JORGE ALACID
Sábado, 26 de noviembre 2022, 00:22
Sin personajes como Roberto Fernández Balbuena, artífice del salvamento del Patrimonio Artístico español durante la Guerra Civil...» Puntos suspensivos. Desde la localidad mexicana de Cuernavaca, donde reside, Elvira Fernández teclea esa frase que deja en suspenso para que rellene el vacío su corresponsal, aquí en Valencia. Es una tarea sencilla. En efecto, sin personajes como Fernández Balbuena... aquel milagroso viaje que trajo hasta las Torres de Serranos y el Colegio del Patriarca algunas de las mejores piezas del Museo del Prado (como 'Las Meninas' de Velázquez, por citar un excelso ejemplo) se hubieran perdido por el camino o extraviado para siempre. O hubieran resultado dañadas, tal vez irreversiblemente. Hoy, un libro reciente publicado precisamente por su hija Elvira reivindica la figura, demasiado oculta, de Fernández Balbuena para que no se pierda en el olvido su modélica vida. La vida del hombre que salvó el Prado valenciano. No por casualidad esta suerte de biografía lleva el explícito título de 'El Prado en peligro'. (Editorial Turner).
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Un poco de historia. El 16 de noviembre de 1936, la histórica sede madrileña del Museo fue objeto de un bombardeo; en la Navidad de ese mismo año, las bombas cayeron sobre el céntrico convento de Las Descalzas, que también funcionaba como museo, lo que forzó la evacuación de las obras que custodiaba. Poco después pasaría lo mismo con las sede de otras instituciones, amenazadas por el conflicto bélico que ponía en peligro también las obras que preservaban. El Gobierno de la República tuvo que reaccionar: en agosto de ese año, ya había tomado medidas para salvaguardar este precioso patrimonio creando la primera Junta de Incautación y Protección del Tesoro Artístico.
«Balbuena», rememora su hija, «de inmediato se alistó para trabajar en las comisiones de esta primera junta, pero con la marcha del Gobierno a Valencia, el 15 de diciembre de 1936, fue nombrado presidente de la Junta Delegada de Incautación y Protección del Tesoro Artístico». Era el hombre clave para una misión trascendental: seleccionar las obras que debían ser resguardadas. Meses después fue designado subdirector del Museo del Prado, «en realidad, director en funciones, ya que Pablo Picasso, nombrado director general, decidió no moverse de París». Sobre sus hombros recayó la tarea de proteger las obras maestras del Prado «y de otras colecciones importantes», como anota su hija. Apenas estuvo en el cargo cuatro meses, pero fue un periodo decisivo: sentó las base para salvaguardar las obras maestras «no solo de este gran museo, sino del patrimonio artístico repartido en otros recintos culturales, en colecciones privadas y del Estado», como relata Elvira. «Todos los museos de la capital madrileña quedaron bajo sus órdenes», advierte. «Un trabajo que desempeñó con valentía y generosidad», prosigue mientras detalla el férreo compromiso con que ejecutó su labor: valga el dato de que mientras los miembros del gobierno de la II República «y la mayoría de los intelectuales» se fueron a refugiar a Valencia, Fernández Balbuena «decidió permanecer en Madrid los 33 meses que duraría la guerra». Un valiente, en efecto.
Instalado con sus colaboradores en la capital deEspaña, sin movese de allí en lo más crudo del conflicto bélico, con la ayuda de un centenar de voluntarios se encargó de recoger y catalogar un ingente patrimonio: 20.000 cuadros, 12.000 esculturas, y cerámicas, 2.000 muebles y cerca de un millón de libros y manuscritos, 24 archivos eclesiásticos y 22 archivos parroquiales y miles de tapices fueron resguardados. «Todo este patrimonio, que se encontraba a salvo en los sótanos y pisos bajos de los museos cuando empezaron los bombardeos sobre Madrid, se dispuso que fuera enviado a Valencia, sobre todo las obras más importantes». rememora Elvira. «Sólo del Museo del Prado se lograron trasladar 600 obras maestras hacia Valencia», anota.
Fue una estancia efímera de aquella maravillosa colección entre los valencianos porque poco después, ante el avance de las tropas franquistas hacia el Mediterráneo, se ordenó su traslado a Cataluña, explica el libro. ¿Misión cumplida? Respuesta afirmativa. Con esa sensación de haber satisfecho su conciencia personal y su deber como responsable político, Balbuena fue destinado al extranjero para difundir la labor de la Junta de Madrid durante la Guerra Civil y viajó luego a París para organizar el traslado de los refugiados españoles al exilio, hasta que llegó la hora de entonar su propio adiós: se embarcó rumbo a México junto a dieciséis miembros de la Junta de Cultura que habían contribuido como el protagonista del libro a salvar el patrimonio artístico con grave riesgo personal. «Merecen ser recordados como héroes», subraya Elvira, «porque su trabajo no fue sencillo ni fácil y estuvo sujeto a órdenes contradictorias».
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Pero nada les arredró: en el libro se recalca cómo entre el 5 de noviembre de 1936 y el 8 de enero de 193, se registraron 26 expediciones con obras del Prado a Valencia, en medio de graves contratiempos, con el país en llamas. «Gracias a la desinteresada labor de los republicanos españoles, que con miles de esfuerzos lograron transportar y resguardar las obras en Valencia, pudieron posteriormente ser trasladadas a Suiza y exhibidas triunfalmente en Ginebra», insiste Elvira. «Sin su ayuda, esto nunca habría sido posible», apunta, antes de detenerse en un hecho paradójico: en realidad, su padre «no siempre fue partidario del traslado de las obras». Le preocupaba garantizar la buena salud de todas las piezas y en concreto fue llamativa su negativa a que viajaran a orillas del Turia «cinco grandes cuadros de Goya, que presentaban excesiva fragilidad en sus telas y alteraciones en los colores». «Los delicados soportes de las pinturas hacían muy arriesgado su traslado, pero la Dirección General de Bellas Artes le había ordenado transportarlos a Valencia», señala.
Sus consideraciones fueron desatendidas y le dieron dos días para enviar los cuadros a Valencia; entre ellos, el célebre 'La familia de Carlos IV'. Hasta su provisional emplazamiento en las Torres de Serranos viajaría después en diversas ocasiones Balbuena, tan obsesionado con extremar el celo en la custodia de las obras como dispuesto a confesar que, frente a sus prevenciones iniciales, «Valencia se reveló como un lugar ideal para el resguardo de ese precioso patrimonio artístico», se lee en el libro. «Todas las veces que visitó Valencia se quedó satisfecho con esta elección», como prueba esta frase que rescata su hija: «Ahí está el Museo del Prado, más rico que nunca».
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Lección final de historia: como reivindica Elvira Fernández en su libro, su padre murió en 1966, exiliado en México. «Nunca pudo regresar a España para volver a ver las obras maestras del Museo del Prado que había salvado de la destrucción». Un triste epílogo que añade más valor a su vida y su obra. «Ahora», escribe su hija, «a las generaciones futuras, nos corresponde recuperar su figura y la de todos aquellos que lucharon por preservar el patrimonio de España durante la Guerra Civil».
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