se ha mudado a una más asequible porque los alquileres, comenta, están por las nubes: «Entre dos se lleva mejor, pero en mi situación tienes que buscar la mejor opción para ir más desahogado a final de mes».
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Jon Garay y Gonzalo de las Heras (gráficos)
Álvaro Soto | Madrid
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