

Secciones
Servicios
Destacamos
Julián García es el héroe de Campanar por excelencia, dentro de un elenco de personas que, como ocurrió con su desempeño aquel infausto día, ... se comportaron en efecto de modo heroico. Salvaron vidas, como salvó él mismo la suya según va contando mientras pasea alrededor del edificio que hace un año hirió el corazón de Valencia y segó diez vidas cuyo recuerdo aún le acompaña. Se salvó, observa, de milagro y señala entonces a una esquina de esa mole que ahora se dispone a recuperar el pulso a medida que avancen los trabajos de rehabilitación. El dedo apunta hacia ese punto y también hacia el 22 de febrero de 2024: «Salían volando las placas en llamas y una me pasó rozando». «Cayó a mis pies», añade. Y suspira: «Estoy vivo de milagro». Pronuncia estas palabras ya directamente ensimismado, mirándose la punta de los zapatos, mientras posa para la cámara de la fotógrafa de LAS PROVINCIAS y se toma unos segundos antes de responder a la pregunta que más le toca el corazón. «¿Que en qué he cambiado desde entonces? No sé, yo creo que ahora lloro más que antes. Me he vuelto más sensible, sobre todo cuando hablo con los vecinos y recordamos juntos las cosas que nos pasaron aquel día».
Olvidar una tragedia de esas dimensiones no es sencillo. No lo es para ninguno de los supervivientes y tampoco para él, por supuesto, que tuvo que someterse a un protocolo de recuperación anímica a la vista del episodio de estrés traumático que vivió en primera persona. Pero en su caso ese proceso de mitigar el duelo se complica por un factor distintivo: en cierto sentido, Julián sigue viviendo dentro del edificio incendiado. Sigue siendo en cierto sentido su conserje porque se mantiene ocupado con las tareas propias del cargo que ejercía entonces: aprovechando la cercanía de su nuevo puesto de trabajo (en la sección de Lencería del Hospital General) y que vive también más o menos cerca (es vecino de Mislata), mantiene vivo el hilo emocional que le ata con un buen número de habitantes de la finca. Dice que «casi todos los días» les lleva el correo y entonces la pregunta surge de manera natural. ¿Cómo? ¿Cómo les puede acercar a los vecinos que desde aquel día viven fuera del edificio las cartas o paquetes que llegan a su antiguo domicilio? Y Julián despeja esa duda con la velocidad de un Ferrari (coche del que es fan: lleva su imagen en su perfil de guasap y viste la sempiterna cazada roja con el logo del caballito rampante). Responde que tiene buena relación con la oficina de correos aledaña, en General Avilés, de donde reparte a continuación la mercancía allí depositada y destinada para los antiguos vecinos que residen en los alrededores. «Muchos se han quedado a vivir por aquí», informa, «sobre todo, la gente más mayor y los que tienen hijos pequeños». «Ya se sabe, por los colegios», explica.
Noticia relacionada
Son esas almas errantes desde hace un año que encontraron un nuevo hogar por Zafranar o por Maestro Rodrigo, con quienes Julián ha forjado una sociedad de afectos mutuos que, en cierto sentido, también le sirve de terapia. Un vínculo sentimental, el propio de quienes han atravesado una experiencia tan dolorosa, que Julián resume en una frase muy repetida desde aquella desdichada tarde y hoy también reitera: «Somos como una familia». Una familia por cierto numerosa si a ella se suman todos aquellos desconocidos que cuando tropiezan con Julián de repente dejan de serlo: esos ciudadanos que le reconocen cuando lo ven por la calle o acuden al General («Uff, son muchísimos, me dan hasta besos o me abrazan», dice) y le saludan con un afecto que delata el impacto tan brutal que desató aquel drama y la corriente de solidaridad que Julián se ganó a pulso con su decidida acción. A gritos, pero sobre todo a golpe de timbrazo en la puerta, fue recorriendo desde la planta baja del edificio donde tenía su puesto de trabajo piso por piso, avisando del siniestro que se empezaba a propagar. Con éxito en la mayoría de los casos, como recalca mientras recorre el perímetro de la finca, tomado por los preparativos de las obras que proceden a su rehabilitación. Recuerda especialmente el caso de una mujer mayor, residente justo debajo del piso donde se registró el fuego, a quien sacó al exterior no sin esfuerzo: «Estaba un poco sorda y le costaba oírme». Sus gritos y los timbrazos obraron el prodigio y se puso a salvo junto a otros vecinos a quienes ayudó Julián con ese aire desprendido que le distinguió entonces y todavía le acompaña: «Es que a mí me gusta ayudar».
Julián García
Conserje del edificio siniestrado en Campanar
Unas palabras que se materializan cada segundo, porque su móvil no para. Suena y vuelve a sonar para consultas de toda clase, que Julián solventa con mucha mano izquierda y sentido del deber, los mismos atributos que acudieron en su socorro aquel 22 de febrero. Una reacción a la que vuelve a restar importancia y que cesó cuando las cosas se pusieron del todo feas y los bomberos le aconsejaron que se pusiera a salvo con los demás supervivientes. Esos vecinos a quienes consideraba y sigue considerando como miembros de su familia, por quienes se desvivía. ¿Alguno en especial? «Bueno, procuro no ponerme medallas. Me gusta ser amable, sobre todo con las personas mayores y con los niños», contesta. La conversación ha llegado a ese punto en que Julián va repasando mentalmente el listado de víctimas mortales, el que estuvo cotejando gracias a los contactos de su móvil esa noche en Comisaría con los policías encargados de la investigación, otra labor vital que prosperó gracias a sus servicios. «Fue un palo muy gordo», musita. Su voz no llega a quebrarse pero sí que baja el tono, es casi inaudible. Su memoria se ha puesto a rebobinar los acontecimientos de aquella tarde, cuando sus avisos no hicieron efecto en algún caso (ese vecino que teletrabajaba con los casos puestos y no le oyó o aquel otro que tampoco pudo ponerse a salvo porque dormía la siesta), cuando una tarde de invierno como tantas otras de repente se convirtió en el infierno: «Lo que más recuerdo es que hacía mucho viento y luego todos esos chillidos». Y vuelve la mirada hacia el edificio y vuelve también a confesarse: «Al principio me costó mucho dormir». Y concluye: «No se me olvidará en la vida, claro, pero quiero volver. Estoy deseando volver a trabajar y yo creo que los vecinos también están deseando volver».
- ¿De verdad? ¿No les importa regresar al edificio?
- A la mayoría, no, según lo que me cuentan. Aunque alguno sí que se lo va a pensar.
- ¿Y a usted tampoco le importa? ¿No le da cierta impresión?
- Sí, me sigue dando mucha impresión. La verdad es que mi empresa se ha portado muy bien conmigo pero esto me gustaba más que lo que hago en el Hospital General. Y quiero volver a trabajar aquí.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Marc Anthony actuará en Simancas el 18 de julio
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.