El reloj marca las siete de la mañana. La rutina es la misma todos los días. Los cantos de los mirlos suenan como un concierto o un despertador para Antonio Delgado, un indigente de 56 años que malvive entre los jardines de la avenida Tres Cruces y las calles del barrio de la Fuensanta. Un banco de madera sirve de cama, silla y mesa junto al Hospital General de Valencia. «Este es mi hogar», afirma Delgado mientras señala con su mano varios enseres amontonados en el suelo.
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Un vieja manta, una lona roja para cubrirse los días que llueve, una radio, un cojín amarillo, una bolsa con ropa y otra con artículos de higiene personal son las pocas pertenencias del indigente. «Yo no necesito más para vivir. Con lo que me dan por ayudar a aparcar coches me tomo una cerveza o dos. Vivo de la caridad pero no pido. Si me dan bien y si no me dan pues aguanto con menos», explica Delgado.
Hambre no tiene ni pasa porque la ONG Amigos de la Calle y la Cruz Roja se encargan de que no le falte sus dos menús diarios. «Vienen dos veces y me traen un táper con comida, fruta, pan, bocadillos y agua embotellada. Los vecinos también se portan muy bien y me dan galletas y yogures», añade con el rostro medio tapado con una mascarilla.
Mientras el indigente se lava las manos y la cara en una fuente de la avenida Tres Cruces, la cola de personas que recogen lotes de comida aumenta en el paseo de la Pechina. Es miércoles, día de reparto, y el tiempo apremia. «Todos están inscritos en nuestro programa de ayuda. Cada caso es diferente. Unos sobrevivían con la economía sumergida antes de la crisis, otros no tienen techo porque los tiraron de casa o terminó el plazo de alquiler, y también tenemos casos de familias con niños sin ningún ingreso o parados que ya no cobran prestación», señala Cristina Sánchez, coordinadora del equipo de trabajadores sociales de Casa Caridad.
«El lote de comida nos salva esta semana», asegura Joaquín M. con el rostro cariacontecido. «Tengo dos hijos, yo no encuentro trabajo y con lo que gana mi mujer limpiando en una oficina no podemos vivir», sostiene el hombre de 39 años. Tras formarse como delineante en Colombia, Joaquín no pudo ejercer su profesión en España y ahora necesita ayuda para que no pasen hambre sus hijos de 11 y 12 años.
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Detrás de él guarda cola Jessica, una joven colombiana que también espera su turno para recibir el lote de alimentos no perecederos. «Sin la caridad de estas personas sería mucho más duro. La crisis por la pandemia se está cebando con los más pobres», dice mientras empuja un pequeño carro vacío. «Limpio casas y con lo que me pagan en negro compro ropa y poco más. Vengo todas la semanas porque necesito la comida para mis hijos», afirma Jessica, madre de dos niños de cuatro y cinco años.
La crisis pandémica ha obligado a la Fundación Juntos por la Vida a reinventarse para realizar ahora acciones humanitarias en su entorno más cercano. Esta ONG promueve planes de ayuda a la infancia en África, pero estos días entrega alimentos a las familias más necesitadas. Tras arrinconar la ropa de segunda mano y la artesanía africana que vendían para financiar sus poyectos, los voluntarios de la fundación donan ahora lotes con verduras, frutas, leche y legumbres, entre otros alimentos.
A unos dos metros de distancia, el siguiente en la cola es José Luis Pérez, de 52 años de edad y padre de una adolescente. «Yo ya venía antes de los contagios de coronavirus. Tengo la custodia de mi hija compartida y he pedido la renta mínima de inserción, pero falta comida en casa, no hay trabajo y no puedo vivir del aire», señala Pérez.
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Además del paseo de la Pechina, las colas del hambre y la pobreza también se forman en un locutorio de la avenida del Cid, una tienda solidaria en la calle Buenos Aires y otros sitios de los barrios de la Cruz Cubierta, Nazaret, Benicalap y La Coma en Paterna. Los voluntarios de la Fundación Juntos por la Vida reparten también lotes de comida para cerca de 700 personas que apenas tienen recursos. Algunas de ellas viven en un asentamiento de chabolas y la mayoría son miembros de familias numerosas con niños de corta edad.
«Llevamos un estricto control en la identificación de los beneficiarios de nuestra ayuda para entregar los alimentos a las familias que más lo necesitan», explica Clara Arnal, presidenta de la ONG valenciana. La acción social de la Fundación Juntos por la Vida y Casa Caridadcontempla también una interacción con estas personas vulnerables para conocer sus problemas y poder ayudarlas. «Necesitan que los escuchemos. Detrás de cada caso hay una historia y un motivo», asegura la coordinadora de Casa Caridad.
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