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Isabel Ibáñez estuvo casada con su marido durante 64 años. Fueron un matrimonio feliz, en el sentido más verdadero de la palabra. La mujer de 82 años es una de las víctimas que pereció con el paso de la Dana. «A mis padres lo único que les separó fue la muerte, no puedo permitir que los separen ahora. Mis padres tienen que estar juntos», denuncia su hijo Juan Monrabal.
El hombre quiere poder darle sepultura en el cementerio de Catarroja para que descanse junto a su padre. «Como todavía no han limpiado el cementerio no puedo enterrarla», cuenta desesperado. El problema es que le han comunicado que si la entierra en otro municipio deberá esperar diez años para poder trasladar el cuerpo. «Tengo 54 años. No sé cuándo me voy a morir. Me da miedo morirme antes de que mis padres vuelvan a estar juntos», confiesa horrorizado.
La normativa para proceder a la exhumación dependen de cada ayuntamiento. En el caso del Ayuntamiento de Valencia, son cinco años los que deben transcurrir para poder trasladar los restos mortales de alguien. El cuerpo de Isabel aguarda en la morgue del Instituto de Medicina Legal de Valencia hasta que su hijo encuentre una solución.
«Todavía no se han puesto a limpiarlo. Ya no sólo hablo por mi madre. Hay cientos de personas que están en esta misma situación», comenta indignado. Juan reivindica que los efectivos inviertan en limpiar los cementerios de las localidades arrasadas por la Dana para que los familiares puedan dar sepultura a sus seres queridos y poder pasar el duelo.
A medida que pasan los días, Juan ve que sus súplicas no tienen respuesta. El hombre se niega a que el cuerpo de su madre descanse en un lugar que no sea junto a su marido con el que pasó 64 años de su vida.
Isabel era muy conocida en Catarroja. Era la modista del pueblo. Hacía arreglos y confecciones. Incluso realizaba trajes de fallera. Las vecinas acudían a su taller con fotografías de las revistas de moda y le enseñaban los vestidos que querían para que la mujer consiguiera materializarlos. La mujer pasó su vida trabajando. Llegaba todos los días a su casa a las 10 de la noche para que a su familia no les faltara de nada y sus hijos nunca tuvieran que enfrentarse a una agonizante nevera vacía.
El dolor inunda a Juan. «Aunque el aviso lo dieran por los móviles, a las personas mayores les cuesta entenderlos. Debería haber pasado una patrulla por las calles que los avisara y les dijera dónde podían resguardarse», opina indignado. Él salió a la calle para buscar a su madre y ponerla a salvo, pero el alto nivel del agua se lo impidió. No fue hasta las cuatro de la mañana, cuando la situación comenzó a estabilizarse, cuando pudo regresar a su vivienda.
A la mañana siguiente de la tragedia fue a casa de su madre. Ya era tarde. Isabel había fallecido en el interior de su vivienda. Un hombre les transmitió el bulo de que el barranco volvía a desbordarse. Con la ayuda de sus hijos, trasladaron el cadáver a la casa de un vecino para que no se lo tragara el agua. Allí esperaron a que los efectivos llegaran para trasladar el cuerpo de Isabel a la Ciudad de la Justicia donde Isabel descansa hasta que Juan halle una solución para que sus padres vuelvan a encontrarse en su eterno descanso.
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