Las familias afectadas por el cambio del modelo lingüístico que en su día eligieron para sus hijos no suelen hablar más allá de su círculo de confianza. Asociaciones como Hablamos Español o Defensa del Castellano llevan meses levantado la voz, lo que permite contactar con padres dispuestos a contar su situación, aunque amparados en el anonimato. Es una manera de no retratarse ante su centro ni de generar conflictos en la comunidad educativa.
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«Mi hija está en el primer ciclo de Primaria, y nos han obligado sí o sí a darlo todo en valenciano salvo Lengua Castellana, Religión y Educación Física», explica una madre de Turís que en su día eligió un programa de incorporación progresiva, el que se considera tradicionalmente de castellano, aunque es cierto que el peso del valenciano va aumentado al final de la Primaria. «Con esto he sufrido una imposición lingüística total, contraria a lo que yo elegí, y más propia de otros tiempos, no de una democracia», continúa. «Opté por una línea en castellano porque mis raíces son andaluzas. Estuvimos un año viviendo fuera y la niña sacó muy buenas notas. Y ahora los resultados no son buenos. A veces me pregunto de qué le servirá toda esta formación si acabo residiendo fuera otra vez», sentencia.
Además, pide comprensión a los profesores «si te encuentras con uno con mano izquierda que lo explica en castellano si el alumno no lo entiende es todo más fácil» y lamenta el mal ambiente que el cambio ha causado en su centro de doble línea entre familias favorables y contrarias al nuevo modelo. Andrés (nombre ficticio) es vecino de Valencia y tiene dos hijos. Es directo cuando se le pide su valoración sobre la situación de las lenguas en las escuelas. «Vivimos en una dictadura lingüística. Estamos en una democracia, pero esto nos lo están imponiendo», espeta. Ha participado en el proceso de admisión para su hija de tres años, que entra en 1º de Infantil. Ha optado por un concertado con un modelo en castellano pese a que el hermano mayor estudia en un centro público de su zona. «Lo hemos intentado cambiar al mismo que el de la niña, pero no hay plazas libres para su clase», explica a LAS PROVINCIAS. No le convence, ni a su pareja, que el centro decidiera mutar su doble línea a un modelo «donde lo dan todo en valenciano».
Ni él ni su mujer lo hablan. «Ya no es tanto que nos resulte fácil o difícil, es una cuestión de elección. Es lo que les decimos a las personas cuando vamos a recoger firmas», continúa, en referencia a las campañas que impulsan las plataformas contrarias al modelo lingüístico actual. «A mí no me importa que otros quieran elegir el valenciano, me parece perfecto. Yo no, yo quiero elegir castellano, y lo único que reclamo es tener las mismas facilidades y derechos que el resto», sentencia.
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