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La vida es eso que ocurre mientras miramos el móvil. La vida son días en que las obviedades nos abruman y escapar del tópico conduce ... a la melancolía, antesala de la frustración: un itinerario nada aconsejable cuando la hora de cierre que tanto apremió a las generaciones de periodistas de la franja senior emite ese tictac interior que también tortura a sus predecesores en el humilde arte de relatar eso mismo, la vida. La vida que se escapa cuando una mariposa se posa en no sé dónde y detona un efecto maligno, incomprensible para los crédulos que dimos por bueno que los ríos no se desbordaban sin previo aviso o los virus descartaban propagarse en avión desde la remota China. El pánfilo ciudadano aceptaba que, como anunciaban los heraldos gubernamentales, la red eléctrica que nunca falla en la España del siglo XXI, pero una mañana de primavera resulta que se viene abajo y la burbuja por donde transitan nuestros días explotan. Una explosión silente, sin ruido. Nada estridente, propia del tiempo tecnológico. Éramos felices en la era analógica y no lo sabíamos.
La vida es eso que ocurre mientras miras el móvil y descubres que parpadea como si llegara el armagedon y te intriga que este apocalipsis adopte la forma de guasaps que van y vienen, te dejan un rato en el limbo y reaparecen para disparar tu inquietud, mientras te preguntas por la salud de quienes tienes al lado y te preocupas sobre todo por los seres queridos más invisibles, los que desde la lejanía han dejado de emitir señales. La vida es eso que alcanza el estado de la intermitencia propia de los semáforos que de repente enmudecen. La vida es el mensaje de H., que está de puente en Andalucía y explica que anda negociando su regreso imposible con hoteles, gasolineras y demás gremios cuyos servicios de repente se evaporan y te dejan a solas con tu tarjeta de crédito, que ya no se fía de ti. La vida es otro mensaje, el de A., de vacaciones por Portugal, para quien el viaje de vuelta se acaba de convertir en una epopeya como la travesía de los Polos para los primeros expedicionarios. Y la vida es otro parpadeo eterno, como una especie de carrusel radiofónico que salta de las canchas de fútbol a eso: a la pura vida. Éramos vulnerables pero eso ya lo sabíamos
Y cuando descubres que la vida es una caja de cerillas, la vela que perdiste en una mudanza. Y cuando te das cuenta de que la vida es un paquete de pilas alcalinas, que también ignoras dónde andará. Cuando sientes ese escalofrío conocido, el que te llegó cuando la pandemia y sigues sin olvidar y concluías que estabas viviendo la guerra de la que hablaban tus abuelos, aunque a escala distópica, sin balas. O cuando recorrías la zona cero como si fuera un paisaje de ciencia-ficción y pensabas que ya lo habías visto todo porque tu mirada ya no era capaz de soportar más dolor y ni siquiera fluían las lágrimas aunque las convocases sin éxito como tu particular terapia que no terminó de sanarte. Cuando todas esas imágenes cruzaban tu cabeza y te invadían las desoladoras cuitas compartidas con tus contemporáneos, vuelves a mirar la pantalla del móvil, sales de la burbuja donde has pasado 24 horas y miras a tu alrededor, confundido y desnortado. Los fantasmas de ayer son los zombis de hoy.
La vida es eso.
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