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El hombre que lleva Valencia en los pies (y en el corazón)

El hombre que lleva Valencia en los pies (y en el corazón)

HISTORIAS VALENCIANAS ·

Tono Giménez, acérrimo defensor del patrimonio e impenitente fotógrafo, retrata la ciudad a un ritmo de 10.000 pasos diarios «como mínimo»

JORGE ALACID

Martes, 5 de octubre 2021, 00:54

La ciudad es un libro que se lee con los pies». Apóstol del mandamiento que puso por escrito Julio Cortázar en su célebre frase, Tono Giménez recorre todos los días Valencia, a razón de un mínimo de 10.000 pasos diarios, cámara en bandolera: «El día que no la llevo es el día en que encuentro la foto». La foto, así: con artículo determinado. Un sintagma revelador: Tono es más cazador que pescador. Es decir, que no tira la caña a ver qué pasa: su estrategia consiste en achinar los ojos y ver lo que otros no vemos. Como un científico en su laboratorio, viaja a bordo de un microscopio, que le ayuda a desvelar la ciudad oculta en un millón de detalles. Rejerías, canaletas, pomos, relojes y otras ilustres referencias del universo de las artes aplicadas, inapreciables para la mirada mal adiestrada, engrosan su colección de imágenes, que alcanzaron hace cinco años la condición de libro. Un delicado volumen titulado 'Valencia al detalle' que condensa lo que siente su corazón y caminan sus zapatos: porque lleva su ciudad en el alma. Y también, de acuerdo con Cortázar, en los pies.

¿De dónde viene esa curiosidad? Tono pone en marcha su moviola particular y apunta hacia la infancia: «Me gustaba atender a los mayores», recuerda. Esa orientación inicial hacia la letra pequeña de la historia, unida a su destreza en la memorización de nombres, datos y fechas, junto al entrenamiento en el hogar familiar en el arte de la lectura, forjaron entonces a este otro Tono, ya otoñal, devoto de toda manifestación de transmisión del saber: «La curiosidad incentiva el conocimiento. De ahí nace preguntarte por el porqué de las cosas. O por el cómo». Y de ahí nace también la conclusión central que hoy anima sus pasos: «La infancia debería alargarse toda la vida; conocer todo es imposible, pero siempre quedan secretos por descubrir».

-¿También en Valencia?

-Claro, aunque a veces tienes que insistir mucho para descubrirlos. Por eso son secretos.

De aquella ciudad juvenil, el adolescente que fue Tono Giménez pasó a ejercer como valenciano en doble sesión: anclado al oficio bancario durante su vida laboral, se organizó los días en un ritmo binario según el cual «trabajaba por las mañanas y por las tardes, cuando me jubilé, descubrí una ciudad distinta que casi no había visto». Ese Tono que nació entonces se lanzó a caminar Valencia «sin rumbo», orientado por la poesía que anida en las pequeñas cosas, en los milagros cotidianos que detalla con elocuencia: «Mi brújula y mi sextante eran una sombra, una calle que no había pisado nunca, el batir de un huevo que se escapaba de la cocina en una calle solitaria, el rincón donde los gatos esperaban que alguien les llevara su comida, el tañer de una campana... Muchas cosas que hablaban de vida y que se repetían como una historia interminable». ¿Conclusión? Con todos ustedes, el nuevo Tono Giménez: «Me dije que tenía que tomar nota de todo eso, registrarlo. En vez de coger el bloc, cogí la cámara en cuanto tuve claro el concepto de lo que quería hacer». A saber: «Yo no hago fotos, yo las cojo».

«Mi brújula eran una sombra, una calle que no había pisado nunca, el tañer de una campana... Yo no hago fotos; las cojo»

Ocurre que Tono compagina sus paseos con una afición hermana: su pasión por la fotografía, como puede corroborar su legión de seguidores por las redes sociales, a quienes obsequia con impagables retratos de la Valencia conocida y la que está pendiente de desvelarse, adornados por la sensibilidad propia de quien además ejerce como acérrimo defensor del patrimonio local. «Es que reconozco que soy vago para escribir», sonríe en busca de la coartada que justifique su pericia cámara en ristre: « Fotografiar es escribir con luz. Y como dicen que una imagen vale mil palabras, con un clic me ahorro 999 pulsaciones».

Pero a continuación, pocas bromas, porque se lanza a rememorar aquella Valencia desaparecida a golpe de piqueta. Y cuando se le pide un recuento de urgencia de todos aquellos edificios convertidos en ruina, su memoria se dispara. Anotemos: «El Palacio Real, la antigua San Bartolomé y alguno más próximo y del que hemos constatado muchas piezas desperdigadas, como el Mercado de la Flores que llenaba la ahora vacía plaza del Ayuntamiento». «O el Metrópoli», añade, con un suspiro: «El último cine de Valencia». ¿Su juicio respecto a recientes actuaciones patrimoniales? Atención a esta larga cambiada, propia de un veterano del coso de la calle Játiva: «Podría decir algo de alguna cosa que actualmente se está haciendo y no haría pero ya es otra historia».

Sí, otra historia. Una historia de Valencia. Valencia, la ciudad que persigue cada mañana, cuando se lanza a caminarla, la que lleva prendida en sus recuerdos, con preferencia confesa hacia Ciutat Vella «por su historia» y Ruzafa, «porque es donde nací y viví gran parte de mi vida». «Pero prefiero pensar que mi rincón favorito será el que descubra mañana. Basta pasear para descubrir tesoros». ¿Por ejemplo? ¿Cuál sería su rincón secreto favorito, el que compartiría con los lectores de LAS PROVINCIAS? «Compréndelo, es secreto. Dejaría de serlo si lo comparto». Pero de regalo a sus convecinos deja esta frase: «Para amar hay que conocer, para defender hay que amar y para conocer hay que desarrollar la curiosidad por nuestra historia, no seguir los evangelios de falsos profetas. Muchas veces tratamos de defender algo sólo cuando lo echamos de menos».

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