Eran las cinco de la tarde del 11 de octubre de 2019. La expareja de Óscar Comas dijo que se iba a una tienda a ... cambiar unas botas. Se llevó el carrito con Adrián, de un año y medio, a hacer el recado. Las horas pasaban. Cada vez más lentas. Las manecillas del reloj parecían inertes. Se hicieron las 11 de la noche. Ni su pareja ni su hijo volvían a casa. «Pensé que los habían secuestrado», recuerda Óscar.
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Preocupado por su familia, el hombre acudió a la comisaría a denunciar la desaparición de ambos. Los nervios le comían por dentro. Las horas siguieron pasando. Llegaron las 4 mañana. El teléfono de Óscar suena. Una llamada de la Interpol. «Me dijeron que habían encontrado a mi exmujer en Eslovenia y que había declarado que se había ido por cuenta propia», recuerda el padre.
En aquel momento, el mundo de Óscar se derrumbó bajo sus pies. Tuvo que venir la ambulancia y le administraron ansiolíticos para que consiguiera calmar sus nervios. Pero casi han pasado cuatro años desde entonces y no ha podido despertar de esta pesadilla que le acecha.
Era imposible hacerse con su expareja. No podía entender por qué, en un abrir y cerrar de ojos, le había quitado a Adrián, que por entonces tenía tan sólo 1 año y medio. Su expareja se llevó al niño a Bulgaria, su tierra natal, junto a otro hombre con el que mantenía una relación paralela. Para cuando consiguió hablar con su exmujer, ya había pasado una semana. «Me dijo que ella era la que había parido y que el niño era suyo. Que si quería a un hijo, encontrara a otra mujer para tener otro», confiesa todavía desolado.
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En los planes de Óscar nunca estuvo perder de vista a Adrián. Lo dejó todo atrás y se fue junto a sus padres durante 5 meses a Sofía, en Bulgaria. Aparcó su vida en Valencia para poder estar al lado de su hijo, aunque su exmujer sólo le dejara verle media hora a la semana. Siempre en lugares públicos y con gente vigilando. Pilar Alegre, su madre, le acompaña en la entrevista. La mujer de 65 años recuerda entre lágrimas aquella visita: «Estábamos en un centro comercial de Bulgaria y había cinco seguridades siguiéndonos por si nos llevábamos a Adrián».
Al final, el padre tuvo que irse de Bulgaria ante las amenazas de la madre de su hijo de que si no regresaba a Valencia lo denunciaría. Todo el proceso judicial ha estado lleno de trabas. Cuando fue a denunciar la situación al juzgado y a pedir la demanda de divorcio le comunicaron que este último trámite ya se había iniciado en Bulgaria. Su exmujer lo solicitó sólo tres días después de irse de España.
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Además, el abogado que le representaba falleció en mitad del procedimiento. Ahora le representa la abogada Pilar Marí, que le hace mantener la esperanza de poder volver a tener a Adrián entre sus brazos. Están luchando porque el procedimiento se resuelva en Valencia. «Hemos solicitado las medidas urgentísimas de protección del menor solicitando la restitución del menor y la atribución paterna de la patria potestad y la guardia y custodia por existir una sustracción internacional», explica la letrado.
Marí también argumenta que han pedido con carácter inmediato una comisión rogatoria al Ministerio de Justicia de Bulgaria por sustracción del menor para que sea restituido a Valencia, su lugar de nacimiento, y entregado a su padre. Añade que la mujer estaba empadronada en Valencia y que no abandonó la ciudad desde el 13 de febrero de 2018 hasta que decidió abandonar a su marido e irse con el hijo de ambos. Óscar incluso le había montado un negocio. «Lo tuve que traspasar porque después de tenerlo todo me dijo que ella no había estudiado para servir cafés», dice el hombre de 38 años.
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Tanto la vida de Óscar como la de sus padres se ha desmoronado. La madre de su hijo sólo les deja ver al pequeño por videollamada. Unos 10 minutos cada 10 días. Desde que fue a Sofía para poder estar cerca del pequeño Adrián y se tuvo que marchar bajo amenazas, el afectado no ha podido abrazar a su niño. «Cuando se lo llevó tenía 19 meses. Acaba de cumplir cinco años. Llevo tres años sin ver a mi hijo».
Cuando ve a su pequeño a través de la pantalla, la alegría y la pena se entremezclan en sus sentimientos. Tuvo que borrar las fotografías de Adrián de su teléfono por pura supervivencia. Porque mirar cada segundo aquellos grandes ojos castaños y saber que no los va a encontrar al regresar a casa le destroza por dentro. «Me destroza que llame a otro hombre 'tati', que significa 'papá' en búlgaro», dice refiriéndose a la nueva pareja de su exmujer.
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No hay ni un día en el que todos sus pensamientos se centren en poder recuperar a su hijo. En su llavero, cuelga el chupete azul de su pequeño. También lleva una pulsera de cuentas con el nombre de Adrián. Todo su cuerpo echa de menos a su niño. Desde que ya no está a su lado, ha perdido 10 kilos. También tiene que tomar antidepresivos para poder afrontar la vida separado de la persona que más quiere en este mundo.
Óscar ya no puede descansar. El dolor le acecha incluso en sueños. Ha comenzado a gritar mientras duerme. Hasta su subconsciente lamenta la pérdida de su hijo. En su antebrazo derecho, lleva tatuado el signo zodiacal de su hijo. Aries. «Cuando me lo quitaron quería sentir dolor. Y llevarlo siempre cerca. En mi piel», confiesa el padre. El dolor le sale por los poros.
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A pesar de que haga tres años que no abrace a su niño, ni él ni su familia se dan por vencidos. Cuando fueron a verlo a Bulgaria fueron en coche para que su padre pudiera ir a verlo, ya que por un problema médico carece de tímpano y no puede subir en avión porque le afectaría mucho la presión. Los kilómetros y las horas de trayecto no importaban. Todo con tal de tener al pequeño cerca.
Óscar, carpintero de profesión, tiene preparada a consciencia la habitación para Adrián. La pared, pintada con animales sonrientes. Una pequeña cama perfectamente hecha con sábanas de dinosaurios sobre la que descansan cuatro peluches. También le ha puesto un pequeño escritorio, con una pizarrita para que pueda dibujar o hacer sus deberes.
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En la cabeza y en el corazón del padre no caben ni la ira ni el rencor. Es lo primero que recalca: «Nunca le contaré a Adrián lo que ha hecho su madre. Lo único que quiero es poder ejercer de padre». No quiere perderse la infancia de su niño. Quiere ser él quien le enseñe a montar en bicicleta o ayudarle a hablar español, su lengua paterna.
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