Sergio y Sandra se funden en un abrazo durante la limpieza en una vivienda de Benetússer. IVÁN ARLANDIS

«Hola. ¿Necesitáis ayuda?»

La frase, pronunciada por miles de voluntarios, llega a cada rincón damnificado | Palas, escobas, cubos, agua, alimentos... El bulevar sur de Valencia se convierte en el punto de partida hacia la esperanza en la provincia

Sábado, 2 de noviembre 2024, 00:44

Rompe a llorar. Sergio reconstruye con palabras y gestos el infierno que vivió junto a un señor de Benetússer la noche del martes. La DANA les arrastró al interior de su nueva casa y, nadando, pudieron pasar a través de una menuda ventana que comunica el cuarto de baño con un patio interior. Esa acción, probablemente, les salvó la vida. En ese hogar, él, Inma y sus dos hijos tenían previsto instalarse en los próximos días. La reforma estaba terminada y este fin de semana iban a pintar las paredes. El destino les ha deparado algo muy diferente a la mudanza planeada. «No me quedan lágrimas...», dice Sergio. Pero sí. La emoción vuelve a resquebrajarle por dentro cuando escucha hablar a Sandra, una de las voluntarias que se presentó en su futuro domicilio este viernes por la mañana para remangarse en medio del agua y el lodo. «Lo que están haciendo es impagable», afirma mientras se funde con ella en un abrazo lleno de dolor, gratitud y empatía. Ella, acompañada de sus amigos Cristina y Jorge, llegó muy pronto a l'Horta Sud procedente de la ciudad de Valencia. Lo hizo cargada con agua, comida y conciencia social. «Hola. ¿Necesitáis ayuda?». Esta frase podía escucharse en cada rincón de las localidades afectadas por la DANA. Dentro de las viviendas, el ruido de las escobas frotando el suelo resulta constante. Es la banda sonora de una catástrofe. Igual que el roce de las palas. Igual que el estruendo de los muebles al caer en montañas donde se apila la historia de miles de hogares. La solidaridad emerge, otra vez, para superar una de las mayores tragedias sufridas en la Comunitat.

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Desde primera hora, coincidiendo con un festivo como el Día de Todos los Santos, los alrededores del cementerio de Valencia hicieron las veces de punto de partida hacia la esperanza en el sur de la provincia. El bulevar se convirtió en una procesión de solidaridad. Una incesante marea de ciudadanos tanto de la capital de Turia como de otras localidades se citaron para invadir los puentes que conectan el barrio de San Marcelino con la pedanía de La Torre.

En la pasarela ciclopeatonal Jorge Meliá Lafarga, inaugurada en 2022, no se veía el asfalto. Sólo pies de voluntarios. Los todavía limpios, iban camino del caos para sumar fuerzas. Los que estaban llenos de barro, ya regresaban del horror. Una marea interminable. Algunos van equipados con botas de agua. Otros, con las zapatillas de siempre. También hay quienes optan por bolsas de plástico para cubrirse.

Esa pasarela ciclopeatonal, así como el puente de la CV-400, son las transitadas vías por las que miles de voluntarios cruzan el nuevo cauce del Turia desde la ciudad de Valencia hacia los azotados municipios del sur de la provincia. Van cargados con escobas, cubos, rastrillos, capazos, palas, recogedores, barreños... Multitud de ellos también acuden con agua y comida.

«Venimos desde Paterna. Allí, en un restaurante del polígono, nos han hecho tortillas, bacon y demás. Hemos quedado por la mañana, hemos comprado barras de pan y nos hemos puesto a hacer bocadillos a punta pala. Hemos aparcado junto al cementerio de Valencia y hemos vendido andando para ayudar con escobas y ofrecer comida y agua» comenta Daniel mientras recorre una de las tétricas calles de Benetússer junto a sus amigos César, Jordi, Gabriel y Adrián. «Ver el puente con esas personas es una locura», afirman estos jóvenes. Lo tienen claro: «Cuando los humanos unimos nuestras fuerzas, emociona. Nos tenemos que juntar y ayudar».

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Voluntarios llegados de distintos puntos de España suman fuerzas en localidades como Benetússer. «Nunca había vivido algo así», comenta Javi, de Tarragona

María Dolores, Yolanda, Diego y Sergio caminan con paso firme por el bulevar a la altura de La Rambleta. Ellos han salido desde Mislata y se dirigen a La Torre. Allí han quedado con amigos afectados por los daños en negocios y casas. María Dolores, curiosamente, sufre la desolación por partida doble. Vive en Valencia pero es natural de la población albaceteña de Letur, también asolada por las inundaciones. Ayer sólo tenían un plan: «Vamos a estar ayudando hasta que se acabe la luz del sol».

Más adelante, en el puente de la CV-400, numerosos coches se detienen en el arcén para que bajen personas dispuestas a arrimar el hombro. La Policía y la Guardia Civil tratan de gestionar el cruce de vehículos y peatones. Un trasiego que refleja la caótica situación que se ha apoderado de Valencia. De repente, de uno de los vehículos parados, sale Juan Roig. El presidente de Mercadona, preparado con botas de agua, salta la mediana de la carretera como tantas otras personas para unirse al río de gente que avanza hacia el sur. El empresario valenciano se dirige a Benetússer con el objetivo de palpar el terreno en primera persona y conocer el alcance de los daños.

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Otro rostro conocido, el futbolista del Levante Vicente Iborra, recorrió el mismo camino junto a su mujer y sus hijos el jueves. El jugador de Moncada arrastraba un carro repleto de alimentos. «Estábamos en casa y decidimos hacer algo por ayudar, aunque fuera mínimo. Fuimos a comprar lo que pudimos, lo que quedaba, para llevarlo a familias afectadas. Lo hicimos como otra mucha gente que nos encontramos por el camino. Gente que iba y venía. Era lo mínimo que podíamos hacer», cuenta.

Una joven ayuda a apartar el lodo con una escoba en La Torre. IVÁN ARLANDIS

Sirenas. Servicios de Bomberos y Policía de diferentes puntos de España han llegado para reforzar el dispositivo en Benetússer. La UME también se encuentra en el lugar. «Parece que han encontrado otro cuerpo en la calle de atrás», comenta un vecino de la calle Ausiàs March, una de las más sacudidas en el municipio de l'Horta Sud. Montones de coches que llegan a la altura del primer piso de las fincas se clavan en el paisaje. Sobrecogedor. Las calles, barrizales absolutos. Lodo hasta las pestañas.

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Sandra y sus amigos se han topado con la desolación de Sergio e Inma sobre las nueve y media de la mañana. «Hemos ido callejeando hasta que nos hemos venido aquí con esta familia y hemos podido ayudar», explica mientras arrastra el agua con una escoba. Lo hace embargada por la emoción. «No se puede expresar con palabras. Es una congoja, un sentimiento de cómo ha podido pasar esto... Es impresionante ver un colegio de aquí al lado destruido». Tiene la voz rota y los ojos vidriosos.

Como Sergio: «Aquí el agua llegó a los 1,65 metros». Las marcas de las paredes lo atestiguan. «Ya habíamos traído todas las cosas. Los muebles de la casa donde estábamos, electrodomésticos, ropa de los niños, armarios recién comprados, recuerdos familiares... Ya estaba la obra hecha», lamenta Inma. Su marido recorre los pasillos tratando de asimilarlo: «Lo hemos perdido todo. Pero bueno, estamos vivos».

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La otra cara de la moneda la representa la labor de los voluntarios. «Aparte de familia y amigos que nos están ayudando, esto es de agradecer. Es una pasada. Cuando he visto aparecer a toda la gente para ayudar, limpiando la calle y apilando cosas, ha sido espectacular», destaca Sergio.

Sandra, Cristina y Jorge colaboran para achicar agua y sacar a la calle los incontables objetos que han quedado inservibles. La limpieza la llevan a cabo con mangueras. «Produce una gratificación enorme. Esto no se puede pagar. No hay palabras para explicar toda la ayuda que estamos recibiendo», agrega Inma.

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En Benetússer, como en otras localidades, el agua corriente y la luz va regresando a las viviendas paulatinamente. En esta localidad, el colegio Blasco Ibáñez se ha convertido en un centro de operaciones donde, siguiendo las directrices del Ayuntamiento, se reparte comida y bebida, se presta servicio médico y se organiza la actuación de todos los voluntarios que allí se presentan para inscribirse. Carlos Falcó lleva la voz cantante a la hora de montar los equipos de ayuda. Sujeta un plano del municipio y, conforme van llegando efectivos, administra los esfuerzos.

En el puente que conecta Valencia con La Torre, Juan Roig se unió a la marea de gente para palpar el terreno en Benetússer

«¡Venga, scouts!», les alienta antes de ponerse en marcha. Previamente, les ha aleccionado con claridad: «Hay que despejar los accesos para vehículos pesados y los accesos a domicilios. Hay que despejar las aceras para después llevar los alimentos», les comentó Carlos, poniendo especial énfasis en las personas mayores, con movilidad reducida o atrapadas: «Les tomamos los datos y volvemos. Y si necesitan medicación, tomamos nota de la medicación que necesitan y de la tarjeta SIP. Los médicos están aquí esperando». Antes de despedirse, una última recomendación: «Hay bloques de coches. No subáis, no trepéis. Si no podéis pasar, dais la vuelta. No os la juguéis. Limpiad lo que podáis para que podamos acceder luego con transportes. ¿Tenemos claro el objetivo? Pues a por ello».

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La avalancha de voluntarios estaba superando las expectativas. «En lo que va de mañana, ya han venido más de 500. No paran de llegar. Y de todas partes de España», afirmaba sobre las 12:30 horas. Hace un llamamiento: «Nos faltan herramientas de limpieza para eliminar el barro, todo el fango acumulado en las calles. Palas, picos, azadones...».

Hugo y Sergio son dos estudiantes universitarios que forman parte de un grupo de 12 amigos que han llegado a Benetússer desde el centro de Valencia: «Nos han repartido al principio al llegar. En el colegio nos han dado distintas zonas a las que ir y nos hemos separado. Nos hemos metido en esta casa porque estaba destrozada. Lo sorprendente es que no hay nada que se pueda salvar en las plantas bajas. Es todo para la basura». Han llegado con guantes, botas, palas, escobas... «Aguantaremos hasta que nos dé el cuerpo», avisan.

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El futbolista Iborra y su familia llevaron un carro de comida a los damnificados: «Era lo mínimo que podíamos hacer»

Algunos voluntarios, en cambio, no se registraron en el colegio y ofrecieron su colaboración de manera independiente. Es el caso de Javi. Ayer por la mañana realizó un trayecto en coche de tres horas: «Vengo de un pueblo de Tarragona. Conozco a mucha gente de esta zona y, cuando me enteré de la situación, pensé en venir el primer día libre que tuviera. Voy a estar yendo y viniendo todo el fin de semana, ya que no me quedo a dormir. Traeré a gente, a mis padres, mi hermana, mi pareja...».

Ayer, pala en mano, Javi acudió solo. Colabora con los propietarios de una casa para sacar escombros y apartar el lodo. «Es muy emocionante. Incluso hay gente llorando por la calle al ver la situación. Es muy impactante. Nunca había vivido algo así», apunta este monitor de gimnasio.

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Abren las alcantarillas para facilitar las labores de desagüe, apartan coches que bloquean calles y forman improvisadas montañas con desechos de todo tipo: colchones, ventiladores, estanterías, mesas, sillas, somieres, frigoríficos, neveras... Una imagen que se repite, de forma funesta, en cada una de las áreas asoladas por la DANA.

Otro ejemplo es La Torre. Enrique y Javi, procedentes de Moncada y Albuixech, están apretando los dientes en la avenida Real de Madrid. Concretamente, en una sala de conciertos que ha quedado anegada. «Es de un compañero de trabajo y le hacía falta ayuda porque estaba con un montón de barro. Estaba todo inundado. Ha quedado todo destrozado. También los instrumentos», relatan.

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Junto a ellos, los tractores, camiones y excavadoras mueven sin descanso el lodo y los escombros. Un tramo lleno lleno de bares donde sólo se respira desolación. Miles de voluntarios trabajan a destajo para recuperar el brillo oculto bajo el barro.

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