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Algunas zonas han quedado completamente calcinadas. N. Van Looy
Las llamas del incendio de Tárbena dan paso a la desesperación: «Todo lo que tengo está en mi coche»

Las llamas del incendio de Tárbena dan paso a la desesperación: «Todo lo que tengo está en mi coche»

Los desalojados por el incendio regresan a sus casas y terrenos

Miércoles, 17 de abril 2024

Desde el centro de Tàrbena, donde sigue instalado el Puesto de Mando Avanzado desde el que se coordinan las labores de los efectivos que siguen trabajando en la zona afectada por el incendio que se declaraba el pasado domingo y que ha afectado a un perímetro de casi 700 hectáreas, nada parece distinto a ayer, al domingo… o a hace una semana.

El fuego, sus devastadores efectos, tal y como informa TodoAlicante, se han cebado con un paraje natural que desde ese punto queda oculto por la loma de un alto coronado por las ruinas del Castillo de Tàrbena. A los pies de la misma, eso sí, ha desaparecido el control que la Guardia Civil ha mantenido todos estos días para evitar que vecinos, curiosos y desalojados pudieran adentrarse en el incendio. Nada más atravesar ese punto, un rápido vistazo hacia la derecha desvela el drama.

El gris y el negro inundan todo lo que se ve en contraposición con el verde y el marrón del resto de la zona. Dispersas, aquí y allá, alguna columna de humo que evidencia la necesidad de seguir refrescando el terreno para evitar los temidos rebrotes y, con ellos, la vuelta a la pesadilla. La carretera es estrechísima y hay que maniobrar para evitar los camiones de la Unidad Militar de Emergencias (UME) que, ya de retirada, evacua el lugar de efectivos y medios.

El fuego, así se ha explicado durante toda esta semana, avanzó rápido el domingo, dejando grandes bolsas de masa forestal sin quemar. Eso hace que el ingreso en el infierno sea casi paulatino. Primero, con muchas zonas aparentemente intactas; pero al llegar a la 'zona cero', donde el fuego se cebó con saña, el aire se torna seco y sucio por la ceniza que el aire frío de este miércoles, con apenas diez grados en la zona, hace volar por todos lados.

Allí, mirando al infinito detrás de unas gafas de sol que apenas pueden disimular las ojeras y la preocupación, José Agustín Corral habla con algunos de los intervinientes. Les agradece el trabajo, pero sin apenas entusiasmo. El agradecimiento es sincero, sí; pero el ánimo es el de aquel que lo ha perdido todo.

«Lo he perdido todo»

Acaba de visitar la parcela en la que tenía instalada la caravana en la que vivía. «Está todo quemado», confiesa. «Lo mío y lo de un vecino es lo que peor parado ha salido… con diferencia». Al vecino, de hecho, se lo han tenido que llevar porque no ha podido soportar ver las pérdidas sufridas.

A José Agustín no le queda nada. «Yo vivía en una caravana y acaba de bajar a ella y sólo queda el chásis», lamenta. Entre frase y frase, largos silencios. Como si buscara la respuesta en el aire denso de un valle que ya no reconoce y que no le va a proporcionar las soluciones que necesita. «A ver qué hago ahora». Entre lamento y lamento, un deseo: «que cojan a los responsables y a ver si hay algún tipo de ayudas».

Corral trabaja en una empresa de instalación de placas solares de la zona, pero «al trabajo no puedo ir tampoco. He llamado y le he dicho al jefe que no tengo el cuerpo ni la cabeza para trabajar».

«Solo tengo la esperanza de que declaren todo esto zona catastrófica y que vengan ayudas»

José Agustín

Afectado por el incendio forestal

Cerca, un poco apartado de un camino en el que siguen viéndose los rastros del paso del fuego y de los hombres y mujeres que contra él lucharon, tiene su coche aparcado. Dentro del mismo, «está todo lo que tengo». Y es literal. Un vistazo a su interior desvela alguna mochila y un pequeño montón de ropa. Nada más.

Ahora, no tiene techo y apenas tiene pertenencias. «La suerte que tengo es que la gente del pueblo me está ayudando. Hay un chico del pueblo que me ha ofrecido su casa y por ahora, al menos, tengo donde dormir», se consuela. Al final, un largo suspiro. Y más allá de lo material, ¿qué queda? Poco, «solo tengo la esperanza de que declaren todo esto zona catastrófica y que vengan ayudas, pero que sean rápidas porque yo ahora no tengo dónde vivir».

Mientras José Luis camina sin rumbo aparente por lo que hasta no hace tanto fueron bancales con vida, una desvencijada furgoneta blanca con pinta de haberle dado la vuelta al cuentakilómetros más de una vez, se queja mientras asciende el empinado camino que lleva desde el fondo de un punto relativamente intacto del valle hacia la serpenteante CV715.

Adiós al ecoturismo

A bordo, un hombre sujeta cariñoso una oca cuyo plumaje, promete, es blanco impoluto; pero aquí ya no queda nada blanco ni impoluto. Esa oca, que no tiene nombre, es el último animal que Don Henderson, un británico afincado en esta área junto a su mujer desde hace un año, ha rescatado de lo que fue su granja.

«Teníamos una empresa de ecoturismo en la que dábamos paseos a los clientes con las cabras por estas montañas», explica. El hombre, pese a todo, es feliz. «Cuando nos evacuaron, conseguimos reubicar a la mitad de nuestro rebaño en un lugar seguro; pero tuvimos que irnos a mitad de ese trabajo y tomar la difícil decisión de abandonar a la otra mitad».

Tras largas horas de preocupación y espera, este martes por la tarde pudieron entrar al fin a su terreno con el pavor de encontrarse el resto del ganado abrasado por las llamas. Sin embargo, «por algún tipo de milagro, han podido sobrevivir; pero nuestro terreno se ha quemado por completo. Ahora estamos moviendo a todo nuestro ganado a una zona segura y donde puedan seguir pastando».

Además, lo más importante de sus posesiones se ha salvado. «Tenemos una pequeña casa, que es donde vivimos, y gracias al enorme trabajo que han hecho todos los bomberos, sólo tiene daños por humo» aunque, eso sí, «todo lo demás ya no existe».

En estos momentos, realismo y estoicismo son dos términos muy difíciles de distinguir. «Tenemos un sitio donde vivir, sí; pero no es un buen lugar donde tener una granja con animales, así que vamos a tener irnos durante un tiempo a un terreno que tenemos en Parcent». La doble cara de la misma moneda en una sola frase. Lo que está claro, afirma Henderson, es que «el negocio lo vamos a tener que mover a otro lugar».

Pese a lo vivido y a lo que se les viene ahora encima, este matrimonio tiene claro que «seguro que nos vamos a quedar aquí. Mira a tu alrededor, esto es precioso. Además, una vez que se desató el incendio, todos nos unimos como la pequeña comunidad que somos para ayudarnos unos a otros».

Ellos llevan poco tiempo residiendo en la zona, pero están «completamente de acuerdo» con sus vecinos más veteranos y apuntan al abandono del campo y los bancales como la principal causa de este y otros muchos incendios. «Necesitamos tener más ganado. En muchos países se usan cabras, ovejas y otros animales para que pasten y limpien el terreno. Eso es algo fundamental, sobre todo cuando la tierra está tan seca como aquí», afirma el granjero.

Agradecidos a los profesionales y vecinos

Más allá de la explotación de la tierra con fines agrícolas o turísticas, «es fundamental volver a introducir árboles autóctonos, porque los pinos no lo son y arden muy fácil. Necesitamos carrascas, olivos, almendros…».

Don y su mujer confiesan que, pese a la terrible experiencia vivida desde el pasado domingo, «nos hemos sentido muy cuidados». Él afirma que «sabemos que es difícil atender las necesidades de todo el mundo cuando tienes a tanta gente desalojada y a todos los servicios de emergencia trabajando sobre el terreno, pero han sido todos estupendos. No sólo los bomberos y los militares, sino también el alcalde de Tárbena, que ha estado muy pendiente de todos nosotros».

Por ello, y «pese a todo», no duda en decir que «nos sentimos afortunados. Es una de las mejores cosas de vivir en una comunidad pequeña: la gente se preocupa por los demás… incluso cuando tu español no es perfecto».

Otro ramal de la CV-715, ya más cerca de Parcent, se precipita en una cuesta casi imposible hacia lo que este miércoles ha amanecido como un pozo negro del que, como si fuera un volcán, todavía sale alguna que otra fumarola. Alrededor, sólo árboles quemados a uno y otro lado del camino. Si el fuego rebrota, sería imposible salir, pero tres hombres se han sentado sobre un tocón y han abierto una botella de vino de la que están dando cuenta junto a dos barras de pan, un riquísimo embutido de la zona y queso.

Al aparecer el periodista, tienen ganas de hablar… y compartir almuerzo. El vino raspa la garganta. «Es de la zona. Lo hacemos nosotros… lo hacíamos, porque las vides que tenía se han quemado la mitad», dice Juan Antonio, el más dicharachero.

«Antes, el ganado lo limpiaba todo»

Y eso, que ha estado a punto de perder la casa en la que vivió durante 14 años, «aunque ahora vivo en Benidorm, pero vengo aquí cada vez que puedo». Alrededor de su casa, pintada de amarillo albero que ahora es más bien un naranja grisáceo indefinido, un enorme algarrobo es testigo de lo que allí pasó entre el domingo y el martes.

La casa está más o menos intacta, pero este jubilado reconoce que el fuego «me ha afectado mucho más de lo que pensaba porque no pensé que el algarrobo acabase quemándose». En cualquier caso, también él quiere ver la parte positiva de todo esto. «La casa está bien. Yo la tenía bien cerrada. Estuve el sábado y siempre que me iba la dejaba bien cerrada por miedo a un fuego. De hecho, tengo hasta puertas de hierro».

Pero como todos sus vecinos y, sobre todo, quintos de generación, apunta al abandono del monte como el gran peligro. «Antes había ovejas, cabras… y eso lo limpiaba todo. Ahora, no hay ayudas ni nada. Además, para trabajar cualquier cosa, tienes que pedir permiso y tenemos un montón de jabalíes y lo destrozan todo. Al final, la gente se aburre y lo abandona».

Junto a él, amigos de toda la vida, José Antonio y Juan Miguel Soliveres, hermanos, participan del almuerzo. El primero no se muestra muy abatido. «No me ha afectado mucho, sólo bancales, pero estaban abandonados. Tengo una casita, y esa está bien. El fuego no la ha tocado». También han sobrevivido sus canarios, así que «seguiré viniendo a pasar el rato».

Algo más «jodido» está su hermano Juan Miguel, al que el fuego le ha quemado «todo el campo, 80.000 metros cuadrados. La casita se ha librado por los pelos, pero todo lo que hay por arriba está todo quemado».

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