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«Aprovechaba para llorar cuando iba a casa a ducharme. Es lo más duro que he vivido», confiesa la inspectora jefa de la Policía Científica de la Policía Nacional de Valencia. Maribel Reviejo mantiene la templanza que requiere enfundarse en su uniforme de Policía Nacional. Cuando nadie la observa, sale a relucir esa madre que empatiza con aquellos a los que la DANA les ha arrebatado a sus pequeños. 221 vidas perdidas por el temporal. Cinco personas aún desaparecidas. Cientos de víctimas colaterales de una tragedia nunca vista.
A la mujer se le entrecorta la voz. Ha trabajado sin descanso. Haciendo frente a una situación para la que nadie estaba preparado. Maribel Reviejo tiene grabadas en su memoria todas las pérdidas. No se le va de la cabeza aquellos testimonios de personas que tenían agarradas de la mano a sus seres queridos pero la tromba de agua se los arrebató. En un instante se truncaron multitud de vidas. «La gente se piensa que somos superhéroes porque llevamos uniforme, pero también somos personas», comenta la mujer. A pesar de su cargo de autoridad, la policía habla desde un tono cercano al sufrimiento ajeno. «Es más difícil escuchar el dolor que están atravesando los familiares que acudir a un levantamiento de un cadáver», revela.
Durante siete años fue jefa de inspecciones oculares de delitos violentos de la Policía Nacional. Está acostumbrada a mirar de frente a la tragedia humana. Pero no ha podido evitar estremecerse al ser testigo directo de una desgracia de tales dimensiones. «Yo viví el accidente del metro, no directamente porque estaba embarazada por entonces, pero desde Jefatura lo sentí mucho. También el asesinato del compañero Blas Gámez. Este tipo de cosas no se olvidan. Te marcan. Es muy duro», comparte Reviejo.
Para los profesionales ha sido especialmente complicado encontrar a las 221 víctimas, realizar las autopsias e identificar los cuerpos. Todos trabajaron sin mirar el reloj. La Guardia Civil se hizo cargo del levantamiento de 197 cadáveres, mientras que la Policía Nacional asumió la investigación del resto de muertes.
La ciudadanía necesitaba respuestas y las necesitaba ya. Incluso llegó a trabajar sin descanso 14 horas diarias. «Te nace», confiesa Reviejo. Tanto ella como sus compañeros comentaban el dolor que sintieron al ver a los afectados cabizbajos. Miradas perdidas. Personas que no sabían cómo continuar con sus vidas.
«Recuerdo lo chocante que era volver de los pueblos damnificados, cruzar un puente, y que en los lugares donde no había llegado pareciera que no había pasado nada», dice en un suspiro.
Se reforzó el número de efectivos para poder terminar las labores lo más rápido posible. «Los compañeros han trabajado sin descanso», dice orgullosa la inspectora jefa de la Policía Científica. Para poder encontrar a las víctimas, primero se llevaba a cabo una fase preliminar en la que entraría la comunicación del hecho a la autoridad judicial. En esta fase acudían policías de la brigada de Seguridad Ciudadana para poder asegurar el lugar. «Cuando se hallaba a una víctima era custodiada como víctima de grandes catástrofes y participaban grupos mixtos entre la Policía Científica y médicos forenses», explica Maribel Reviejo. Para localizar a los desaparecidos, los familiares de las víctimas dieron a los agentes datos 'antemortem' para poder identificarlos. «Es un trámite duro de por sí y en la situación en la que estábamos que mucha gente no se podía desplazar. Se habilitaron las tres oficinas de Atención de Familias de Desaparecidos en Alfafar, Algemesí y en la Jefatura Superior», detalla la inspectora jefa de la Policía Científica. En un primer momento incluso se recibían denuncias de desapariciones telefónicamente por la necesidad de inmediatez. Atender a una población hundida y desesperada fue muy duro a nivel psicológico. Miraras donde miraras, el dolor impregnaba todo. «Muchas veces en medio del turno me escondía para llorar», lamenta la policía. El desastre sobrepasó a los profesionales emocionalmente.
Para realizar la identificación se recababan los datos de la persona desaparecida como su DNI y cuál fue la última comunicación que tuvo para poder dar más fácilmente con su paradero. Además de detalles como el peso, la altura o la complexión, los agentes toman otros datos como si tiene marcas de nacimiento, tatuajes, si se ha sometido a alguna operación o si lleva alguna prótesis.
Después, se procedió al traslado de los restos mortales encontrados al Instituto de Medicina Legal de Valencia (IML). Para realizar la identificación cotejaban las huellas dactilares con las que figuraban en la necrorreseña. En caso de que esto no sea posible, se realizaban pruebas de ADN.
En muchas ocasiones, hallar a las víctimas era especialmente complejo. Muchas de ellas aparecieron a kilómetros arrastradas por la corriente. Como los pequeños Izan y Rubén, de 3 y 5 años. Desaparecieron cuando la carga de un camión impactó contra su casa de Torrent. Sus vidas se truncaron antes de que pudieran empezar. Dos semanas de búsqueda después, se hallaron sus cuerpos sin vida en Catarroja. Dos almas devoradas, en cuestión de instantes, por una DANA que no tuvo pieedad ni con los más pequeños.
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Patricia Cabezuelo | Valencia
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