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Siempre nos han dicho que a hacer la compra no se puede ir con hambre, porque entonces se llena el carrito de manera compulsiva y ... se compra más de lo necesario. Pero con el Carrefour de Alfafar es mejor hacer una excepción y acudir casi en ayunas, porque es difícil no hacer parada en el pequeño puesto de gofres situado en la galería de entrada al hipermercado. De hecho, el olor a este dulce belga, que se aprecia ya desde el aparcamiento, es la mejor tarjeta de presentación para hacernos llegar hasta el mostrador, donde cientos de personas peregrinan cada semana, hasta desde fuera del municipio, a comerse un gofre. Ahí lleva Manneken Pis Alfafar, de manera ininterrumpida, desde el año 1981, cuando Consuelo Paula decidió apostar por estos dulces, desde un pequeño remolque en el aparcamiento del entonces Continente. Y ahí sigue su hijo, David Montalt, después de que la dana del 29 de octubre arrasara el local, que volvió a levantar la persiana hace unos días.
El pequeño puesto de gofres lleva 44 años en Alfafar, y se ha convertido en uno de los más famosos de Valencia. Y eso que detrás de su éxito no hay una receta familiar secreta, ni ingredientes mágicos. Sino un boca a boca que forma largas colas de clientes en el hall del hipermercado. Allí está David Montalt, que tomó las riendas del negocio que inició su madre y después su tío Paco. Un establecimiento que Consuelo puso en marcha en el aparcamiento del hipermercado, en un pequeño remolque que, por entonces, regentaba un extranjero, que había traído unos desconocidos gofres a Valencia. Un dulce que la familia ha seguido vendiendo, de manera ininterrumpida desde el 81. La pandemia les hizo parar, como a todos. Pero la dana los dejó, directamente sin local. «Todo quedó para tirar. El agua subió más de metro y medio», cuenta David, que junto con su pareja, Irene, se encarga ahora de continuar la tradición. «En 40 años pasas de todo con un negocio, pero nada como esto». Reconoce que les costó volver a abrir, porque lo perdieron todo. Pero al ser un negocio tan pequeño, que funciona apenas con unas neveras y un par de gofreras, retomar la actividad ha sido relativamente rápido gracias a las ayudas (aunque algunas aún no les han llegado).
«El primer día que abrimos, un martes por la tarde, me emocioné», cuenta David, que reconoce que en los nueve años que él está al frente del negocio que empezó su madre, nunca había visto tanta gente haciendo cola para comerse uno de sus gofres. «Fue muy emocionante. La gente nos daba las gracias por haber vuelto, nos decía que nos había echado de menos», dice. Y encima, se podían endulzar con una de sus masas. Y es que a lo largo de estas cuatro décadas, el puesto de gofres ha sido muy termómetro del estado de ánimo de los clientes. De los que iban, de los que no. Porque siempre han sido un producto para darse un homenaje. Una alegría para el cuerpo. Y tienen clientes desde siempre. De los que han llevado a sus hijos de pequeños y ahora llevan a sus nietos. «He visto crecer a niños que ahora ya son adultos y siguen viniendo».
Pero, ¿cómo consigue un puesto minúsculo, en el que sólo venden un producto, causar tanto apego con sus clientes? David no tiene la respuesta. Pero sí comparte lo que él hace para que así sea. Ponerle mucho cariño a su trabajo y dedicarle tiempo a cada producto. «Los preparo como si fueran para mí. Como yo querría comerlos. Que el nivel de tostado sea uniforme, que esté perfecto». En un día bueno (los mejores son los sábados) despachan más de 200 gofres. Los tienen en siete combinaciones diferentes (chocolate, chocolate blanco, nata, mermelada, black cookies, chocoking, dulce de leche y sin nada), frente a las dos que había cuando su madre empezó. Hay que adaptarse a los tiempos y a los nuevos gustos. «Pero la base del gofre es el gofre. Es como un pan bueno. Si está bueno, lo puedes comer solo y lo que le pongas lo mejora», dicen David e Irene.
La masa, de un puñado de ingredientes (harina, azúcar, agua, mantequella, azúcar, huevo, levadura y leche) no ha cambiado con los años, y vienen desde Benidorm, como a otras tiendas de gofres de la misma distribuidora. Entonces, ¿cómo para mucha gente son los mejores de Valencia? David dice que su secreto es la temperatura, el tiempo que los tienen y los giros que les dan. «Viene gente de Valencia porque dice que en ningún sitio están iguales. Incluso gente de otras provincias que nos conoce y aprovecha para visitarnos cuando vienen», cuenta.
Trabajar con ese olor a dulce no es sencillo. La tentación siempre está delante. Y el aroma es muy peligroso para el hambre. «Mi madre siempre llegaba a casa oliendo a gofre cuando yo era pequeño. Le olía el pelo a dulce. Y ahora a mí me sucede lo mismo», explica. Ahora que están de vuelta, muchos de sus clientes lo celebran y les han demostrado que los han echado de menos acudiendo en masa. ¿El mejor momento para comerse uno? «Para merendar, sin duda», responde David, que avisa también de que si pasas por su tienda y no es momento de comerse uno, él te lo prepara para llevar y en casa se pueden calentar. «10 o 12 segundos de microondas con el papel que yo te pongo (parafinado)», cuenta. 10 segundos de espera para comerse el gofre más famoso de Valencia. Y dicen que el mejor. (Bueno, yo también lo creo).
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